¿Cómo es que todavía no se ha hecho un homenaje en condiciones de ese líder de audiencia, de esa serie tan exitosa y entrañable que seguía la estela de emisiones tan rancias como “Hotel” o “Vacaciones en el mar”, de ese producto tan conseguido como era “Hostal Royal Manzanares”?
Somos parte de una generación a quienes Hostal Royal Manzanares nos cambió la vida, porque crecimos viendo la historia de una extraordinaria señora, veinteañera mental, que con el cuerpo de una señora de sesenta años, triunfaba en la vida y se ligaba a un albañil con barba. Eran otros tiempos, cuando los albañiles tenían trabajo pero se contentaban con vivir en un hostal, en vez de pedirse créditos de quinientos mil euros, y las grandes ciudades ofrecían oportunidades a las provincianas que llegaban con toda la ilusión del mundo.
Claro que era un tipo de provinciana extraña, paleolítica y amnésica, que creían vivir en los veinte cuando ya habían superado la cuarentena. Ese era el caso de los personajes de Ana Obregón o de una Lina Morgan que era capaz de protagonizar una trama amorosa que aunque tenía lugar en un Hostal, mantenía en vilo a la audiencia española como si aquello tuviese lugar en un viñedo, en una nave galáctica o en el adosado de un médico viudo con tres hijos.
Hostal Royal Manzanares repetía la fórmula que daba éxitos en televisión por aquel entonces: unos personajes arquetípicos que aunque venían con olor a naftalina -las hermanas solteronas que siempre andaban a la gresca, el estudiante sevillano graciosillo y simpático, la cocinera mayor que sabía la solución a todos los problemas- eran roles ficticios afables y bienintencionados si los comparamos con la voracidad y el oportunismo de los personajes reales que llegaron unos años después cuando aterrizaron los reality shows en nuestro país, esa Mercerdes Milá exaltada hablando de experimento sociológico en Gran Hermano.
En cierta manera, aunque ahora nos aburra más que una carrera de caracoles, comprobadlo intentando ver ahora un capítulo de “Hostal Royal Manzanares”, esta serie era el ejemplo perfecto de cuando en España la televisión eran historias de mesa camilla y no las sillas de Sálvame. Era la puesta en escena de una idea de ficción que ya estaba por acabarse, el canto de cisne de la ingenuidad de una cateta que llegaba a Madrid muy alejada de ese garrulo soez, salido e ignorante, que personifica Pablo Chiapella en el Amador de “La que se avecina”.
Sueño con una reposición completa en Clan, introducida capítulo a capítulo por la actual presentadora de “Informe Semanal” que tiene pinta de ser igual de ingenua que el personaje de “Reme” y haber salido de su pueblo pensando que los perineos son las montañas entre España y Francia.
Maravillosa frase final!