Menudo titular reduccionista, simplista y de mierda que acabo de endosarte, pero o llamo tu atención o no hay cojones a que me leas…
Y tienes que leerme para irte convencida de que hay que ver la serie de HBO «Succesión» y más ahora que se ha ganado unos merecidísimos Globos de Oro. Es un imperativo moral. Un must, expresión que ha caído en desuso, con lo molona que fue. El argumento es bien simple y se resume en un patriarca dueño de un gran imperio empresarial que está a punto de jubllarse y duda de a cual de los cuatro hijos elegir para cederle el testigo. Con las críticas superlativas y los premios empecé a verla con tantas ganas que la primera sensación fue de…CHOFF…¿Tanto lirili pa tan poco lerele? (fue justo lo que pensé).
Pero es que soy muy burra, es que no aprendo. Es que no he asimilado la lección que dice que muchas de las grandes series de la historia necesitaron una primera temporada entera (diez capitulos de una hora). De hecho, solo en el tramo final de la primera temporada (con boda de por medio) se atisba de lo que son capaces los creadores de Succession. Y en la segunda temporada te lo demuestran, vaya que sí.
Han necesitado diez capítulos para mostrarte a la familia más despreciable, amoral, cínica, insoportable y tarada, donde no hay cariño si no interés, donde no importa el apellido si no el poder, donde no hay parentesco si no alianzas estratégicas, donde las humillaciones, la vergüenza ajena, los ridículos merecen la pena si consigues con ello que no te quiten la poltrona.
En la segunda temporada los creadores parecen plantearse un reto: vamos a hacer todos los episodios aparentemente iguales repitiendo trama; la famiia se va de cena, de vacaciones, de encuentros empresariales, allí se desatan las intrigas, cambian los roles y las estrategias y chim pum. Pero tranquilo, espectador: los personajes están tan bien construídos que nunca te aburrirás. Lo que podría ser un culebrón se convierte en una tragedia griega como muestrario de lo peor que es capaz de hacer el ser humano cuando se cree todopoderoso e intocable. Ese es el grandísimo mérito de una serie que hace del cinismo, la mala uva y el lanzamiento de puñales, un arte. Cada frase que se disparan entre ellos merece un tatuaje, cada traición, un monumento. Cuando crees que no pueden caer más bajo van y te demuestran que si, que claro que pueden caer más bajo mientras tú te debates en cual de los personajes te parece más despreciable y psicópata. Nunca habrás disfrutado tanto con el arte de despedazar y nunca de una manera tan simplista como indicaba el titular.
Una familia emparentada con Los Soprano por su amoralidad y que facilmente podría haber protagonizado una tragedia shakesperiana, pero que en pleno siglo XXI necesitaba de mucha bilis ácida para llegar al personal y resultar creíble, porque ese es otro de los grandísimos méritos del serial; la naturalidad. Cogen aviones privados, viajan a castillos o se van de caza, cenan langosta, se meten coca a puñados, tienen helicoptero propio y todo lo hacen como si fuera de lo más normal, como si tú y yo también las hicieramos todos los días. Pero no.
La serie se disfruta con una sonrisa sarcástica hasta que te das cuenta de que la inspiración principal de la serie es la familia del magnate Rupert Murdoch, dueño del imperio mediático de Fox y apoyo fundamental de Trump, su política racista de ultraderecha, sus campañas y sus fakes news.
Entonces la sonrisa se te congela. Buscas informaciòn y la serie se queda corta, muy corta. Y comprendes como esa gente maneja medios de comunicación, políticos, empresas, opas hostiles, despidos masivos y lo que se les ponga en el moño sin piedad, sin empatía y cuyo objetivo no es tanto el dinero (porque lo tienen todo) como el poder. Y lo malo es que no sólo podríamos aplicarlo a los Murdoch. Es que también podría encajar con los Trump, con los Bolsonaro, con los Berlusconi y con tantas de las familias que en las úlimas decadas han alcanzado el poder para desdicha del resto de seres humanos.
Brian Cox se acaba de llevar un merecidísimo Globo de Oro por su interpretación del patriarca de la familia, un ser despiadado, vengativo, con un carácter endemoniado y tiránico, pero el resto del reparto no se anda a la zaga. Que en su mayoría no sean actores de primera fila ayuda a la credibilidad del asunto. A mí me maravilla el juego de miradas que han conseguido entre todos, porque si las palabras hacen daño, las miradas directamente, matan.
En fin, una joya que ya huele a clàsico moderno y que se hace imprescindible para entender como funcional el mundo actual. Ojalá se confirme la fecha de la tercera temporada y podamos seguir disfrutando de tanta bilis hecha con una calidad sin igual.