En el vasto universo de las tendencias sociales, a veces emergen conceptos que parecen sacados directamente del baúl de los recuerdos. Uno de estos conceptos es el de las «tradwives» o «esposas tradicionales», un término que suena tan anticuado como los corsés y los sombreros de ala ancha. Pero no se trata de una broma, sino de una corriente que, lamentablemente, está ganando adeptos. Y es aquí donde debemos levantar la ceja y preguntarnos: ¿Qué está pasando?
Las «tradwives» promueven una vuelta a los valores tradicionales, donde las mujeres asumen roles domésticos sumisos, enfocándose en ser amas de casa y cuidadoras obedientes. En otras palabras, una vida donde el máximo logro es mantener la casa impecable, tener la cena lista a las seis y sonreír, siempre sonreír. Si bien hay quienes encuentran satisfacción en la vida doméstica, el problema radica en la imposición de este modelo como el ideal único y absoluto.
Para entender mejor el peligro de esta tendencia, echemos un vistazo al pasado, específicamente a la «perfecta mujer nacional» que se promovió durante la dictadura franquista en España. En esa época, el régimen de Franco impuso un ideal de mujer basado en la sumisión y la domesticidad. Las mujeres eran vistas principalmente como esposas y madres, cuyo deber era cuidar del hogar y de la familia, siempre bajo la tutela y autoridad del esposo.
Este modelo de «perfecta mujer nacional» no solo limitaba las oportunidades y libertades de las mujeres, sino que también justificaba una estructura social profundamente desigual. La educación femenina se centraba en aprender tareas domésticas y en prepararse para ser buenas esposas, relegando a un segundo plano su desarrollo personal y profesional.
Es fácil ver por qué este concepto puede ser atractivo para algunos: ofrece una ilusión de simplicidad en un mundo caótico. Pero ¿a qué precio? Volver a un modelo que encasilla a las mujeres en roles limitados y subordinados no es solo un paso atrás en términos de igualdad, es un salto mortal hacia una era de desigualdad y opresión.
El auge de las «tradwives» no solo romantiza un pasado que nunca fue tan idílico como algunos quieren recordar, sino que también revalida comportamientos y actitudes que son, francamente, peligrosos. La idealización de la sumisión femenina puede abrir la puerta a justificaciones de la violencia de género y perpetuar una cultura de desigualdad por razones de sexo.
Más allá del absurdo, hay un peligro real en esta tendencia. Fomentar la idea de que las mujeres deben «quedarse en su lugar» puede llevar a justificar actitudes y comportamientos que hemos luchado durante décadas para erradicar. La violencia de género, la desigualdad salarial y la discriminación no son conceptos abstractos; son realidades que muchas mujeres enfrentan a diario.
Adoptar el modelo de «tradwife» no solo es inadecuado, es perjudicial. En lugar de avanzar hacia una sociedad más igualitaria, retrocedemos, reviviendo fantasmas del pasado que deberían haberse quedado allí.
En un mundo que todavía lucha por la igualdad de género, es crucial cuestionar y desafiar conceptos como el de las «tradwives». No se trata de juzgar las elecciones personales, sino de reconocer y denunciar las implicaciones sociales de idealizar un modelo que promueve la sumisión y la desigualdad.
Por lo tanto, la próxima vez que alguien te hable de las virtudes de ser una «tradwife», tal vez sea el momento de invitarles a una conversación sobre el siglo XXI, donde la igualdad, el respeto mutuo y la realización personal están en el centro del hogar, y no confinados a una cocina inmaculada.