Sin apenas trascendencia en los medios españoles, el jueves de la semana pasada murió Pedro Lemebel en Chile a los 62 años. Escritor de algunas novelas y muchos relatos, protagonista de bastantes perfomances pero también luchador por la cultura a pie de calle, recorriéndose media America del sur. En realidad no hubo obra artística más importante que él mismo.
Salvaje y libre hasta llegar a ser revolucionario cuando más difícil era serlo (en plena dictadura de Pinochet), su pluma (en todos los sentidos posibles) es de las más certeras, lúcidas e inclasificables de los últimos cincuenta años en cuanto a las letras en castellano se refiere. Tengo claro que si no fuese por el mariconeo, este tío hubiera llegado a lo más alto en cuanto a reconocimiento social, porque el artístico ya lo tiene. Con solo leerte unas líneas te das cuenta. Hay gente que lo tiene y hay gente que no.
Si es tan bueno…¿Cómo es que no lo conozco? Te preguntarás…Evidentemente, porque Lemebel no es un artista cómodo, ni vendible, ni llevadero, ni fácil…Por eso sólo con el éxito internacional de «Tengo miedo torero» empezamos a saber de él y del alcance de su figura. Por eso el premio nacional de su país le fue negado. Y por eso es muy posible que después de muerto, alcance la inmortalidad y no será porque no se la merece. Leer estos días los mensajes que le dejan los fans enfervorecidos y rotos en su perfil de facebook es de esas cosas que no se olvidan.
Su lectura sí es fácil, eh? Que nadie se equivoque. Es fresca, ágil, divertida y mariconísima, pero detrás del mariconismo hay mucho trabajo, mucho esfuerzo, mucho sufrimiento en una vida dura pero llena de dignidad…Y de risas, pero sobre todo de valentía.
Lemebel es el ejemplo perfecto que los maricas ortodoxos odian, porque él no quiere ser aceptado a lo heterosexual, sin pluma y modosito; Lemebel es brutalmente Lemebel y aunque de pensamiento izquierdista, cuasi revolucionario, se mantuvo alejado de dogmas, plataformas y corporaciones ideológicas que pudieran domar un talento como se ha visto poco. Parece increíble que alguien tan transparente en su mariconeo, tan directo y tan honesto haya podido sobrevivir en una sociedad megapatriarcal como la chilena, pero así ha sido y eso casi lo convierte en una reliquia a la que admirar. Tengan claro que si hubiese nacido en los USA se le nombrarían como fuente de inspiración, ídolo y dios profano.
Lemebel también es su propio personaje y hace difícil distinguir entre realidad o ficcíón cuando cuenta escarceos amorosos con los machos más lumpen en un intento por sobrevivir de la manera más marica e inteligente posible. Me cuesta mucho elegir uno solo de sus libros aunque sí tengo que hacerlo sería una trilogía; Tengo miedo torero, Loco afán y Adiós mariquita linda.
Y ahora uno de sus últimos relatos. Corran a por kleenex que se van a empalotar. No les va a durar na y lo disfrutarán mojando las bragas con cada frase. Sean buenos y denle una oportunidad:
Era como un CRISTO
Y fue a mediados de los noventa, cuando me invitaron a la inauguración de una biblioteca cerca de Santiago. Entonces yo vivía en la comuna de San Miguel, por eso me fue a buscar un joven en una camioneta, y cuando abrió la puerta y me dijo suba, vi su cara seria y sin afeitar que bordeaba los treinta años. En el trayecto no me dirigía la palabra, evitando mirarme al manejar bruscamente por la Panamericana sur, y después, doblar por un callejón oscuro rumbo a Lo Espejo.
El camino sin pavimentar estremecía el vehículo, y una incómoda tensión nos mantenía mudos mientras la camioneta saltaba dando tumbos por las piedras. ¿Tiene fuego? ¿Se puede fumar aquí?, lo sorprendí con la pregunta para romper el macabro silencio de la ruta. Sin decir palabra, chispeó el encendedor en mi cara, y hundiendo el freno, hizo rechinar las ruedas en las piedras. ¿Le puedo contar algo?, me preguntó estacionando el vehículo en una cancha de tierra. Claro, le contesté, encendiendo el cigarro.
Mire, como a los 17 años, yo iba a ser cura y estudiaba en un seminario. Y todos los seminaristas teníamos un tutor, un guía espiritual. A mí me designaron al hermano Ricardo, que tenía como 35 años. Pasábamos todo el día juntos, me aconsejaba, leíamos los evangelios, hablaba de la doctrina social de la Iglesia latinoamericana. Era seguidor de la teología de la liberación y tenía un espíritu político muy solidario con la gente perseguida por la dictadura, incluso había caído preso varias veces en las protestas. Yo lo admiraba mucho, él era como un Cristo para mí. Al confesarme esto, le temblaba la voz, golpeando el manubrio con energía. Era como Cristo para mí, repetía neurótico. Porque era un ejemplo para nosotros, los estudiantes que seguíamos la doctrina de la Iglesia dedicada a los pobres, ¿me entiende? Para mí era Cristo, por eso lo admiraba tanto. ¿Quiere que le diga una cosa? Dígame. Yo lo quería, no sé cómo, pero me pasaba todo el día alucinado conversando con él. ¿Me entiende? ¿Me puede dar un cigarro?
