El duelo de la amistad

Existen miles y miles de posts, blogs, cadenas de Xs (a.k.a. tuits) explicando y dando consejos sobre cómo reponerte de una ruptura sentimental.

Soy clara: que te rompan el corazón es una puta mierda. Aunque luego sepas que se recompone, pero el escuchar como se resquebraja ese proyecto es de un dolor que a veces se hace muy cuesta arriba reponerse de él. Romper el corazón, pues también es duro, porque has de respirar hondo y tomar la decisión, verbalizarla y ver como la persona que querías se descompone frente a ti. Ah la culpabilidad.

Pero quizás no se habla tanto del dolor que puede producir la ruptura de una amistad, de la pena que invade cuando dejan de llamarte, cuando notas que te hacen el vacío personas que creías que eran tus amigas. ¿Qué ha pasado? ¿QUÉ HE HECHO?

En ocasiones sí que hay motivos de peso para que una relación de amistad se acabe. Eso no hay duda y no lo voy a discutir. Si hay traición, si no hay perdón, la relación debe terminarse por salud mental de ambas partes. También que no vivas en la ciudad donde te criaste , por la razón que sea, hace que esa noción de «amigos de la infancia» sea más complicado de mantener. Pero sabes que ese grupo, ese amigo SIEMPRE va a estar y se alegrará de verte. Eso – para mí- es un cambio en común de la relación. Está consensuado. Se ha adaptado a la situación.

Pero qué pasa cuando la relación empieza a congelarse de manera unilateral.

Cuando estás en ese grupo que consideras amigo, ves que cuentan cosas que no entiendes, chistes privados, hablan de situaciones recientes en las que no has estado,  poco a poco te apartas (o te apartan?), notas que no te preguntan por tu vida, que el chat de Whatsap está silencioso salvo cuando tú escribes. Monosílabos en las contestaciones cuando preguntas algo por mensaje privado. Fotos en las que no estás. Días de cumpleaños sin felicitación.

Te están apartando. Te estás apartando. ¿Qué está pasando?

Puede resultar que seas una persona resolutiva y decidas confrontar. CUIDADO. Te puedes encontrar con una luz de gas de manual cuando te digan que no pasa nada, que todo está en tu cabeza.

Pero sabes que no.

Entonces te marchas con tu pena. Porque sabes que no es tu lugar. Y piensas mucho, y te culpas, y en definitiva se te rompe un poco el corazón, porque lo que estás viviendo es una ruptura. El fin de una relación.

«Quizás es que no eran tan amigos como pensabas» te dirán . Pues a lo mejor, pero no alivia el dolor, quizás incluso lo acrecenta el sentirte la tonta del bote  que confió en personas que no lo merecían.

El fin de una relación de amistad a veces es agónico, es más difícil encontrar casos en los que haya comunicación fluida y te digan : «no quiero ser tu amigo» como pasa en las relaciones sentimentales. Simplemente ves cómo se muere, ves como se aleja el grupo o la persona a la que contaste tus inquietudes e hicisteis viajes chulos (o al menos a ti te lo parecían).

El sentimiento de soledad es posible que aparezca, pero aunque no lo veas, también un sentimiento de alivio. Porque dejas de angustiarte, dejas de agobiarte por no estar en sus planes, por tener silencios en las conversaciones y por no sentirte parte de ese grupo o no sentirte valorada por esa persona. Llega un poco de paz.

Te vas recomponiendo, tus pedacitos vuelven a su sitio, analizas tus errores (ay las toxicidades propias que no se ven!- qué melón también), priorizas, te priorizas. Y si se pide ayuda, pues se pide. Que no pasa nada. Sólo faltaba. El sentimiento de soledad, de traición, de desajuste vital se puede poner muy cuesta arriba.

Y se encontrará un nuevo grupo, alguien que se adecúe a tus tiempos, que sepa darte espacio, que se alegre de verte y de escucharte y que comparta tus secretos contigo. A lo mejor no es un grupo de personas tan grande, a lo mejor esa persona no es ni de tu propia ciudad ni la ves todos los días. Quién sabe dónde la conociste , ni en qué momento. Sólo sabes que con esa persona no te angustias, no te juzga y no te alteras. Y que al otro lado del telefóno encuentres una voz que te abrace.

