Vistos tres episodios de una de esas series que se anuncian a «bombo y platillo» como promesa de la comedia de la temporada y cosas por el estilo, el batacazo es aún mayor. El problema es que, si pasara desapercibida, algunos la rescatarían como joyita de la televisión, por eso de ser el que «la he visto yo primero y vosotros no»; «esto no lo anuncian en ningún blog de series y no lo ve ni el que se pasa el día en HBO con el botón del mando arriba y abajo». Pero no es el caso.
Está plagada de tópicos aburridos. Vistos ya millones de veces. Que sí, que será todo lo autobiográfica que queráis; otra cosa es que no aporte nada. Ni entretenimiento. Candela Peña está sobreactuadísima. Después de tres frases y quince mil gestos en la misma escena, pides que desaparezca. Los diálogos son blandos; cuando rozan lo escatológico dan vergüenza ajena y las escenas están montadas sin ninguna razón que las haga emocionar. El episodio de Los Pecos es soso. No aparece ni la sonrisa. Sueña con el pasado y se queda en una duermevela de forzado mensaje homófobo. Subraya innecesariamente los gestos de rebeldía, con un intento de liberar las ataduras sociales en unas situaciones manidas y reiterativas. Difícil que levante el vuelo. Podía haber sido un logro y es un resbalón. Suspenso en tacón alto.
Solo he visto el primero y me pareció un truñazo, tan pedantorro y encantado de conocerse como su omnipresente autor. Gracias por decir las verdades, que ahora parece que Bob Pop es James Baldwin resucitado.