¿Porqué en su título primero leemos a Marianne y después al mito, y no al revés?. Porque se ha querido prescindir en recrearse sobre la figura hermética y oscura del gran autor canadiense, para iluminar la figura paciente de un amor llevado hasta los puntos suspensivos que separan la vida del más allá. Marianne Ihlen, la mujer noruega que vivió los mejores momentos de Leonard Cohen en la isla griega de Hydra durante algunos años de la década de los 60 del siglo pasado, constituye el modelo perfecto de compañera de una figura popular en la sombra. Que antes de cantante fue poeta, para iniciar sus pasos en la música bajo la sombra de la timidez y la media sonrisa, que elucubraría acerca de esa misteriosa personalidad, en un artista que ha llevado su influencia hasta más allá de su existencia. Cabe decir, al respecto, las más de 80 versiones de su «Hallelujah», que publicó en 1984.
A Marianne dedicó varias canciones, envió entradas para sus conciertos a lo largo de toda su vida, pero no cabía una relación juntos; porque Leonard Cohen vivía en un mundo oscuro, decía ser una persona libre. Era un mujeriego y, como muchos otros artistas, sus flirteos con las drogas condicionaron su vida. Creció como artista bajo la influencia de la contracultura dominante, para después refugiarse en la meditación y el estudio de la existencia, estudiando la Torá y retirándose a monasterios zen; el más largo de ellos, durante seis años. Además de poner su voz a un libro tibetano sobre los muertos y pedir consejos a líderes espirituales de todo el mundo. En Hydra, paraíso hippy en los 60 y refugio hasta hoy de muchos artistas, escribió dos de sus más celebradas canciones: «So long Marianne»(1967) y «Birds on wire»(1969). El adiós siempre en sus letras y en el devenir de su vida. Una historia cuyo ángel de la guarda era la religión. El tiempo, el significado de la vida en común y los seres queridos.
Recuerdo uno de sus conciertos en Madrid. Sus palabras de despedida fueron: «He sido muy feliz con ustedes esta noche; pero me queda poco camino por recorrer. Vayan a sus casas y en compañía de sus seres queridos, sean felices». En este documental no verán datos y fechas sobre sus canciones y el recorrido de su influencia musical a lo largo de los años. Trata sobre esta historia de amor, que fue una despedida casi desde el principio y un reencuentro constante en la distancia. Y, sobre todo, dar luz a esa escondida, extraña e inolvidable historia. Entre sus galardones y reconocimientos se encuentra El Premio Príncipe de Asturias en 2011. Busquen y escuchen su emocionante y memorable discurso. Su generosidad se volvió en su contra. En 2009, durante un concierto en Israel, no sólo donó los importes de las entradas para la paz entre Israel y Palestina, sino que se atrevió a recitar, al final del concierto, la Birkat Kohanim, una bendición rabínica, proveniente de su formación en el judaísmo. La cruz le llegó en 2005, tras una relación íntima con su representante, Kelley Lynch, descubrió que le había estafado 5 millones de dólares. Desde ahí, el músico volvió a los escenarios para recuperar el dinero perdido, falleciendo el 7 de noviembre de 2016, tres meses y medio después que Marianne. Si Dylan ganó el Nobel (en mi opinión, merecídamente), también lo podía haber ganado Leonard Cohen. ¿No creen?.