Alice in Borderland Temporada 3: Un Análisis (con spoilers)

Por Impostorismo

Hay lugares que no existen en los mapas, pero se sienten más reales que cualquier ciudad. Alice in Borderland es uno de ellos. No por sus edificios vacíos ni por sus reglas letales, sino porque nos arrastra a un territorio emocional donde se juega algo más importante que la vida: el alma.
La tercera temporada de esta serie no solo continúa la tensión y los juegos. Nos empuja al centro de preguntas incómodas: ¿qué hay después de la muerte? ¿qué hacemos con el dolor que no se va? ¿podemos elegir vivir, aun cuando ya no quede nada? En este sentido, la serie se convierte en un espacio liminal, un purgatorio donde cada personaje está atrapado de una forma distinta. La muerte, la espera entre mundos, la fuerza de la maternidad, el renacer de uno mismo y el peso de cada decisión… todos estos elementos laten intensamente a lo largo de la temporada, mostrándonos que vivir es más que respirar; es resistir, aceptar y transformarse.
Usagi representa la herida abierta que no se cierra. No está muerta, pero hay partes de ella que sí lo están, como si una parte de su alma hubiese quedado suspendida en el tiempo. La muerte de su padre no fue un adiós, sino un perpetuo “hasta luego” que la mantiene anclada en un pasado doloroso. Este duelo no es solo una emoción; es un espacio donde la realidad se distorsiona y la mente se niega a avanzar. En una de las escenas más conmovedoras, lejos de la violencia típica del show, Usagi confiesa: “Cuando sueño, casi puedo sentirlo conmigo. Es como si mi padre todavía estuviera ahí. Incluso si tengo que verlo morir otra vez… si él está ahí, aunque duela, ahí es donde quiero estar.” Aquí el dolor no es el protagonista, sino la negación, el miedo a soltar. Esa frase resume la esencia de su subtrama: el duelo no es un camino recto hacia la aceptación, sino una batalla constante con la ausencia. Más tarde, cuando su padre le dice con sinceridad: “Quiero que vivas. Quiero que también seas feliz,” se abre una puerta a la esperanza, una invitación a elegir la vida por encima de la sombra que deja la pérdida. En esta frase radica la fuerza de la serie: no hay redención mágica ni perdón instantáneo, sino una opción difícil y valiente: vivir con la pérdida, sin dejar que ella te consuma.
Por otro lado, Arisu se presenta como el espejo del cambio, el personaje que ha atravesado una evolución profunda. Ya no busca entender las reglas ni encontrar atajos; ahora lucha por comprenderse a sí mismo en un mundo que se ha vuelto cruel y fragmentado. Su experiencia le ha mostrado que la muerte no es el enemigo más temible, sino la duda y la incertidumbre. En el juego Possible Futures, donde debe abrir puertas que ofrecen futuros inciertos a costa de puntos de vida, Arisu enfrenta la esencia del libre albedrío: elegir sin garantías, aceptar las consecuencias y seguir adelante. Cada puerta abierta es una promesa y una condena, y con cada paso se adentra en la realidad de que no todos sobrevivirán. Su sacrificio es silencioso, íntimo, y dice mucho sin necesidad de alardes: “Si tengo que perder para que otros vivan… entonces que así sea.” No es una búsqueda de gloria ni redención, sino madurez y aceptación. Arisu se despide del niño que fue y acepta la responsabilidad del hombre que es, comprendiendo que no puede cambiar el pasado, pero sí elegir cómo enfrentarlo.
Ryuji ofrece una perspectiva diferente: la del intelectual que se niega a rendirse ante lo inexplicable. Para él, Borderland no es solo un juego, sino una metáfora de la conciencia humana, un espacio entre la vida y la muerte donde el sentido se construye a partir de la reflexión. Su cuestionamiento constante —“¿Qué es Borderland? ¿Un limbo? ¿Un sueño? ¿Una última ilusión?”— representa esa necesidad humana de buscar sentido aún en el caos. Sin embargo, la teoría no basta, y su gran acto ocurre cuando decide salvar a otro, sacrificando su vida para que alguien más pueda seguir luchando. Esta elección no tiene glamour ni heroísmo tradicional; es un acto humilde y profundo, el reconocimiento de que actuar con propósito es la verdadera forma de dar sentido a la existencia.
