En una de las secuencias de esa obra maestra de Ingmar Bergman, «La vergüenza» (1968), un imponente y cansado Max Von Sydow, ve como su mujer se aleja unos metros de él, cuando van huyendo de su poblado desolado por la guerra. En estas, ella vuelve al coche y él le dice: «Te he echado de menos», a lo que una extenuada y sorprendida Liv Ullmann le contesta: «Sería porque estaba lejos».
Con esta premisa argumental, el director polaco Pawel Pawlikowski ha elaborado un largometraje que funciona como una historia de amor (o desamor, según se mire o se intuya), basada en la crónica de la historia de sus padres, que desarticularon una relación a base de echarse de menos cuando la distancia hacía mella en el recuerdo.
Y como astros, cuya luz ciega al otro cuando la desidia, el abandono y la desgana se colocan delante del tiempo, una parte de la pareja se deja abandonar; hasta que de nuevo, otra etapa de la vida, con la coincidencia y la casualidad como fondo negro (a la postre, oscuro y árido), ayuda a que la suerte se ponga, una y otra vez, de parte de ambos.
Y la aventura se cuenta como retazos de un traje sin acabar. Es difícil ver a los protagonistas más allá del primer plano; y la cámara se fija a milímetros del rostro de los protagonistas, como hacía otro polaco, Krzystof Kieslowski, , quien reflejaba (sobre todo en el rostro femenino) el color en la piel, como un cruce entre luces y sombras bajo los ojos.
La bella película funciona como una sucesión de momentos que duran apenas segundos; para que el espectador construya su obra. Por eso, los personajes pueden parecernos lejanos y se puede hacer complicado el identificarse con la verdad o el deseo que circula por la mente de esta pareja. Es decir, no se sabe lo que piensan porque apenas lo dicen. Y en segundos, se vuelve a cortar ese metro de historia.
La presentación de la mujer protagonista es casi anecdótica, el cómo se conocen; sin apenas apreciarse cierto deseo. Las conversaciones entre ambos son secas, se dejan llevar. Y la fachada de este amor parece nada pasional; sino más bien cercano a la suerte y el destino. Pero es dicha suerte lo que hará que el rumbo de ambos se encamine a la frustración.
Mientras tanto, el sonido del viento, por encima de los árboles, las iglesias y los tejados de las ciudades serán testigos, casi mudos, de la melancolía. Como fruto de un amor imposible; irrealizable y no consumado. O sí. Porque sin estos momentos vividos, a pesar de todo, no hubiera existido nada.
«Cold war» es una película memorable, para muchos. Para otros, seguro que no tanto. Pero en ese cuidado por el retrato, la musicalidad de las escenas y el tratado del blanco y negro como gris testigo del amor de estos dos personajes, se establece la mitad de un camino hacia una tonalidad de gamas que forman las ideas que cada cual se construye cuando ha visto esta película. «Ida» era muy buena; pero ésta es aún mejor. Y eso es un logro mayor.
Es la película de un amor imposible en la cual el espectador, sabedor de dicha imposibilidad, siempre espera el final feliz. Muy bien sugerida esa historia de amor en este artículo.
Pues la verdad es que está todo el mundo poniéndola por las nubes!! Habrá que ir a verla!! :)
Yo empecé a verla disfrutando muy mucho, pero llegué a salirme total porque empatizo 0 con los protas, y sus decisiones, idas y venidas. Me parecen muy capricho de guión. Oy, oy, oooooooy…
Perfecta!!!! Como la peli, que es desde ya mi favorita del año. Grande, grande.
Felicidades por el criticón!!!!