Había que hablar de él más tarde o más temprano. Porque, seguramente, sus películas sean catalogadas como «una extravagancia absurda», «un contrasentido» a los cánones normales a los que se enfrenta el espectador ante semejante temeridad. Una insensatez a la que Dupieux juega con el espacio y el tiempo, a veces con una ingenuidad áspera y otras con la idiotez poniendo en tela de juicio las normas y la cordura del ser humano. Poco a poco, en diversas plataformas, se van colando sus películas. Me acerqué a su personal universo a través de la mosca gigante de «Mandíbulas»(2020), una suerte de cine Z a mayor gloria de la que podría ser la mejor amiga del Vengador Tóxico. Y me sorpendió su frescura, las ganas de hacer algo diferente, de removerte y de salirse de la normalidad. Bueno, eso de normal, para unos y otros es cuestionable…
No era poco lo que se intuía para mí y prometí seguirle la pista al pirata. Las películas de Mr. Oizo se desarrollan en pocos escenarios, para que parezca que sus personajes estén encerrados en su balón de oxígeno rancio, respirando una descomposición de lo que le sucedería al ser humano si fuera un poquito (sólo un poquito) más retorcido. Esas historias que juegan con lo inadmisible, con hechos que nunca van a pasar pero muchas veces las hemos pensado, aunque nos diese vergüenza reconocerlo, son las que lleva a la pantalla Dupieux.
Las ves y luego comentas:»pero,¡qué película más mala!». Y te das cuenta de que en eso consiste. Porque siempre sacas algo de ellas. Aprecias su descacharrante puesta en escena y su falta de ridículo. Y no se alarga para contar lo que cuenta. En poco más de una hora ya te ha dicho lo que se le antoja. A él no le digas eso de que ahora las películas duran tres horas o más; eso que se lo comenten a los seguidores de Scorsese. Esas historias no van con él. Y, hasta ahora, ya sólo por todo esto y por varios de los fantásticos momentos que tiene «Yannick»(2023), me declaro fan absoluto del que es un «enfant terrible» del cine europeo. Y todo, por dos duros.