Negro y color miel. Una España que aún no podía vivir del recuerdo, porque su pasado no había fallecido. El régimen de Franco seguía activo. En un pueblo de la meseta castellana segoviana, Hoyuelos, el pasado fundirá su presente a través de la proyección, un domingo cualquiera, de la película «El doctor Frankenstein» (1931). Son los años cuarenta.El blanco y negro en el cine, el límite de la luz para esos protagonistas de un cuento sigiloso. Isabel y Ana son hermanas. Tienen 8 y 6 años. A la pequeña, las imágenes le sobrecogen de tal manera, que cree que el monstruo está presente. Los vericuetos de lo onírico se allanan, en una realidad frustrada; la de una España que vive del estado anímico de unos personajes que ya no quieren vivir del pasado reciente, sino de una vida que explotó y que es difícil olvidar.
Encerrados en una celda, de cristales hexagonales, donde pervive «un espíritu todopoderoso, enigmático y paradójico, al que las abejas parecen obedecer y que la razón de los hombres jamás ha llegado a comprender», como apuntaba el poeta y dramaturgo Maurice Maeterlinck. La infancia como camino iniciático; ingenuo, inocente y carente de maldad. La serenidad que refleja la inquietud de la infancia, contra el peso de los recuerdos de la madurez. ¿Qué es la sabiduría sino el saco que lleva el peso de todos nuestros recuerdos? Los ojos primigenios de una niña, viendo cómo pasa el tiempo. Ese tren, esas vías que no sabemos dónde conducen. El cine es el tren. La imagen que se mueve, que no para y que te llevará, siempre, a los mundos que te aventures a descubrir. Primera película, junto a ese narrador que fue Ángel Fernández Santos y, tras 50 años, Erice se encuentra a punto de estrenar «Cerrar los ojos» en el Festival de Cannes. ¿Será ésta la última parada del más hipersensible de los directores aún en parpadeante activo? No importa. Nos queda el grabado de esa tinta nada tenue, sino perceptible; que pertenece al mundo de los sentidos. «El Sur». La imagen, la historia, la mirada. La luz.
Ah, Erice… Un cineasta que justifica en todas sus obras (en todas) la denominación del cine como Séptimo Arte. Después de tanto «producto» de la «industria cinematográfica», necesitamos directores que nos recuerden que, más que una industria que fabrica películas, el cine es, debe ser, arte. Gracias por haberos acordado del cincuenta aniversario de «La colmena, y por celebrarlo con el evocador artículo de Ángel del Olmo.
Ah, Erice… Un cineasta que justifica en todas sus obras (en todas) la denominación del cine como Séptimo Arte. Después de tanto «producto» de la «industria cinematográfica», necesitamos directores que nos recuerden que, más que una industria que fabrica películas, el cine es, debe ser, arte. Gracias por haberos acordado del cincuenta aniversario de «La colmena», y por celebrarlo con el evocador artículo de Ángel del Olmo.
Se ve que con el añadido de géneros también se crean nuevas reglas ortográficas. ¿Ténue?