En 1980, cuando «Closer» cerraba la soga de la desesperación última de Ian Curtis y el post-punk daba inicio a una alcantarilla de donde emanaban las últimas gotas de sudor de una canción lanzada a la posteridad, «Love will tears us apart», sería la puerta abierta a la vida de donde muchos grupos crecerían en influencias.he Cure habían nacido, cuatro años antes, de las mismas cenizas de donde la muerte, el destino, el nihilismo y la soledad eran temas recurrentes en sus letras. En sus inicios, con fuertes golpes de voz y guitarras agudas; años después, en largos desarrollos instrumentales, donde las palabras de Robert Smith tardaban en aparecer, en canciones que rompían el largo comercial de sus minutos; extendiendo la oscuridad y la niebla en universos atmosféricos irrepetibles.
«Disintegration» fue el octavo álbum de estudio de la banda; y su golpe de efecto más devastador. El otro yo de Robert Smith era la imagen de un tú tras un espejo borroso, casi imperceptible. Robert Smith, con esa imagen que parecía salir del tocador de una loca, destacaba como líder: no sólo de una banda, sino de toda una generación de seguidores. Era la imagen cultural de un concepto musical, y también el reflejo de una sociedad obrera. O ,mejor, una clase social británica, cuyas forma de entender su día a día, lo succionaba la música en dos vertientes muy diferentes: el negro, como símbolo de la individualidad, del «dejadme en paz», de la no aceptación de ser parte de una sociedad; y el blanco, ese que dio luz a Joy División para convertirse en New Order.
La luz la ofrecían otras bandas, como en esos medios tiempos de Pet Shop Boys, a pesar de que los destellos de pop en The Cure han sido celebrados por inigualable calidad. Ahí tenemos «Friday im in love» o » Why cant I be you» (de nuevo, la imagen del otro yo, aquí desenfocada con trompetas).Y la fiesta, el amarillo, de las canciones de Happy Mondays y su posterior sentencia colorista con Black Grape y su espléndida declaración de intenciones «It’s great when you’re straight…yeah!». De esta luminosidad salieron The Stone Roses; mucho más cercanos a los mundos de las guitarras limpias y los estribillos contagiosos de The Charlatans. Quedaba, de esta forma, cerrado el círculo para que se formara el sonido «Madchester». Se cumplen treinta años de un debut de una banda que desapareció y la celebración de la consolidación de otra, que sigue en activo. El primer álbum de The Stones Roses, cristalino y meteórico torbellino de ritmos.
Observen esas guitarras, tan fáciles de escuchar en comparación con las que suenan en el «Definitily Maybe» de Oasis (su obra magna), mucho más turbias. Y el «Disintegration» de The Cure, que son dos álbumes recurrentes; sobre los que podemos volver una y otra vez. Del blanco al negro. Y por el camino, recorrer sus ilimitadas gamas de colores, que forman los dos trabajos irrepetibles.