Sigourney Weaver vuelve a luchar contra los monstruos

Estrenada en Amazon Prime, basada en una exitosa novela y de producción australiana, la serie «Las flores perdidas de Alice Hart» es un melodrama que aspira a tragedia con tintes de culebrón y tiene a Sigourney Weaver de estrella haciendo un papelón que suma a otros muchos de su dilatada carrera artística.  Ella es garantía de calidad y por muy regulero que sea el proyecto, sabes que la Weaver siempre va a estar bien. Aquí su implicación es tal que traspasa la pantalla, es como si el personaje respirara a tu lado con unos primeros planos demoledores en los que se hincha a sufrir. Porque joder lo que se sufre en la puta serie y ese abuso de calamidades le da cierto tufillo culebronero. También hay momentos de thriller paísajistico y escenas cuya música e iluminación remiten directamente al género de terror, algo que está plenamente justificado porque los siete capítulos son siete peldaños que bajan al infierno de lo peor de la condición humana.

 

 

Destaca su fotografía, un trabajo preciosista en el que se ha puesto especial cuidado para sacar partido a los paísajes australianos que pasan a ser una parte más de la trama y definen cada momento vital de la protagonista, una tal Alice Hart, que la pobre tiene una mala suerte en la vida que por nadie pase. Alyla Browne interpreta al personaje cuando es una niña y lo suyo es para que se lleve todos los premios del año porque su talento natural es alucinante, único, increíble. Por muy paradójico que resulte, es un disfrute verla sufrir.

 

La serie es además una muestra de cómo es posible llenar un argumento con personajes femeninos de todas las edades  y que sean complejos, incoherentes, llenos de aristas y que evolucionan con el trascurrir de los capítulos. Son la demostración de que se pueden hacer películas o series con mujeres de mediana edad, incluso maduras y ancianas y que el resultado sea interesante y muy entretenido. De todos esos personajes el que más cambia es  la June que interpreta Sigourney Weaver, un personaje antipático, rocoso, severo y muy seco que hace como nadie esta diosa a la que no le importa salir demacrada y feorra si es necesario para el papel.

 

 

A su lado, un puñado de mujeres que arrastran pasados trágicos y llenos de dolor, que tratan de curarse y practican eso tan de moda llamado sororidad. En este aspecto destaca Twig y su escena de los abrazos bajo las estrellas del penúltimo capítulo, un momento cargado de emoción que te deja picueto un buen rato.

 

 

Entre sus virtudes destaca la capacidad para dosificar la información en una historia llena de secretos, mentiras y palabras que nunca se dijeron, lo que la convierte en una bomba adictiva, una droga dura de la que estás deseando una nueva dosis pero cuando la tomas te deja más pallá que pacá. Y es que la contención y el lirismo de los primeros capítulos se convierte en exceso en la recta final, un festival de momentos intensos que alcanza su cumbre en la escena de Alice y Dylan con una lampara de por medio. Muy, muy difícil de aguantar sin cerrar los ojos.

 

 

A veces resulta una serie redicha que al insistir una y otra vez en recursos como el de las flores llega a empalagar. En el tramo final renuncia a la sutileza para rozar peligrosamente lo obvio, como si no confiara en el espectador y en la fuerza de lo que cuenta, especialmente evidente con el discurso final en la carta de June y los primeros planos de las flores perdidas, una escena que tiene un aire de mitin que me sobró mucho y hubiera preferido que me lo contaran con escenas entre los personajes, que para eso se inventó la ficción.

 

 

Dejo para el final el tema de los malos tratos y la violencia machista, la trama principal que vertebra la serie y que siendo un tema tan delicado, necesario y difícil, se plantea desde muchos puntos de vista que lo hacen más rico y concienciador aunque, repito, la violencia de alguna que otra escena le reste efectividad.  Me temo que no hay respuestas ni soluciones más allá de la descripción de los hechos pero se puede encontrar un ajustado retrato del perfil de un maltratador y su forma de destruir las vidas de todos los que están alrededor aunque no reciban hostias. También explica bien clarito como los malos tratos pueden convertirse en un habito heredado (para la víctima y para el verdugo) y responde a la eterna pregunta que todos nos hacemos cuando sabemos que una relación de malos tratos puede durar años, incluso toda una vida…¿Por qué no se va? ¿Por qué no deja a ese cabrón? ¿Por qué no lo denuncia? La respuesta, en «Las flores perdidas de Alice Hart».

Por supuesto el ejercito de neomachistas y de incels la están poniendo como hoja de perejil pero a ti que te de igual, porque pese a sus numerosos y evidentes defectos es una serie que te dejará pensando y afectado durante mucho tiempo y eso (reconócelo) es algo que hacía mucho que no te pasaba.

1 comentario en “Sigourney Weaver vuelve a luchar contra los monstruos”

  1. No la he visto aún pero sin duda alguna la veré… con esta descripción me muero por verla….

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