Cada junio, las calles de muchas ciudades alrededor del mundo se llenan de colores, música y alegría. El Mes del Orgullo se ha convertido en una celebración vibrante y visible, donde el colectivo LGTBI+ muestra su diversidad y su derecho a ser quienes son. Sin embargo, en medio de esta euforia, es crucial que no olvidemos el verdadero significado y propósito del Orgullo.
El Orgullo no nació como una fiesta. Su origen se remonta a las revueltas de Stonewall en 1969, un levantamiento contra la brutalidad policial y la discriminación sistemática hacia las personas LGTBI+. Fue un acto de resistencia, un grito de desesperación y de exigencia de derechos básicos. Desde entonces, innumerables personas han luchado, sufrido e incluso perdido sus vidas en la búsqueda de igualdad y justicia.
Hoy, el Orgullo a menudo se percibe como una gran fiesta. Y aunque celebrar es importante, es vital recordar que no se trata solo de divertirse, drogarse y follar. La superficialidad puede desviar la atención de los problemas reales que aún enfrentamos. Vivimos en tiempos donde el auge de la extrema derecha y la intolerancia son amenazas tangibles que ponen en peligro nuestros derechos y libertades. Cada día vemos retrocesos en derechos adquiridos con tanto esfuerzo, y debemos estar más vigilantes que nunca.
Es crucial reflexionar sobre hacia dónde vamos como comunidad. La lucha por la igualdad está lejos de haber terminado. Los derechos que tenemos hoy no están garantizados para siempre. En muchas partes del mundo, las personas LGTBI+ siguen enfrentando violencia, discriminación y marginación. Y en nuestra sociedad, la amenaza de perder lo que hemos ganado es real.
Además, no debemos olvidar los riesgos de salud que persisten. Las enfermedades de transmisión sexual (ETS) siguen siendo una realidad que no podemos ignorar. Es vital fomentar la educación y la prevención para proteger nuestra salud y la de quienes nos rodean.
El Orgullo debe ser un momento de celebración, sí, pero también de reflexión y acción. No podemos permitir que se convierta en una mera excusa para el desenfreno y la superficialidad. Debemos recordar a quienes vinieron antes de nosotros, a quienes lucharon y sacrificaron tanto para que hoy podamos vivir con más libertad. Y debemos asumir nuestra responsabilidad de continuar esa lucha, para garantizar que las futuras generaciones puedan disfrutar de los mismos, o mayores, derechos.
Este es un llamado a todos, dentro y fuera del colectivo LGTBI+. Es un llamado a ser conscientes, a educarnos, a luchar juntos contra la intolerancia y la injusticia. Porque el Orgullo es más que una fiesta. Es un símbolo de nuestra resistencia, nuestra lucha y nuestra esperanza por un mundo mejor y más justo para todos.
Mi posición respecto a lo que representan las celebraciones del orgullo hoy en día es ambigua. Sí, creo que la reivindicación ha degenerado en una amalgama de intereses crematísticos a cuyos productores poco o nada le importan que nos maten a hostias o nos matemos de sobredosis, siempre y cuando se hayan cobrado sus servicios con nuestro dinero. Eso ha estado desde casi siempre…
Pero también creo que la reivindicación existe y es necesario que exista en la fiesta, por eso de «si no les gusta tu pluma, clávasela». Todavía hay gente que se pregunta ¿por qué celebráis un orgullo?¿no está todo conseguido?¿orgullo de qué?¿para cuándo un orgullo hetero? Lo que deja ver el nivel de la catetada que vivimos. Se nos tolera un mes de celebraciones pero debemos seguir viviendo con orgullo todo el año, y para eso hace falta algo más que banderitas, cubatas, mojitos, rayas de MF y poquitos de G. Hace falta cojones y ovarios. Y de eso nos sobra, llevamos la puta vida ejercitándolos como si fuera el gim.
