Durante décadas nos han vendido la juventud como el cénit del deseo, del poder, de la belleza. Y en el mundo LGTBI+, ese mensaje ha venido aderezado con torso de gimnasio, noches eternas y un algoritmo que parece pensar que una vez pasas de los treinta solo deberías interesarte por seguros dentales o por cómo rejuvenecer tu ano con ácido retinoico. Pero, ¿y si te dijera que envejecer puede ser el acto más punk, más queer y más glorioso de todos?
La lucha no tiene fecha de caducidad
Ser mayor en un mundo que te quiere joven ya es una osadía. Pero ser LGTBI+ y mayor es directamente una declaración de guerra al sistema. Pensemos en Pedro Almodóvar, que a sus setenta y pico sigue rodando películas más libres y personales que nunca. O Ian McKellen, que no solo no ha colgado la capa de Gandalf, sino que sigue usando su visibilidad para plantar cara a la homofobia con la misma energía con la que otros se quejan del precio del aguacate.
Estos referentes no son simples celebrities: son archivos vivientes de resistencia. Sobrevivieron a la invisibilización, al VIH, al armario, a las portadas de Interviú, al desprecio y a las modas pasajeras. Cada arruga cuenta una historia. Cada cana brilla más que el glitter de cualquier fiesta.
Twinkas mamarrachas y el espejismo de la eterna juventud
Todo esto sería más fácil si no estuviéramos sobreviviendo a una epidemia de edadismo con purpurina, a menudo perpetrada por esas twinkas mamarrachas —sí, queridas, con todo el cariño del mundo, pero también con un espejo delante— que se creen que la juventud es un estado permanente garantizado por su cuenta de TikTok. Se pasean por el ambiente como si el tiempo se parara entre pinchazo y pinchazo de bótox, y miran por encima del hombro a todo aquel que no encaje en su fantasía de videoclip. Lo triste no es que ignoren lo que hay más allá de los 35; es que creen que nunca llegarán. Pero el tiempo pasa, incluso con crop top. Y cuando lo haga, ahí estaremos nosotras, desde nuestras terrazas, con gafas de sol y dignidad, para recibirlas con un vermut y un “ya era hora, hija”.
¿Dónde están nuestros abuelos queer?
Nos falta aún relato generacional. ¿Dónde están nuestras historias de madurez, de amor a los 60, de revoluciones cotidianas a los 70, de placer compartido a los 80? ¿Dónde están nuestras bodas de plata sin flores de azahar ni vals de Disney? ¿Dónde están los hogares donde el amor no se acaba al perder el bronceado?
Lo queer no debería estar ligado solo a lo nuevo, lo transgresor o lo trendy. También hay disidencia en un té con bizcocho, en un paseo de la mano sin miedo, en una piel sin filtros que ha amado, perdido, reído y vuelto a amar.
Porque vivir sin esconderte, sin pedir perdón por ser quien eres, y hacerlo durante décadas, es profundamente queer. Y debería inspirar, no incomodar.
Silver is the new black
El culto al twink ha dominado demasiadas décadas, y ya empieza a oler a cerrado. Pero en los márgenes del algoritmo, florecen nuevas referencias que demuestran que la edad no resta poder, sino que lo transforma. ¿Has visto a David Mixner, el activista veterano que a sus 77 sigue dando lecciones de dignidad y claridad política? ¿O a gente como Lea T, que habla de transición y espiritualidad desde un lugar profundo y lleno de sabiduría?
Y no olvidemos figuras como Carmen de Mairena, que se ganó más risas de las que merecía y menos respeto del que debía. Fue pionera, libre, burlesca y sobreviviente. Vivió como quiso, y por eso es parte de nuestra historia. La memoria queer también necesita canas.
️ Lo conquistado no siempre es permanente
Una película reciente que merece ser mencionada —sin destriparla— es Maspalomas, de Jose Mari Goenaga y Aitor Arregi. La cinta retrata la historia de un hombre gay mayor que, tras toda una vida de libertad en un entorno abiertamente queer, se ve obligado a ingresar en una residencia donde la presión por ocultarse regresa como un fantasma inesperado. No es solo una historia de armarios cerrados, sino de armarios que vuelven a construirse alrededor tuyo, incluso después de haberlos roto.
Lo que muestra Maspalomas es dolorosamente real: muchas personas mayores del colectivo LGTBI+, al enfrentarse a entornos geriátricos institucionales o conservadores, sienten que tienen que borrar parte de su identidad para ser aceptadas, cuidadas o, simplemente, no molestadas. Ese silencio impuesto —por miedo, por rutina, por “no crear problemas”— puede ser tan violento como el rechazo explícito.
La vejez queer no siempre se vive entre abanicos y risas de terraza. A veces se vive en pasillos silenciosos donde la bandera desaparece y el cuerpo se vuelve campo de batalla. Maspalomas nos recuerda que el orgullo no es una conquista garantizada para siempre, y que la verdadera inclusión no termina cuando se aprueban leyes: empieza cuando envejecemos y seguimos siendo respetadas por lo que somos.
Y no, no hace falta haber visto la película para entender que este espejo nos concierne a todas.
La fiesta no se acaba, solo cambia de ritmo
Sí, los veinte tienen su punto. Pero también lo tiene ese momento en que te das cuenta de que no necesitas impresionar a nadie para sentirte deseado. Que el cuerpo cambia, claro. Pero el deseo también madura, se vuelve más libre, más sabio. Y sí, a veces con más lumbago, pero con menos drama.
Envejecer con orgullo, con risa, con pluma y sin pedir permiso es lo más queer que puedes hacer.
Así que celebremos a quienes nos enseñan que hay vida —y mucha— después del “prime”. Que se puede bailar hasta el final, aunque sea con zapatillas cómodas y el abanico bien a mano.
✨ Y tú, ¿cómo quieres envejecer?
Yo lo tengo claro: rodeado de afectos, con una copa en la mano, una risa en la boca y la certeza de que viví como me dio la gana. Y si alguien pregunta mi edad, responderé con una sonrisa y una frase prestada de Divine:
“Lo suficientemente mayor como para saber lo que quiero, y lo suficientemente joven como para seguir pidiéndolo.”


Menuda maravilla de entrada, querido. Estoy emocionado hasta la lágrima.
Cuantas verdades en tan pocos párrafos.
Suscribo absolutamente esa frase de Divine.
¡Bravo!
Qué texto tan emocionante y chulo.
Enhorabuena!!
Qué bonito…
Y a todos esos veinteañeros que menosprecian a los que están por encima de los 45, que tengan cuidado porque la edad no trata a todo el mundo por igual. Puede que se lleven una desagradable sorpresa.