Acaba de finalizar la edición número 56 del Festival Internacional de Cine de Gijón. Y la idea, una vez que se intuye que nunca has acertado con la elección de películas vistas, (más o menos) es la misma que en ediciones anteriores. El Festival no deja de apostar por un cine ecléctico, dentro de la variedad y, – las más de las veces-, del riesgo. Cosa loable, teniendo en cuenta que con ellos se termina la tanda de concursos del año; recogiendo una selección de películas que se extraen de los festivales de cine independiente de meses anteriores, además de alguna jugada maestra, como comenzar el convite con un disparo potente, el fogonazo de no mojar la pólvora a favor de «La favorita«. Con ello, la dirección del Festival se asegura cierto aire de cine exótico y, siempre, desconocido; por eso, muchas veces, más atractivo a los ojos del más ostentoso de los cinéfilos. Hay cine de muchas nacionalidades y de donde escoger. El Festival siempre ha apostado por dedicar espacio a varios géneros, sin dejar de lado ese carácter de excepcionalidad al conjunto. Cierto es que, quizá, el Festival ha dejado de ser tan salvaje como en años anteriores, y mucho más dedicado al cine social. Pero eso será, seguramente, por la escasez de títulos de donde tirar, no por falta de interés de su Comité de Selección.
En las colas del Festival y las conversaciones del público no cabía duda: las películas mejor valoradas y que más habían gustado fueron dos: «La favorita» de Yorgos Lanthimos y «Mug» de Malgorzata Szumowska. Se tuvieron que conformar, la primera con el Premio a la mejor actriz, y la segunda con el del Jurado Joven. Pero, como dicta la tradición de cualquier exhibición cinematográfica que se precie, a un jurado de un festival de cine le gusta premiar una película oriental más que a Kenneth Branagh chupar cámara; con lo que «Hotel by the river» se alzó con el más que discutido premio al protagonista masculino del certamen y, claro, el de Mejor Película a competición. El largometraje del que para muchos es uno de los maestros del cine reciente, Hong Sang-soo, es un doliente drama familiar, construido en base a las conversaciones entre un padre y sus dos hijos que asisten a su decadencia psíquica en un hotel, entre un blanco y negro árido y gélido. Un par de habitaciones más allá, una madre conversa con su hija acerca del desamor y el infortunio de la última. Es una película de esas que se construyen en la mente una vez que terminan. Lo que mismo que te pasa si ves algo de Kiarostami, donde circulan en coche entre olivos y charlan sobre la vida, a la vez que en el horizonte se puede intuir que eso no va a acabar nada bien. Tras ver «Hotel by the river«, por lo tanto, no sabes con absoluta certeza si lo que has visto te ha aburrido más que intentar comer un cachopo con palillos o, por el contrario, te ha engañado esa dulce mirada del director a la hora de ahondar en un largometraje mucho más doloroso que lo aparenta en un principio. Pero de ahí a que este señor sea considerado un maestro, en mi opinión le queda mucho Ozu y/ o Naruse por delante.
A propósito de la película ganadora, hay una nota a destacar en el cine que se exhibe en los festivales, que se podría ampliar como idea predominante para el que se está realizando en nuestros días. Se está dedicando buena parte de las películas que vemos bajo el signo inequívoco del análisis de la vida familiar y las relaciones paterno-filiales. Habría que estudiar si es fruto de una situación política y /o social determinante en la sociedad de hoy en día, propia de la deshumanización y la amputación de las relaciones de grupo. O de una política donde la apertura de fronteras tienda a la desintegración de las relaciones próximas, rechazando todo lo que conlleve lo ajeno, extranjero y lejano, por peligroso.
No hay más que observar la triunfadora de Cannes de este año, la de FICXixón, y buena parte de las películas programadas en las últimas ediciones de San Sebastián, Valladolid y Gijón estos últimos años, por poner varios ejemplos. Este año, podríamos incluir, bajo este epígrafe, a películas como «Tarde para morir joven» (muy buena su dirección de actores), «Wildlife«, «The Miseducation of Cameron Post» (proyectada poquito antes en el LesGaiCineMad), y el tostón que fue «One day«. A ellas se le podría añadir el mayor desastre de la Sección Oficial. Me refiero a «La profesora de parvulario«. Me pregunto qué hacía este remake en dicha Sección Oficial, además de ser una más que discutible película, con un escaso nivel de calidad, y que sólo alcanza la torpeza y la incredulidad. Que la pareja protagonista tenga un calado profesional no quiere decir que estén abocados al desastre de un guión fallido e insustancial y, además, nada creíble. Olvidándonos de ella, el guión a favor lo posee, claro, «Wildlife«, (estreno en España), enmarcada con la base de una novela del gran Richard Ford. Una película que va creciendo, poco a poco, y que deja un poso de melancolía, muy estrecho con la literatura de Ford, (por lo tanto, muy bien llevada a la pantalla), y con unos actores espléndidos.
Como digo, en todas ellas, está subrayada una fuerte dosis de desesperanza acerca de las relaciones humanas más cercanas al individuo. No deja de ser curioso.
En otro orden de cosas, podríamos destacar el carácter neo-vintage que posee la película británica (ellos siempre navegando a la contra…) «In fabric«, que fue presentada en el último Zinemaldi. Con un marcado acento por las películas de serie b, se nos muestra un (no siempre acertado) ácido mensaje acerca de la influencia de los medios de comunicación y la alienación del hombre. Es una película a la que le falta ritmo pero, aún así, es una fresca demostración de cómo ir a contracorriente y salir bastante airoso con el intento.
De la Sección Oficial, y a pesar de que le sobren veinte minutos de metraje, sobresalió el drama bélico y social rumano « I do not care I we go down in History as barbarians». De ella, se pueden extraer una cantidad de sólidos mensajes acerca de la censura, de la falta de libertad creativa y la acertada información que los gobiernos nos quieren mostrar; donde el hombre es víctima, además de su propio pasado, de un más que incierto presente. Fue de lo mejor visto en la Sección Oficial y deja en buen lugar, una vez más, al Nuevo Cine Rumano.
El toque bélico lo puso la francesa «Les Confins du Monde«. Es un drama correcto y bien narrado, y con las dosis de entretenimiento muy calculadas. Podría haberse llevado el premio a la Mejor Dirección, si no hubiera caído, correctamente, en «Tarde para morir joven» y » I do not care if We go…«.
«Enterrados«, dirigida por Luis Trapiello, ganó el Premio a la Mejor película asturiana del certamen y fue una de las propuestas del cine nacional, en principio, más interesantes. Es una película que comienza muy bien (dirigida en una mina real), con una tensión asfixiante, pero con unos fallos de guión que me parecieron importantes y que afectaron al conjunto de la película. Dirige la cámara casi exclusivamente a su protagonista masculino, olvidándose del resto, cosa que afecta inexorablemente al carácter dramático de la narración, además de forzar la historia hacia la casualidad y el azar de forma, a veces, poco creíble. Una pena, porque el conjunto te deja un cierto sabor agridulce. Aún así, es una película muy meritoria.
En definitiva, una edición moderada en su nivel, insisto, y donde se ha podido ver de todo. Como siempre. Se trata de saber elegir, o entrever la magia entre la montaña de títulos. En ese juego, puedes salir vencido o sacudido por una descarga de alta tensión, del cine que te revuelve, te sacude y te pone los pelos de punta. Cine de alto voltaje, con el que siempre apostará FICXixón. Eso no lo dudamos. Felicidades por el esfuerzo de sus responsables, a pesar del bajo presupuesto respecto a otros Festivales y de marchar con ganas a este nivel. A por más voltios para el año que viene.