Me duele escucharme en mi discurso de vieja pero ya hace 20 años que tengo 20 años y no puedo escaparme de mi tiempo: ya soy una antigualla. La realidad es, como si fuéramos mutantes, que siempre nos va a odiar alguien: cercano, ajeno, imbécil, supuestamente inteligente, da igual: no vas a complacer a todos. No importa lo que hagamos. No hemos tampoco venido a este mundo a vivir una vida que les complazca a otros, más que a nosotros mismos. Así que, más pronto o más tarde, aprendes la cruda realidad, te lías la manta a la cabeza y tiras p’alante. Aprendes que el discurso de odio es transversal, psiquiátrico, patológico, social, religioso, administrativo, legal… Adquiere diferentes nombres y formas como La Bestia. Y evoluciona. Los insultos con los que nos pretendían herir hace treinta años los hemos resignificado, pero han aprendido otros nuevos ¿Han aprendido los jóvenes a defenderse como lo hicimos nosotros, desde la cultura, la inteligencia, la política, la ironía…? Me temo que no. Saben muchas cosas y viven su sexualidad con una naturalidad que me pasma, pero no tienen la coraza que nos creció a nosotros. Vale que no vienen corriendo a buscar ayuda a sus mayoras -ni nosotros nos tiramos en plancha hacia ellas, salvo para lo obvio-, son autónomos cual millenials o Zs (o ya futuros alfas), pero ¿Qué pasará cuando ya no estemos sus abuelas por aquí rondando?¿Cómo van a aprender a defenderse como lo hicimos nosotros?¿De verdad vais a tener que aprender por las malas lo que aprendimos antes? El orgullo es una buena oportunidad para lucir el mejor traje que le sienta a una maricona : el de infiltrada (total, se ha pasado media vida armarizada). Mientras voy de loca disfrutona de las fiestas, por dentro hay una anarquista que ve antes que ninguna todas las trampas que se le ponen por delante. Ser mariquita es de lo más antisistema que te puedas echar a la cara: desde que naces, tienes a todo el orden social en tu contra. No olvidemos esa violencia. Nacimos para reventarlo, porque…sí, nosotras ya quisiéramos vivir tranquilas, con nuestro novio e hijos -como cualquier relación burguesa medio decente-. Qué curioso que se haya convertido en un imperativo casi imposible de conseguir, fuente de neurosis varias. Mira que se empeñan en ponértelo difícil. No cabemos en los zapatos que nos han dado y tenemos que inventar un calzado nuevo para nosotras. «La fiesta» es otro zapato a medida diseñado por otro. Menos mal que estamos nosotras para hacerle unos arreglillos…
Gobierno e instituciones trabajan su imagen con la ayuda de un absurdo coach. Este les sugiere que lo mas efectivo de cara a la ciudadanía es centrarse en la «compasión» que da muy buenos resultados y te hace parecer cercano y comprometido. A cambio a los colectivos LGTBI se les otorga el favor de tener voz, voto y representación incluso facilitando el emplazamiento de un local para su sede y organización, eso si, siempre en el lugar mas degradado de la ciudad, allí donde este Gobierno y sus departamentos tienen su campo de acción en temas de integración, exclusión e incomodidades sociales. Allí donde los ciudadanos están controlados en su getto viviendo al margen porque su existencia y su imagen desvelan su total ineptitud. Allí donde la gente habla una extraña jerga y utiliza una inexplicable palabra: “ORGULLO”.
Es un poquito 1984. Vaciamos de significado a las palabras o las invertimos. Teme al Ministerio de la Paz. En ese sentido siempre ha habido dos corrientes en los movimientos LGBTQ+: el integracionista y el revisionista. ¿Quieres integrarte en la sociedad o cambiarla? El primero es donde verás a las asociaciones con representación en el sistema, el segundo es el terreno de lo queer. Ambos puntos de vista tienes sus pros y sus contras. El queer puede «fiscalizar» las acciones del lgtbiq+ institucionalizado hacer de pepito grillo, que falta nos hace. La fuerte raigambre antisistema del queer puede moderarse por el otro (¿Lo consigue? Puesss…no, querides)
Una vez finiquitada la etapa societal del PSOE entre discursos antitrans de filósofas y apologetas de asociaciones de camioneros…creo que es útil, legítimo e incluso práctico follarnos a todos, sea del carné que sea. Que haya grupos LGTB en todos los partidos (ya, a ver la cara que ponen para defender las posiciones del PP o de VoX…) pero debemos ser transversales, propagarnos en política como una buena ITS, que de eso sabemos algo. Y, desde ahí, defender lo nuestro, sabiendo de una puñetera vez que LO NUESTRO no tiene por qué que ver con los intereses de la mayoría de promotores del fi€storro del orgullo.
Y también bajarnos de la peana. Si tu quieres que una asociación funcione contribuye con ella económicamente. Creo que el discurso de la subvención de las asociaciones está de más. Sí, las convierte en audiencia cautiva del cacique de turno en el ayuntamiento, comunidad o estado. Pero no esperes que funcionen con cierta autonomía, o independencia política si no contribuyes a ella más allá de criticarlas. La existencia de estas asociaciones es necesaria, por su labor asistencial primero y segundo, por muy infiltrados que este en cada partido los LGTBIQ, nunca hemos de olvidar que el movimiento LGTBIQ es un movimiento social y político más allá del credo político del momento. En los 60 y 70 fue revolucionario y en los 80 y 90 necesitaron coordinarse y enfrentarse (ACT UP) al sistema con el tema del SIDA, pero siempre han existido fuera de la estructura política y una parte debe estar allí. Cómo dicen los americanos, poner los huevos en distintas cestas. No arriesgarnos sólo con una apuesta.