Por allí, donde los británicos enseñan sus colegios, de alumnos descarados, malviviendo en casas desordenadas, con los platos sin fregar desde hace semanas con padres alcohólicos, madres bipolares, en fin, toda una fiesta, vaya. Pues, en esos escenarios, donde antes (mucho antes) Ken Loach realizó sus mejores películas, y no esos trabajos tan irrespirables como insoportables de ver, que llegan a la extenuación y a lo engañoso, por estirar el drama hasta la incredulidad: «Yo, Daniel Blake» y » Sorry, we missed you».
A eso vamos. Todo lo que, por poner este ejemplo, no ha hecho Ken Loach en 10 años, lo consigue la serie «In my skin» en sus (hasta ahora), dos temporadas. El brutal (¡ y sí!) y ahora emocionante choque con la realidad, se enfoca con un humor negro, a veces al límite, en el rostro de una joven e inconmensurable actriz, Gabrielle Creevy, que da vida a una adolescente que tiene que lidiar con su condición de hija única en un entorno la mar de complicado. Las inseguridades propias de una vida sexual en crecimiento constante y unos padres que le dan golpes a la vida como quien se va a Brasil en el carnaval a ver museos.
Toda una lección de humanidad desbordada y un último episodio de su segunda temporada demoledor, han hecho de «In my skin» una serie a la que engancharse desde sus primeras escenas. Añadan a esto, unos secundarios a la altura (premio especial al contrapunto cómico para la profesora de gimnasia) y tenemos otra serie para recomendar.