Es la segunda pieza de las cinco que conforman el puzzle racial, libertario y deslumbrante de la serie dirigida por Steve McQueen, «Small Axe». También es un juego de cuerpos rozándose, de contagio musical, de cámara que circula entre esos cuerpos; esas paredes, esa fiesta. El director elige inventarse una celebración de cumpleaños para colocar unas imágenes donde las palabras sobren (los diálogos son muy concisos, cortantes a veces, no hay largas conversaciones), y la cámara se encamine hacia primeros planos de rostros, manos y pies contoneándose. En un prodigio de realización,
«Lovers Rock» es la exaltación de la imagen sonora. Y de la pasión. Donde parece no pasar nada. La causa, el motivo de la historia es muy sencillo. Pero la conclusión es mucho más honda. Unas personas de raza negra celebran un cumpleaños. Y la única vez que salen de ese entorno dos de las protagonistas, son amenazadas por unos individuos de raza blanca. Una de ellas vuelve. Se encierra de nuevo. La celebración es la salvación. Allí dentro surge el desencanto, la decepción y la atracción; la amistad, la música y la vida. Y, después, llega la resaca. A la mañana siguiente se ve la luz. Pero todo quedará pospuesto hacia un futuro indeciso. Aún así, queda la fiesta. Todo lo demás, se verá difuminado. Como la Historia. Sí, «Lovers Rock» es un espejo de mentes y cuerpos encarcelados que quieren vivir, divertirse, bailar. Ese es su mensaje. Y aquí, no se dice con palabras, sino con el mensaje que evoca la música.