Amor y Apocalipsis, por Mussol

Buenos días, atroces, atrozas, atrozos.  Hoy es San Valentín y se celebra el amor, a golpe de cartera, eso si…

Al hilo, pocas personas con cierta sensibilidad se han quedado tibias ante lo sucedido en el sonadísimo tercer capítulo de la serie «The Last of Us». Tan es así que un amigo nos ha hecho llegar su particular visión de lo que en dicho episodio acontece, cosa que siempre es un gustazo. Ya sabéis que cualquier colaboración vuestra siempre es muy apreciada y bienvenida en nuestra redacción.

Sin mas preámbulos, tengo el placer de compartir en nuestro espacio estas maravillosas palabras.

 

(Atención: Puede contener Spoilers)

Como hombre gay de taitantos años que cree en el amor y el romanticismo, me he pegado una (inevitable) llorera disfrutando de la representación de la relación entre Bill y Frank en el episodio 3 de la serie de HBO «The Last of Us». Esta relación ofrece una representación única y poderosa del amor entre dos hombres homosexuales, en un mundo que, a pesar de haberse convertido en la quintaesencia de la desesperación, por un capricho del destino obsequia con un regalo inesperado a dos personas que casi habían perdido toda esperanza.

La relación de Bill y Frank se basa en la confianza y el apoyo mutuo, a pesar de los muchos desafíos que enfrentan. Son el refugio seguro del otro en un mundo lleno de peligros e incertidumbres, y su amor es una fuerza poderosa que los ayuda a superar los obstáculos que encuentran. A través de sus interacciones y experiencias, la serie destaca la resiliencia del amor frente a la adversidad y nos recuerda la importancia de apreciar y celebrar todas las formas de amor, sin importar lo que diga el mundo.

Resulta un cambio sorprendente y muy agradecido, ya que desafortunadamente, la representación de las relaciones homosexuales en los medios de comunicación a menudo ha sido estereotipada y negativa. Las parejas homosexuales a menudo son retratadas como extravagantes, promiscuas o mentalmente inestables. Tales representaciones negativas han contribuido a la marginación de la comunidad gay y han reforzado los prejuicios contra las relaciones homosexuales, en un mundo en el que, lenta pero inexorablemente, se está volviendo al radicalismo violento característico de tiempos pasados.

En marcado contraste, la relación de Bill y Frank en «The Last of Us» es una asociación saludable, amorosa y comprometida, libre de prejuicios. Se los representa como personas fuertes y cariñosas que pueden formar una conexión profunda y significativa a pesar de los muchos desafíos que enfrentan. A través de su relación, la serie envía un poderoso mensaje de aceptación e inclusión, recordándonos que el amor es amor, independientemente del género de las personas involucradas. El modo en el que se resuelve su historia, con ese acto final de entrega y respeto mutuo y sin límites, no deja indiferente a nadie, y a pesar de lo triste de la situación, enciende una luz de esperanza que de vez en cuando es necesaria en un mundo cada vez más frío.

La historia de Bill y Frank en «The Last of Us» ofrece un retrato poderoso e inspirador del amor entre dos hombres alejados de estereotipos. Destaca la valía del amor frente a la adversidad y sirve como un recordatorio de la importancia de abrazar y celebrar todas las relaciones de pareja, independientemente de los prejuicios y dificultades que puedan tratar de frenarnos.

Fdo: MUSSOL

Muchas gracias Mussol por tu colaboración.  Esperamos de corazón que no sea la última.

3 comentarios en “Amor y Apocalipsis, por Mussol”