En medio de esta atmósfera cargada, la maternidad emerge como un tema vital y urgente. No es un símbolo de ternura ni un refugio; es una espada que atraviesa el corazón del caos. La vida que crece dentro de uno de los personajes es una apuesta contra la destrucción, un testimonio de que incluso en medio de la guerra y la desesperanza, el instinto de crear, proteger y amar permanece intacto. La maternidad en Alice in Borderland es lucha y resistencia, un acto de valentía que desafía el nihilismo imperante. La frase no dicha, pero sentida en cada mirada y en cada sacrificio, podría resumirse así: “Mi dolor no es más grande que la posibilidad de que algo nazca de mí.” Esta dimensión metafísica de la maternidad eleva el conflicto a un nivel trascendental, recordándonos que la vida siempre es posible, incluso en sus formas más frágiles.
Entre las figuras que pueblan este purgatorio, destaca Watchman, un personaje que no busca ganar, proteger ni entender; él solo observa. Watchman no es un antagonista convencional. Es una presencia inquietante que representa la rendición, la tentación de apagar la mente para evitar el sufrimiento. Su frase emblemática, “No más miedo. No más errores. No más recuerdos. Solo paz,” es a la vez una invitación y una amenaza. Él encarna la frontera entre seguir luchando y dejarse caer, un espejo oscuro para los que dudan y sufren. La lógica de Watchman es despiadada, pero honesta: el verdadero desafío no es sobrevivir al juego, sino resistir la seducción de la paz que llega al renunciar a todo. Así, su función es esencial: poner a prueba la voluntad de cada personaje, de cada espectador, para elegir la vida en medio del caos.
Esta serie no ofrece discursos grandilocuentes ni resoluciones fáciles. El final no es un cierre, sino un comienzo para personajes rotos que intentan avanzar en un mundo fracturado. El juego termina, sí, pero la vida, con toda su complejidad, sus heridas y sus decisiones, apenas comienza. El mensaje que deja es claro y poderoso: no basta con evitar la muerte. Hay que aprender a vivir. Con memoria. Con heridas. Con decisiones.
Finalmente, no se puede dejar de mencionar el trasfondo real que se respira en la serie. Aunque la historia se sitúa principalmente en Kioto, ciudad japonesa conocida por su riqueza cultural y también por la frecuencia de movimientos sísmicos, el último episodio nos sorprende con un terremoto en Los Ángeles, ciudad mundialmente famosa por su vulnerabilidad sísmica. Este salto geográfico no es casualidad. Mientras Kioto representa la fragilidad del presente y el peso del pasado, Los Ángeles simboliza la inestabilidad global, la realidad universal de que el terreno bajo nuestros pies puede temblar sin aviso. Esta elección sugiere que las sacudidas, tanto físicas como emocionales, son un fenómeno que trasciende fronteras y que la vulnerabilidad es una condición humana compartida.
En resumen, la tercera temporada de Alice in Borderland no es solo una serie de supervivencia. Es una exploración profunda del alma humana atrapada en el limbo entre la vida y la muerte, un lugar donde el verdadero juego es decidir, con todas las heridas y dudas, que aún vale la pena seguir caminando.

2 comentarios en “Alice in Borderland Temporada 3: Un Análisis (con spoilers)”

  1. A mi me ha parecido un mojón inconmesurable peor aún que la segunda temporada que fue bastante regulinchis.
    Un saludo

  2. La tengo en pendientes.
    Las dos temporadas anteriores me gustaron porque me trasladaron a un espacio muy particular, tengo una relación muy especial con Lewis Carroll y su obra
    Veremos la tercera.

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