Han pasado treinta años del fallecimiento de Kurt Cobain y todavía nos preguntamos muchos de los que vivimos aquel movimiento, -que fue tan efímero como la estrella fugaz que recorrió el firmamento del «grunge»-, (sí, como sonido de Seattle hasta el resto del mundo), qué es lo que nos dejó Nirvana para la historia del rock reciente. Además de reconocer que, desde entonces, las cosas, no sólo no han sido iguales, sino que no se ha conseguido labrar un camino que mantuviera viva esa llama. Lo que se llama hacer historia. Cuando Kurt Cobain se pegó un tiro con 27 años, «Nevermind» ya era reconocido como un álbum referencial y la Generación X tenía a su abanderado con una actitud tan quebrada en comportamiento, gustos, manera de vestir e imagen como para afianzarse como gran movimiento social para una juventud que pedía libertad en base al nihilismo y el rechazo de la especulación, para pasar a la práctica del inconformismo.
Los ochenta habían sido tan bonitos como agotadores. Se llevaban los estribillos brillantes y los arreglos eufóricos: era hora de machacar esta imagen tan presuntuosa. La voz de Kurt Cobain, fracturada por los excesos, era ideal para esas letras llenas de escepticismo, la apatía y la incertidumbre. Todo marchaba a favor para ser eternos. Y, sobre todo, por las canciones. Una suerte de temas que siempre explotaban tras la calma. El latigazo que fue, es y será «Nevermind» (1991) eclipsó, incluso, a dos álbumes más que sobresalientes de otro de sus compañeros de gestos y posturas: «Vs.» (1993) y «Vitalogy» (1994) de Pearl Jam, una banda que se debería reivindicar de contínuo. Porque nadie quería desviar su mirada del camino que marcaba Nirvana. Porque, cuando perdimos al mito, nació el recuerdo. Algo mucho más fuerte que una fila tras otra de puntos inconexos. Se marcó una línea que circulaba entre unas canciones que cerraron un sello memorable. La juventud no fue la que era sin Nirvana. Y aún ahora, se repiten las voces de Kurt Cobain y Eddie Vedder mientras desempolvas las camisetas de ambos grupos. Un bebé desnudo bajo el agua de una piscina con un billete, las notas de «Go», «Animal», «Daughter» (¡ vaya tres canciones para abrir un álbum!); la coreografía del «déjame tranquilo, si muero quiero hacerlo sólo». No me celebréis, no me importa. Ahí queda mi música. No hace falta nada más.
Uno de mis grupos favoritos, todavía escucho ese disco en bucle…..
Esa portada que todos tenemos en la retina…
Kurt siempre seguirá siendo ese adolescente del que habla su famosa canción.
Discazo!