<<It’s you I love and not another
And I know our love will last forever
You I love and not another
And I know we’ll always be together
Some have one love, two and three love
Four and five and six love
But I believe in one love>>
«One Love»
Massive Attack
Este viernes se estrenará en España (por fin) la última película de Cristophe Honoré, «Vivir deprisa, amar despacio», que si bien no es una buena traducción de «Plaire, amer et courir vite», si te puede dar un poco las pistas de qué estamos hablando.
La fecha,1993. Y algo que puede resultar extraño, es crucial para entender ciertas circunstancias de los protagonistas. No pienso destriparte más, mejor acercáte al cine sin ver siquiera el tráiler o leer alguna crítica. Más allá de la nuestra, claro. Sólo que un año más tarde se estrenó una película que sirvió para normalizar uno de los argumentos de la trama…
Se trata de una historia de amor (algo que ya te desvela el ritmo frenético de los créditos iniciales y la canción acertadísima de Massive Attack), entre dos personajes entre dos hombres. Sí, eso es importante para la historia. Y espero que conectes y lo puedas entender. Si yo, maricón de pro, me he emocionado con pelis donde «chico-conoce-a-chica», no creo que haya problemas para entrar en la trama de la película. Jacques, un escritor a punto de entrar en los 40 acaba encontrándose en su devenir con un estudiante bretón de 22 años, Arthur. Fin. Ahí podría quedar la sinopsis libre de spoilers.
El resto, es el desarrollo de esa relación entre ambos personajes, con un Pierre Deladonchamps dando carne a un Jacques inmaduro, odioso, sólo preocupado por sí mismo y al que, a pesar de todos, le coges un cierto cariño. Un casi cuarentón que ha vivido deprisa sin haber aprendido a amar despacio, (querer, entregarse de verdad, algo más allá de lo que sería el ideal del amor) a nadie más que a sí mismo, que parece que sólo le interesa lo que os demás puedan aportarle a él. Memorable son ciertos diálogos que mantiene con uno de sus amantes, su vecino y amigo (increíble Denis Podalydès) o cómo trata a su propio hijo. A pesar de esas aristas (o gracias a ellas), te identificas en cierta manera con él, con esa inmadurez que los adultos-niños tenemos hoy en día (y en especial en el mundo gay, donde tener 50 años y la edad sentimental de un quinceañero es lo habitual).
La parte amable del film se la llevaría Vincent Lacoste (Arthur), un trasunto del Elio de «Call me by your name» pero más maduro y con una seguridad ante lo que te depara el amor, el unir a dos seres y a sus dos mundos. Si en Elio veíamos al adolescente inquieto, con Arthur nos encontramos con un joven que ya ha dado varios pasos, que, aunque le queda camino por recorrer, sabe lo que quiere y dónde conseguirlo. Sin remordimientos.
Tanto uno como otro viven su vida, el sexo y las consecuencias de sus actos de una forma libre y sin aspavientos, sin melodramas innecesarios y que es de tanto agradecer de ver en las pantallas. Hartos de tragedias innecesarias, nunca se le reconocerá lo bastante a en un cine, en especial, el francés, en desarrollar historias con una naturalidad semejante a un rodaje de la realidad a cámara oculta.