Mucho más que querer hacer un recuento de lo bueno, regular y menos bueno de la pasada edición del Festival Internacional de Cine de Gijón, sería mucho más recomendable el pensar en la capacidad de respuesta ante su público y los profesionales del espíritu verdadero que hace que un certamen de estas características sea, no ya imprescindible en el panorama cinematográfico español, sino escaparate de una imagen de aspiración y estima ante unos trabajos al margen de los beneficios empresariales, comerciales y del gran público. Entendiendo no sólo los largometrajes como entretenimiento, sino con un grado de interés añadido: el de descubrir, siempre, nuevos universos creativos, bajo la firma de autor. Ante este paradigma, FICXixón se antoja como reflejo de acercarse a ver, muchas de las veces, un cine que asalta al espectador y le invita a investigar acerca del trasfondo del mensaje de estas películas. No es fácil, en este sentido, tal y como lo fue el año pasado, ponerse ante las pausadas imágenes de las dos películas ganadoras. «Vitalina Varela» fue, más allá del inmenso e inabarcable emotivo retrato de una mujer ante la pérdida del pasado reciente, una colección de imágenes de una factura pocas veces vista en el cine reciente. Se me antoja muy complicado, por no decir casi imposible, el rodar cada plano prácticamente a oscuras. Para acentuar el chiste fácil, además los actores son de raza negra, por lo que, aparte del par de secuencias a la luz del día, salir al cine de noche era un enorme respiro de luz. Terminado el certamen, se escuchan voces que elevaban el trabajo de Pedro Costa, por supuesto considerado todo un maestro, como uno de los mejores de la década. Habría que cuestionar este grado de premio, habida cuenta de la controversia que se suscita ante el dilema de lo puramente subjetivo; dando a entender lo que para unos es un trabajo determinante y, para otros, entre los que me incluyo, una película dada a un diálogo más que discutible. En ese sentido, la que a mi entender fue la gran perdedora del Festival, la película búlgara «Rounds», ofrecía detalles mucho más esclarecedores y accesibles para todos los públicos. Pero, trabajo cumplido: se trajo a Pedro Costa, llegó, le vimos y venció. Ninguna sorpresa para postrarse ante el director portugués.
Y es curioso, lo que en otros festivales de cine sería un trabajo desaliñado para incluirlo en la Sección Oficial, aquí cobra todo su acento y recobra el espíritu verdadero de los días de cine en Gijón (¡bravo!), que en ediciones de hace ya algunos años daba ser y entender a los días de mayor júbilo de este festival. Me refiero a la película norteamericana «Sword of trust». Llevándose el Premio al Mejor actor, para el chispeante (dentro y fuera de la escena), Marc Maron. Una película entretenida y, a ratos, bastante divertida, con un mensaje contundente acerca del presidente de su país y, por extensión, para cualquier otro. Ese cine fresco y con carácter eminentemente independiente, dio la nota discordante en un álbum poblado de dramas colectivos o individuales, matrimoniales y desastres político-sociales varios. No es culpa del Festival, sino culpa del cine reciente en general. Sería conveniente que los festivales de cine se plantearan incluir, entre sus secciones, una dedicada a la comedia. Daría respiro y fuerza.
El mensaje de falsa credibilidad ante lo que nos creemos y lo que nos venden, se retrata de dos formas muy diferentes en dos trabajos de la Sección Oficial. Por una parte, el estimable documental de Nanni Moretti, «Santiago, Italia», acerca de los refugiados en la embajada italiana en Santiago de Chile. Con varios momentos muy emotivos, el responsable de la muy notable «La habitación del hijo», elabora un cuidado estudio de los doce días de refugio de estas personas, con declaraciones también, como debe ser, de testigos afines al régimen.
Por otra, el trabajo de la debutante realizadora asturiana Elisa Cepedal, que más que un documental, es un conjunto de imágenes que, en su conjunto, devienen en algo que podía haber sido mucho más categórico. Su análisis se queda a medio camino de conseguir una investigación más profunda y vibrante, dado el tema que trataba.
La falta de identidad y el deseo de encontrar nuevos caminos, se ve perfectamente plasmado, en la película «El viaje de Lillian», que se llevó el Premio del Jurado Joven. Me parece admirable la labor de dicho jurado. Yo no soportaba más de veinte minutos despierto, ante una película que se me hizo innecesaria por su metraje y sumamente plana. Se ve que hay cantera en Gijón para tolerar muchas cosas más en los próximos años.
FiCXixón también dedica buena parte de su programación a un cine que cuida con esmero. El de animación. Este año, en su Sección Oficial, se encontraba la francesa «Las vidas de Marona», dirigida por Anca Damian. Con unas imágenes sorprendentes, sobre todo en su último tercio, quizá fuera un mensaje demasiado naif para ser incluido en la Sección Oficial de un festival; pero dada la importancia que se le otorga a la animación últimamente, siempre es interesante el ver largometrajes con unas ilustraciones tan diferentes a las que estamos acostumbrados, de la mano de Disney Pixar, los reyes de la animación contemporánea. Pero hay un hueco para una animación diferente e igual de genial, y esta película lo demuestra.
En definitiva, lluvia de cine para todos los gustos. O casi, dejémoslo ahí. Y, sobre todo, la alegría de saber y desear que un festival de cine tan singular, siga adelante. A pesar del presupuesto con el que cuenten, y este es su mayor logro, con ese gran trabajo de sus profesionales de prensa, programadores y demás personas que hacen de FICXixón lo que es: un reclamo para ver llover cine los últimos días de noviembre, y ofrecer una oportunidad de agitar las mentes, sorprender y pensar en nuevas disyuntivas del cine que no se lleva, pero nos trae Gijón todos los años.
Personalmente me atrae mucho más este festival que el de San Sebastián, las películas presentadas siempre me han parecido bastante más interesantes.