El brillo de la llama iluminó el sudor de su frente, y luego levantó la vista para decir:
El hermano Ricardo me enseñó a leer literatura, poesía, García Márquez, Ernesto Cardenal, Neruda, usted sabe, todos esos libros. A nosotros, después de hacer las oraciones, nos mandaban a la celda. Y un día, sentí que golpeaban la puerta. Dijo que me traía un libro, entró y se sentó a los pies de la cama. ¿Me da otro cigarro?, este se apagó.
Tome, le extendí la cajetilla, pensando que ya conocía dónde iba a terminar la historia, lo imaginaba. Pero no entendía por qué me lo contaba a mí, y en un lugar tan solo, tan oscuro, y con ese nerviosismo que a ratos me tenía aterrado.
Siga, le pedí.
Le decía que yo estaba acostado y él se sentó en la cama y se puso a hablar de varias cosas. De lo difícil que era la vocación. Pero había que confiar en el Señor. De las tentaciones que nos acechaban siempre. Pero debíamos ser fuertes. De los problemas de la carne, sobre todo a mi edad. Pero tenía que ser célibe y puro. Fuerza hijo, me dijo de pronto apretándome el pie. Fuerza y el espíritu en calma, me repetía mientras su mano subía por mi pierna. Yo estaba tieso, no podía decir nada. No tiene que contestarme, me decía, y su mano palmoteó mi rodilla. No diga nada, ni una sola palabra. Solamente tenga fe en su corazón. Y sentí que me tocaba los genitales. Yo cerré los ojos. Tranquilo, está bien así, tranquilo, tiene que cegarse a la tentación, me decía. Yo voy a ayudarlo de esta manera, porque usted es especial para mí. Igual como yo soy de especial para usted. Será un secreto entre los dos, murmuraba metiendo los dedos bajo las sábanas hasta tocarme el pene, y lo tomó con sus dos manos, y lo puso en cruz: en su frente, en sus sienes y en su boca, ahí lo besó y empezó a mamarlo hasta que eyaculé.
Ufffff. Y usted no decía nada, dije respirando hondo. Él, para mí era como un Cristo, entiéndame. Qué le iba a decir. Además, eran otros tiempos. Yo lo acompañaba a los campamentos, movilizábamos a la gente, hacíamos barricadas. Y él se arriesgaba a todo por nosotros, los jóvenes de izquierda, los perseguidos. Cómo lo iba a denunciar.
Bueno, una pregunta: ¿Por qué me lo cuenta a mí?
Y a quién se lo iba a contar. No le voy a contar esto a mi polola.
Y cómo se siente ahora después que lo contó.
Bien, le agradezco que me escuche. Es una cosa bien contradictoria, ¿me entiende? Porque aunque el hermano Ricardo definió mi vida, y por él me retiré del seminario, aun así, no podía delatarlo, él era una persona muy comprometida y muy buena. Ahora estoy agradecido de él. Si no hubiera sido por eso habría terminado de cura. Imagínese.
¿No le quedó resentimiento?
No, por nada, yo también lo pasaba bien. Lo sigo admirando y le tengo cariño. Y entiendo a las personas como él… y como usted.
Sí, pero yo no soy cura, le contesté riendo.
Claro que no, por eso me dio confianza, me lo dijo de una manera extraña, mirándome entre seductor y criminal.
Bueno, ya es tarde. Vámonos, me atreví a sugerirle con el alma en un hilo.
¿Otro cigarro?, me pidió sonriendo y apretó el acelerador.
MM, he seguido tu consejo y he entrado en el FB de Lemebel. Tienes razón: se pueden leer cosas impactantes y estremecedoras, tanto de parte del propio Lemebel como de parte de sus seguidores.
Es interesantísima y singular su trayectoria, su compromiso y su creatividad. Creo que merecerá la pena hacerse con alguno de sus libros. ¡Gracias por descubrírnoslo!
Gracias a ti por este comentario, pero muchas, muchísimas gracias. Es posible que nadie me haya hecho caso pero mira, solo con el interés que has mostrado tú ha merecido la pena muchísimo, Porque a veces un solo comentario vale como cinco mil.
Estupenda crónica, sinceramente me ha gustado mucho.
Pos sus novelas, mil veces mejor. De verdad que son buenísimas y maravillosas de leer.
Descubrimiento para mí, y honor que MM pensara que lo conocía.
Apuntado para la próxima lectura. Una vez más, gracias MM.