Podría ser una discusión de horas (acerca de la buena forma o no) el diálogo de defensores y detractores del cine de terror y apocalíptico actual. El cine de terror de los últimos años adolece de una falta de resolución formal, sujeto mucho más a sus golpes de efecto que al peso de su historia.
El apocalíptico, por otra parte, queda muchas otras veces ensombrecido por su estética; a favor de la espectacularidad de la forma que al calado hondo de su historia. Hay dos propuestas que se escapan, gratamente, a estos manidos esquemas. La argentina «Cuando acecha la maldad» (2023), ganadora en el último Sitges y dirigida por Demián Rugna, tiene todos los elementos para ganar adeptos y proclamarse como «película de culto».
Un pueblo maldito, un hombre hinchado por una fuerza desconocida, el mal que no se sabe de dónde viene y cómo vencerlo; tensión, sangre y suspense. Sorpresa en cada plano y una narración de más a mucho más aún. «Cuando acecha la maldad» no es sólo cine de terror; es cine inteligente. Con esa atmósfera de asfixia, hasta las escenas en exteriores tienen síntomas de sentido de encierro. Y eso se contagia a lo largo de toda la película. Un mérito fuera de lo común. La otra es francesa: «Lluvia ácida» («Acide»,2023), dirigida por Just Philippot. Dejando de lado un efectismo del que se podría aprovechar, hace sentir el agobio y la desesperación por un mal del que nada se puede hacer (una lluvia ácida desconocida y mortal) además de apoyarse en unas interpretaciones poderosas.
Hace hincapié en la desesperación del ser humano frente a la naturaleza. La humanidad no significa nada y «en un tris» todo puede terminar. Y se palpa un ahogo deslumbrante, en una película de paisajes grises, nubes y cielos que encierran a todos, en un mundo que se ha convertido en una jaula. ¿Les recuerda esto a algo?
Son dos películas con mucho mérito. Porque no son sólo dos largometrajes «de género». Son dos buenas películas de cine.