Con la intención de subir el caché del target de esta nuesta web, tenemos que confesar nuestras guilty pleasures, caris. Y sí, leemos el Vanity Fair porque somos muy finas. Más finas que un canapé de morcilla. Pero no finas de pega.
Finas de las de limpiar el wáter con Pato Wc de marca y de inocularnos sustancia botulínica con agujas de Loewe.
¡¡Ciao, pescao!!
La portada de este mes nos trae a la MariSofi, feliz, saludando a la muchedumbre, aireándose la sobaca, liberada de su peso (no del puesto sino de la cornamenta juancarlista).
Y yo reflexiono (o sea, flexiono dos veces), si la reina merece la jubilación que va a tener. Si el ser emérita es algo que le garantiza a llevar tiaras argentinas por su recorrido.
Que, oyes, ella ha hecho muy bien eso de pasearse con el bolsito arriba y abajo así como comprar pendientes en Mallorca. Ha tenido 3 vástagos (dos de prueba y fallutas, y el que ha servido para mantener el negocio familiar) y ha sabido elegir un peinado forever, lo cual es una marca (marca España, como el bigote y pelito hitleriano hizo marca a Alemania o la estantería LACK en Suecia).
Y ella, tan decorosa, tan que no caga por no manchar, sabe que la recogieron un poco muerta de hambre, un poco hacia ninguna parte, un bastante exiliada, y tan paciente hasta esperar su jubilación, de la que se marcha cubierta de joyas, cual arbolito navideño de Harrods, escoliótica por el peso de todo, cual clienta de la otra parte del cristal que Holly Golightly parecía observar mientras se tomaba un café templado en la fría calle de Nueva York.
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