La melancólica quietud de Brian Cronin

Si algo caracteriza las ilustraciones del irlandés afincado en NY Brian Cronin, es la contención emocional de sus personajes, siempre ensimismados, aislados, como deseando habitar otra realidad y no esta que les sobrepasa, les aturde y contra la que no oponen resistencia.

 

 

 

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Cultivando un estilo que prescinde de volúmenes, del estudio de luces y sombras y de elementos de fondo, salvo los estrictamente necesarios para contextualizar la imagen, Cronin remarca su interés prioritario por el ser humano y, más allá, por su mundo interior, al que el espectador se asoma de forma irremediablemente magnética, ya que su mirada perdida, su anormal expresión corporal o lo inusual de su comportamiento le conducen a ello.

«Me gusta seducir al espectador con el color y hacer que se concentre en primer lugar en la belleza de la imagen, y sea absorbido por ella. Es entonces cuando la idea se manifiesta», confiesa Cronin.

Existen pocos ilustradores que, como él, manejen tan bien y de forma tan directa ese diálogo que pretende establecer entre las emociones de sus personajes y el público. Y son muchos menos los que logran tanto poder expresivo con tan pocos y tan contenidos recursos (véanse más arriba las exquisitas portadas de la obra de John Wyndham para Penguin).

 

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Conforman su estilo la línea clara, los colores planos, saturados y brillantes que rozan un acabado litográfico y que beben, según el propio artista, del constructivismo ruso, la publicidad japonesa antigua o el arte indio, las composiciones teatrales que sitúan a la figura humana en el centro de todo interés, las atmósferas ligeras que bailan al son de la melancolía que caracteriza a sus seres… todo contribuye a crear un universo reposado, de una quietud que parece provenir de la derrota, del cansancio existencial, de la absoluta renuncia.

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