Cuando se cumplen treinta años del estreno de su segundo largometraje, «La ardilla roja», no está de más recordar a uno de los realizadores españoles cuya carrera nació en el punto de mira de la crítica especializada, que lo vió como el «nuevo Lynch español», para después olvidarse de él, escondiéndose en el más absoluto de los deseos del cine de las jóvenes promesas y, (por descontado), de los deseos incumplidos.
Asimismo, un público tan disperso (por aquellos años) como sorprendido de que hubiera en España alguien que experimentara con los saltos temporales y el mundo de los sueños, el deseo, el color y su influencia en una narración siempre a contracorriente; la casualidad, el presente cautivador y un futuro no menos abstraído de lo insólito, dejó de esperar una nueva película de Julio Medem. Aquel que se atrevió a mezclar el mundo rural con lo onírico en «Vacas», sorprendente debut, depuró su estilo en fondo y forma en «Tierra»; la que, seguramente, sea su obra más compleja.
Y el cierzo se llevó a Silke, estrella fugaz que no quiso saber nada de dualidades, cosmos ni deseos y pasiones del cine. Por cierto, excelente fotografía de Javier Aguirresarobe y precioso cartel del largometraje, obra de de Oscar Mariné. Por otra parte, para hablar de lo enrevesado, habría que analizar no uno, sino varios de los trabajos del realizador vasco. Porque, si se puede afirmar que con «Los amantes del Círculo Polar», consiguió afianzar a sus seguidores y despistar aún más a los que dudaban de su estilo, a partir de entonces, la batalla la ganaron los escépticos. Los protagonistas, al igual que el apellido del director, jugaban al palíndromo. El director, guionista y productor ha seguido realizando trabajos, que han pasado desapercibidos.
Igual la razón hay que buscarla en la propia historia cinematográfica española reciente; que si te resbalas una vez, te caes a un charco, por muy seco que esté el suelo. A Julio Medem, por una causa u otra, le han dejado caminar a solas. Pero, en el camino, y a pesar de todo, ha quedado un «cine de riesgo», atrevido, salvaje y, si me apuran, filosófico». Es un director que firmó obras interesantes. Y un documental soberbio sobre el reciente pasado en España: » La pelota vasca, la piel contra la piedra». Ya sólo por eso, merece un respeto.