50 sombras de Caqui

soldados

No se si tengo el don de la oportunidad o si simplemente me meto donde no me llaman; sea como fuere todo ésto viene a cuento de responder a un twit de si a un legionario le olía el sobaco a chotacabra “or not”

Digamos que en mi experiencia personal no hubo rastro de de tufillo axilero que desmereciera la situación.

Once upon a time, cuando aun no había móviles con Android y yo era mocito (que parece que sea allá por los años de María Castaña pero si hago cuentas no han pasado más de doce años…O por ahí) ya existían muchas maneras de contactar con gentes, personas y otros animales de granja, bien para tomar un café o ir de copas, bien para echar una canita o varias al aire.

Y fue una de esas ventanas al mundo virtual la que cierta primavera, de la que no recuerdo fecha exacta pero debía de rondar la Semana Santa pues me pillaba de vacaciones, me llevo a tomar un café con un legionario por los alrededores de Málaga; café con final feliz (y que final).

Yo rondaba los diecinueve y él creo recordar que los veinticuatro o veinticinco años de lozanía, todo un yogurin en su punto exacto de madurez. No soy capaz de recordar su nombre pero si el número de su legión que por pudor, obviamente no voy a revelar no sea que años después a alguien le de por atar cabos y al pobre le busque yo un problema; digamos simplemente que era número impar y, sobre su nombre…Le llamaremos el Señor Ojos Verdes, porque si hay algo que no olvidaré en mi puñetera vida es aquel tono verdoso jaspeado casi gris de ojos que te atravesaban como una faca de acero.

Fueron solo dos encuentros con pocos días de separación entre ellos y un “Hasta siempre” que nunca más volvió a repetirse pero, Virgen santa que intensidad en ambos.

Ni el vino en un barco, ni era rubio como la cerveza ni tatuaje en el pecho ( iban todos en los brazos, aunque no eran muchos, así que supuse que o llevaba no mucho tiempo en la legión o era aprensivo con las agujas)

El pelo era negro zahino y rizado, el rostro anguloso y claro, nada de bronceados desérticos; era guapo el cabrito, no muy alto y no excesivamente musculado aunque si fibrado con una piel sorprendentemente suave, lampiña y clara pero tenía carácter y eso imponía, no era un chaval cualquiera de esos que te encontrabas en una discoteca de noche, se le sentía el “macho ibérico” a leguas hasta sentado en la cafetería.

Se notaba eso si que le encantaba lo de la legión y sentía orgullo por ella, fue tema dominante durante la primera cita mientras charlábamos, incluso cuando le pregunté como se llamaba el dichoso gorrito que llevaban y casi me come mientras me espetaba con una terrible indignación que no era un gorrito, que se llamaba “nosequé”, la verdad no lo recuerdo…Estaba más pendiente de como se le marcaba la clavícula en el arranque del cuello de la camisa.

Obviamente hubo cama, bueno, hubo coche, cama y lo que no fue cama que en la ducha también quiso hacer un bis.

Si tengo que hacer comparaciones de comportamiento bajo las sábanas me recuerda a cierto affair que tuve con uno de infantería del ejército de tierra y algún que otro de los que trabajaban en seguridad privada ( un “segurata” para ser más concisos).

No se si será cosa del carácter general de este tipo de personas, pero recuerdo una sensación doble mientras pensaba “¿Pero por Dios dónde te has metido que este hombre está más “pa allá que pa acá?” y al mismo tiempo encontrarme irremediablemente atraido por aquel exceso de intensidad que provocaba. Se podía mascar mi inseguridad al no saber si me iba a partir la boca o me la iba a comer…

Para mi alivio y seguridad fue lo segundo y se ve que el Señor “Ojos Verdes” venía con hambre. Siempre he renegado de esta recua de gente que se dedica a vivir dentro del armario esnifando naftalina en vez de llevar una vida normal y corriente pero, he de confesar igualmente que, para mis correrías de juventud, era toda una delicia encontrarse con estos indivíduos que llegaban a mí como caballos desbocados con una extrema necesidad de desfogarse. Le recuerdo rudo y dominante, no follaba, capturaba presa y no la debaja escapar hasta sacar de ella lo que andaba buscando y cuando besaba le absorbía a uno hasta el último gramo de aire de los pulmones, era más pecado de gula que de lujuria pues me sentía devorado y, curiosamente, cuando toda la tormenta había pasado, se volvía levemente tierno por pocos segundos…Lo que le duraba recuperar el resuello y volver al lío o, cuando ya no había más ganas de lío, lo que tardaba en encontrar los pantalones y lanzar una esquiva excusa de que era tarde y debía irse.

Que más me dieron a mi esas dos excusas al final de cada jornada si a mi me temblaban las rodillas y andaba perdido en mis propios recuerdos.

¿Qué si me sentí usado como una mera marioneta sexual tomada a su antojo para desahogarse? Por supuesto, y bien es verdad que yo acudí a conocerle exactamente con esa intencionalidad, que a nadie le amarga un dulce de vez en cuando y, en el juego del sexo, cambiar de rol y jugar a buscar el fetiche, siempre le da un punto divertido y picante a la vida; yo no nací para santo, ni intención tengo de ello.

Años después, a tiempo pasado y agua llovida, sigo recordando ese carcacter levemente psicótico, esos impresionantes ojos verdes, lo suaves que eran sus rizos negros cuando le pasaba los dedos por las sienes y como bufaba cuando me comía los labios con los suyos. Una experiencia intensa y memorable en toda regla que aun consigue pellizcarme el estómago recordando cada minuto y gota de sudor gastadas y es que, no todos los días uno puede merendar legionario.

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Walter Ego

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