¿Qué es peor cuando quedas con un tío: que te hable de su ex o que lo haga sobre aspiradoras? Yo no tengo clara la respuesta, pero ambas me ponen los pelos de punta y, por supuesto, he vivido las dos situaciones.
Cuando estás en el mercado de nuevo, te planteas cosas como, por ejemplo, retirarte espiritualmente al monasterio más lejano del archipiélago septentrional; hacerte una operación de extirpación de gónadas para colgarlas en el árbol de Navidad; preguntarte qué has hecho mal y por qué el karma actúa tan vilmente contra tu persona (sin ir de víctima ni nada de eso, que aquí todos hemos tenido lo nuestro) o tomarte un tiempo para reequilibrarte y volver a la vida como si nada hubiese sucedido. Yo suelo optar por esto último, pero no siempre lo consigo.
Cuando, a priori, tienes una segunda cita con alguien que yuxtapone dos frases seguidas sin perderse en el limbo de los comentarios absurdos y sin sentido, sientes que, quizá, has encontrado la aguja en el pajar y, encima, sin pincharte, pero cuando ese alguien comienza a hablar de que se le ha roto la aspiradora y te enseña fotos que ha hecho recientemente a unos modelos de El corte inglés todo empieza a desmoronarse por completo. De repente, el vaso de cerveza que tienes delante empieza a resudar, al igual que tu frente; la silla de hierro en la que estás sentado se hace cada vez más y más incómoda, como si la estuvieran calentando por debajo para marcarte el culo cual res con la siguiente frase: «Si empieza a darte detalles de que la quiere con indicadores luminosos de llenado del depósito: HUYE.» Cuando, además, te dice que se tiene que ir antes de tiempo porque ha quedado con un amigo para que le lleve al Media Markt a comparar precios y modelos, justo ahí, hace que quieras cagarte en la raza masculina y luego taparla con arena como si fueras un gato.
Sabes por un tercero que tiene interés en ti porque, como si estuvieras en un corrillo del colegio, le has preguntado: «Oye, ¿y te ha dicho si le molo?», y el tercero, que nos conoce a los dos, te ha dicho: «Sí, le gustas.» Juegas con esa ventaja y hace que todo tenga menos sentido aún.
Antes de que se acabe el tiempo y tenga que salir corriendo cual cenicienta de las aspiradoras, te miras en el cristal de tu propio móvil, pensando que, quizá, se te ha puesto cara de vendedor de El Corte Inglés y no te has enterado, pero no… Acto seguido, te despides con un «Ya hablamos», pero en realidad piensas: «Aspírate a ti mismo y desaparece.» Entonces llegas a casa, miras a tu alrededor y empiezas a tener celos del frigorífico, del secador de pelo y hasta de la tostadora. Todos ellos se convierten en potenciales rivales y notas que, por lo bajini, se están riendo de ti a kilovatios de potencia. La lavadora abre su boca en forma de agujero negro y te dice: «Eso te pasa por estrecho y por no acostarte con él a la primera de cambio.» Y tiene razón ya que, si vas lento porque vas lento y si vas rápido porque vas rápido. La gente pierde interés con facilidad si no hay carne y tú…, tú te das cuenta de que lo que pierdes es el tiempo.
Y por la noche, ya en mi cama, cierro los ojos e imagino al chaval teniendo sexo con su aspiradora nueva. Visualizo como mete de raíz su polla por el reluciente tubo y le da al «on» mientras pone los ojos en blanco; y yo lo único que quiero poner en blanco es la mente, para no pensar en lo nefasto del panorama. Entonces, alargo la mano, palpo la pared, encuentro el enchufe y me desconecto del todo.
¡Qué situación tan difícil! Yo sin embargo huyo de los que tienen conversaciones profundas en la segunda cita. Alguien que se desnuda emocionalmente frente a un desconocido me resulta muy complejo de gestionar.
Yo ni una cosa ni la otra. Tampoco me gusta que se desnuden emocionalmente a la primera de cambio. Todo a su tiempo… ¡Gracias por comentar!