Y así, verás que las amistades se acaban al igual que las relaciones sentimentales. Pero también descubrirás lo importante que es priorizarse, valorarse y así todo fluye un poco mejor. Será duro, no lo niego. Pero solo así se construyen los cimientos de las amistades reales. Algo muy a valorar hoy en día.

Pd. Ni confirmo ni desmiento que se me haya saltado una lágrima escribiendo este post. 

7 comentarios en “El duelo de la amistad”

  1. Esa luz de gas… me suena tanto. En el momento en que les dije a «esas personas» que creía que estaba empezando una relación con otra mujer, algo muy parecido a lo que escribes me sucedió. Casi punto por punto.

    1. Muchas gracias, Elvira, por tu comentario.
      La verdad es que esa sensación de vacío es atronadora, duele mucho. Espero y deseo que encuentres en tu vida a quienes te valoren tal y como eres.
      Un abrazo

  2. Me siento muy identificada con estas palabras, sobre todo por la luz de gas, no una, varias luces de gas.

    El dolor y la culpabilidad que yo he sentido han sido peores que una ruptura sentimental, porque, como bien dices, el final de la relación no es tajante y la muerte agónica duele más.

    1. La luz de gas es una manipulación que a veces puede parecer sutil, pero cuando crece en el tiempo, es una forma muy dura de tratar a las personas.
      Lamento mucho tu dolor, pero sé que ahora tras filtrar, estás rodeadas de personas con las que mantienes relaciones sanas.
      Un besico.

      1. Cada día agradezco tener a mi lado y al otro lado del teléfono gente con la que mi alma está en consonancia.

  3. Tengo pocos amigos. Los que sobreviven están lejos de mi casa. Otros con «conocidos». Tuve una semana de mierda (la guinda del pastel ha sido hace seis horas al toparme con mi último ex en Madrid (Gracias Isabel Díaz Ayuso, por invocar a las walpurgis con tus declaraciones) La relación con el actual tampoco anda muy boyante que diganos. Y la familia. Y el puto trabajo. Y una bronquitis mal disimulada. Y el tabaco ¿He dicho semana de mierda, no? Y resultó que un viejo amigo, de esos de los que compartes cama, gritos, análisis de VIH y alguna seroconversión, cervezas, malicias, confidencias y lágrimas (muchas) va y me llama y me dice que está de paso, que me suba a verlo. Que no me preocupe porque me queden menos de 100€ en la cuenta, que si consigo llegar me invita a comer. Y voy yo y subo a Madrid, y nos abrazamos, reímos, y le confieso mis peores pecados, y me mira y no me juzga. Me enseña la realidad con sus ojos. Y en vez de ponernos ciegos nos vamos al LL a ver travestis hasta la madrugada. Y nos vamos al campo y me ayuda a pasar el mono de nicotina. Y ahora voy de camino al rastro a pasar el rato con él antes de mi cita con el museo, cuando apenas he dormido una hora y el resto las he pasado con ansiedad por cruzarme con la bestia parda de mi ex. Eso es la amistad.
    En el lado malo recuerdo cuando rompí con una amiga el día que dije de subirme para poder hablar con ella del Alzheimer recién diagnosticado de mi madre. Respondió bostezando haciendo saber que «la había despertado» y disuadiéndome que no subiera que era demasiado esfuerzo (¿,para mí o para ella?) Sentí justo lo contrario que con este amigo. Una confianza traicionada, la indiferencia si no crueldad de la gente recibida por quién menos la esperaba.

    1. Juanjo, soy la autora del post.
      Me ha conmovido mucho la primera parte de tu texto porque , a pesar de todo lo malo, lo bueno brillaba, sobrepasaba cualquier mierda. Esa es la auténtica amistad, como bien dices.

      La segunda parte es una puñalada en el corazón directamente. Gente así lejos. Gente así, fuera de tu vida. Merecemos más, mereces más.

      Un abrazo

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