Murakami y su último rosario de soledades. “Hombres sin mujeres”

“Yo ya sé qué se siente siendo el segundo hombre más solo del planeta. Pero todavía ignoro qué se siente siendo el hombre más solo del planeta. Entre la segunda y la primera soledad discurre un hondo abismo”

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“Hombres sin mujeres” es el último libro de Haruki Murakami (Kioto, 1949). Una nueva cadena de relatos que nos regala el escritor japonés tras su novela de 2013 “La peregrinación del chico sin color”, trabajo que no he tenido la oportunidad (ni las ganas) de leer después del atracón, a mano armada, que me supuso el mágico, pero empachoso,”1Q84”. Un mucho de las aventuras de Aomane y Fukaeri, en esa novela, o de la Naoko de “Tokio Blues” nos encontramos en algunas de las fábulas recopiladas para la ocasión. Es éste un nuevo catálogo, amplio y variado, de soledades puestas al servicio de aquellos fans que veneran su manera de escribir y que  también será del agrado destructivo de sus muchos detractores, que los tiene. Yo mismo he padecido esa doble sensación de amor y odio (tedio) que supone la lectura de alguna de sus obras. En este caso reconozco que he estado a punto de abandonar este “Hombres sin mujeres” en más de una ocasión y es que, aunque es un gran contador de historias, Murakami es un escritor propenso a la dispersión, a la  escritura enredadera que luego no conduce a nada. Tanto con la trama y la propia personalidad de sus, casi siempre, atormentados personajes, uno tiene la sensación de estar drogado; entrando y saliendo, constantemente, en mundos tan reales como imaginarios. Pero este escritor pop tiene la habilidad de dejarte en estado vengativo con una sola frase y es lo que te obliga a seguir. Entre estos siete cuentos podría destacar tres; “Sherezade”, “Un órgano independiente” (brutal el desarrollo del personaje principal y el desenlace de un hombre que pierde a la única mujer a la que ha amado) y “Kino”. En este último caso se mezclan el jazz, las heridas del amor, ocasionadas por la deslealtad y el abandono, los capos y una vagina tatuada por quemaduras de cigarrillo. Hasta aquí todo se desarrolla según lo establecido por el imaginario del autor; no hay sorpresas ni nada que creas no haber leído antes. Pero es el último capítulo el que te desarma entero  y te deja mirando al techo de la habitación durante mucho, mucho tiempo. El libro finaliza con una especie de relato/resumen de todo lo leído anteriormente. Y es que un día cualquiera pasas a ser un hombre sin mujer, un animal abandonado y asustado. La muerte real, o la muerte en vida de una relación que termina, hacen que te arrincones huyendo de una tristeza que, por mucho que te empeñes, se queda en ti para siempre. Se va el amor de tu vida, ese que sabes que ES el verdadero amor de tu vida.  Ese que no entiende de consuelo ni aunque encuentres otro nuevo amor de tu vida. A partir de esa primera pérdida seguirás pensado que, tarde o temprano,  esa otra persona, nueva, también desaparecerá. Todo son  metáforas vestidas de soledades, únicas e intransferibles…