Yo también tengo miedo, sí. Mucho y a muchas cosas. A lo que se nos viene encima, como ya argumentaba nuestro compañero/redactor MM en su artículo: ‘Tengo Miedo’. También pienso que si ponemos de nuestra parte muchos de esos temores (fundados) se pueden evitar. Aún creo en el ser humano, en su capacidad de reflexión, de reinvención y reinserción y que somos mayoría los que miramos atrás con el recelo suficiente como para saber que aquellos errores cometidos, en nombre de una España grande y libre, tuvieron como pago decenas de miles de muertos por disparos, por bombas, por hambre…Por una voz de mando.
No hablo hoy de ese miedo, no. Hablo de otro más profundo por individual aunque imagino que la mayoría de lectoras/es habrán sentido alguna vez algo parecido. Quizá lo estén padeciendo en este mismo momento. Aquí y ahora. Hablo del miedo a la pérdida cercana. Miedo a la muerte, pero no a la de uno mismo. Ni siquiera hablo de la muerte física. Verbalizo el temor a quedarte huérfano de referentes; a ver pasar el tiempo y con él esa tabla de salvación que siempre serán tus padres. Hay gente que se da cuenta demasiado tarde. Todos pasamos por esas fases vitales: sentir su protección y acomodarse en ella, compararlos con tus héroes favoritos, rebelarse contra sus mandamientos, por aquello de ir perfilando tu propia personalidad, renegar incluso de ellos para volver a enamorarte de su amor eterno, real y único. Y tener miedo.
Ya me sequé de lágrimas hace años con la desagradable partida de mi padre. Esperada, sí, pero demasiado acelerada y cruel. Hubo tiempo a asimilar lo justo. Con el tiempo el corazón hace su trabajo y lejos de mirar atrás con tristeza, haces del dolor un rosario de recuerdos, casi todos agradables, que se traducen en una ligera sonrisa cuando te enfrentas a situaciones que recuerdas calcadas a las vividas con él. Todo está dentro de la normalidad. Aún queda tu madre, así que sigues aferrado a su timón, a sus caricias, consejos y broncas; a su forma de querer, sin contemplaciones, a hijos y nietos. Ahora la escuchas más y asientes cómplice ante sus propios miedos, su soledad…Todo dentro de la normalidad, hasta que comienzan los primeros síntomas de enfermedades propias de la edad. Ahí es cuando te deshaces vivo. La mayoría de las dolencias, repito que propias de la edad, no son nada grave, tienen remedido a corto plazo aunque a ti se te hagan un mundo. Más que a ella, estoy seguro. Ella lo único que quiere es no molestar mucho a sus hijos. No enfermar para depender. Irse en un trasluz, sin hacer ruido. Todo dentro de la normalidad…
Pero amigo, todo eso que puede ser asimilable, en mayor o menor grado, se queda en nada cuando lo que enferma es la mente. Cuando se establece, paso a paso, esa cruel memoria de pez. Cuando notas que ha llegado otro brote de demencia y tu madre no sabe ni dónde está, ni quien eres. Ni quien es su propio hijo. Imagino que las primeras fases de la enfermedad son así de impactantes y que conforme avanza el tiempo te vas situando en el contexto que te toca: ser tú quien cuide de tu guardiana. Pero la primera, la segunda o la tercera vez (quizás todas, no sé) aterrorizan. Te da por pensar en lo injusta que es la vida para con aquellas personas buenas. Y lo peor, imagino, está por llegar. Por eso, en la medida que me permite el tiempo, me siento a su vera para preguntarle. Ella me cuenta cosas de su niñez, historias tremendas sobre la pobreza y el hambre. ¡Qué vamos a saber nosotros de eso! Yo las anoto. Lo mismo me da por escribirlas un día. Quien sabe.
Tiempo, veneno y antídoto
Gira el mundo un día más para los que se creían invencibles. Amanece un día más cuando todo se pintaba de imposible. Parece que ahora hay que estar preparados para escucharte hablar en un cassette y que lo peor no sea el tiempo que hace de… sino que hay días que no recuerdo tu voz. Ese es mi dolor. Ver que te esfumas es mi dolor. Pasa el tiempo y tú con él con los años languideces. Olvidamos que al final el silencio se hace fuerte entre paredes. Los días que vuelves son diferentes son refugios breves, que se extinguen después. La memoria no se rinde pero advierte que ya sabe cuál es su dirección. Ese es mi dolor. tiempo, veneno y antídoto. Ese es mi dolor. Pensarte es tocar arena en el viento ruido disperso. Las estaciones se vuelven lugares simétricos giran lento. Ese es mi dolor. Tiempo, veneno y antídoto. Ese es mi dolor.
Cuanto te comprendo y te apoyo Mocico porque en mi familia tambien lo estamos pasando asi.
Solo puedo desearos lo mejor, que todo vaya con mucha paz y amor.
Me has hecho saltar unos lagrimones como panes.
Y cuántas familias pasan por ese doloroso proceso .Empiezo a ser consciente de ello . Y cada uno ponemos el remedio a tales padecimientos en la medida de nuestras posibilidades pero ,mientras tanto ,la sociedad mira hacia otro lado y niega la vejez y la decadencia como si fuera posible una vida sin ambas . Al final todos somos conscientes de la importancia que tiene eso que llamamos los seres queridos porque en ese adjetivo está la clave que nos puede blindar ante la soledad , el más temible de los epílogos . Gracias por tus palabras y por tu sensibilidad .
Ay!
Por aquí otra familia con más con lo mismo.
El amigo alemán de mi madre se está llevando los recuerdos, las rutinas, e incluso la esencia misma de mi madre: su amor por nosotros, su bondad, su higiene. Su alma.
Y seguro que mucha gente me contestará que el alma no se va, que está ahí escondida, y tengo que mirar bien. Y al mirar un cascarón vacío, sin los recuerdos que conforman una vida, una familia, unos vínculos, lo único que veo es que por su lado ya se han soltado todas las amarras, y únicamente yo recuerdo lo que ha sido, lo que hemos sido juntas, y la una para la otra.
Ella es mi madre, pero ya no lo es. Yo soy su hija, pero ya no lo soy, porque no existo para ella.
Simplemente otra familia más de tantas que hacemos, como tu familia, este mismo viaje. Te mando ánimos, seguimos luchando.
Por aquí otra familia con más con lo mismo.
El amigo alemán de mi madre se está llevando los recuerdos, las rutinas, e incluso la esencia misma de mi madre: su amor por nosotros, su bondad, su higiene. Su alma.
Y seguro que mucha gente me contestará que el alma no se va, que está ahí escondida, y tengo que mirar bien. Y al mirar un cascarón vacío, sin los recuerdos que conforman una vida, una familia, unos vínculos, lo único que veo es que por su lado ya se han soltado todas las amarras, y únicamente yo recuerdo lo que ha sido, lo que hemos sido juntas, y la una para la otra.
Ella es mi madre, pero ya no lo es. Yo soy su hija, pero ya no lo soy, porque no existo para ella.
Simplemente otra familia más de tantas que hacemos, como tu familia, este mismo viaje. Te mando ánimos, seguimos luchando.
He visto morir a tres de mis cuatro abuelos con esa enfermedad. A base de tenerla delante ya pienso con ella con más cabeza que sentimiento. Por la tendencia familiar, calculo que me quedan unos 10 años hasta que haga presencia en la siguiente generación, y ahí me tocará estar.
Otra duda es quién estará el día que yo sea el enfermo.
Un saludo.