  1. Bueno, me he atrevido a la terapia de choque para San Valentín, alentado por quien escribe tan buena crítica. Así que he pasado de los tropecientos tuis que la alababan, lo criticaban, he pasado del 1×01, del 1×02…y…
    En su contexto (¡adoro la expresion!) la relación de Bill y Frank es una relación estable. El guión está trabajado de manera que se engarce en la trama de la serie como historia aparte.
    Pienso en ejemplos paranormales pop de relaciones. Y la primera por alusiones que me salta a la mente es Wanda y Vis en Wandavision. También ellos tenían el pueblo para ellos solitos (Bueno, en realidad fue Wanda que en un ataque ciego de ira y dolor la lió parda) pero ellos dos también eran un equipo pensado para aguantar lo que hiciera falta (¿recordáis la tierna nota de Visión en la escritura de la casa? «To grow older»: Para envejecer [aquí]). También está ese «somos dos contra el mundo que se va a la mierda» de Madonna en ,»Ghostown».
    Una vez contado el chichi, vamos a la chicha. Sí nos olvidamos de que es una serie de ficción y que tiene que vendernos algo más pinturero que la realidad, la relación de Bill y Frank es la enésima normalización de las relaciones gays en los mass media, pero en un momento y con unos planteamientos distintos. Hace unos meses nos reconcomía un poquito reconocer que ya quisiéramos en nuestros años mozos haber tenido un «Hearstopper». Y a alguno todavía le temblarán las canillas al recordar «Call me by your name». No es tanto un tema de representatividad sino de planteamiento, insisto. Creo que como gay cuarentón estoy más que harto de que siempre que haya una historia de amor gay acabe mal y encima supersacrificada, como si un gay tuviera que currarse mucho más alcanzar el amor para que éste le fuera reconocido por el mundo (¿No detectáis el techo rosa con vuestras antenitas, mis mariquitas?). Casi podría constituir un subgénero las pelis en las que el SIDA aceleraba y truncaba las relaciones. Ya no mais (y no hay que ir muy atrás en la filmoteca, basta recordar «120 latidos»).¿Tanto les cuesta imaginarse una relación sana gay en Hollywood?
    También estoy hasta el puto coño de San Valentín, pero soy realista. Y la verdad es que, apocalipsis aparte, la historia es ejemplar. Es decir, yo no conocí a mis novios tocando en el piano a Linda Ronstadt, pero sí sentí «conexión» , «sintonía» en ciertos códigos que sólo alguien a que le guste los hombres podría detectar, o peor,. me dieron en toda la patata con códigos tan personales y míos que me quedé muerta («¿Tú de qué me conoces?» como dicen en mi tierra). Por supuesto que hubo ese «que se joda el mundo, aquí estamos nosotros dos», ese solipsismo, ese arrobamiento que tienes con la pareja (lo llaman rapto psicótico, por cierto), y claro clarinete que estoy bastante lejos de ser perfecto (mis ex tampoco, pero los quería igual, a rabiar) así que un psicótico paranoide, bien pensado, es un compañero estupendo para que te proteja en el fin del mundo. Aunque más que psicótico me parece esquizoide, como papá.
    ¿Qué esperabais, que todo el episodio estuvieran acurrucados como agapornis? Pues no, discuten como las parejas de verdad. A veces hasta se puede adivinar alguna mirada en plan «¿Me puedes explicar por qué te aguanto?» Y como dicen al final, no todo han sido momentos buenos, pero los buenos han sido la mayoría (oioioioi las fresas…). El amor de pareja está lejos de ser el Valhalla que nos prometieron. Eso es una mentira de las gordas, como los reyes magos o el orgasmo simultáneo. Pero afuera hace un frío que pela, se está sólo y no es agradable vivir así. Se puede vivir solo, claro, pero nadie elige la soledad cuando surge la posibilidad real de querer a alguien. Sí es así, míratelo, porfa.
    También es relativamente realista al tratar lo que cualquiera quiere en una relación estable. Estos chicos ya talluditos construyen el mundo en el que quieren crecer, envejecer y morir, que es el argumento central de la obra, como diría Jaime Gil de Biedma. Es en lo que la pirámide del amor constituye el vértice del compromiso (el proyecto de pareja).
    Otro tema normalizado un poco pichí pichá es el fin. Hay gente que no se atreve a amar porque tiene miedo del fin, de romper, de que se acabe. Algunos de los más kamikazes aprendimos que si la alternativa a no amar es no disfrutar de la vida, preferimos amar (y con ello el dolor que conlleve). Así vamos, #teamSanValentin. Pocas veces se habla de las relaciones crepusculares, de la serena aceptación del fin inevitable (Reflejos en el estanque dorado, tomates verdes fritos…) y así va la juventud: infantilizada, tonta del culo y aprehensiva al compromiso. Amor líquido dicen, sí, los cojones. Miedo a la vida, digo yo.
    Tangencialmente se trata la eutanasia (plot twist que no vamos a desvelar, pero marca Verona de Shakespeare) lo que resulta una propina nada desdeñable.(estrambote final con la mención a Tess. Se agradece el sadismo)
    En definitiva, uno ya está muy mayor para emocionarse con recursos que ya ha visto en otros productos audiovisuales. Pero este episodio será un referente cuando se haga una retrospectiva sobre la homosexualidad en cine y TV en el siglo XXI. Pero eso vamos a dejárselo a quien haga la segunda parte de «El celuloide oculto»…

  2. A mí me parece una de las cosas más bonitas que he visto en mi vida y así se va a quedar para siempre. Cada escena que viene es más emocionante que la anterior y en una hora cuenta más que todo el cine de tres horas de las últimas décadas. Una puta obra maestra de una sensibilidad que apabulla.

  3. Lo importante es que no tiene por qué ser heroico. Si quitamos el tema apocalipsis, creo que todos quisiéramos vernos reconocidos en esa historia, por lo menos encontrar a alguien con quien valga la pena hacer ese recorrido. Um… vale, es una historia de ciencia ficción, pero la relación que cuenta en ese episodio es tangible, es casi real, y es un referente positivo. Hay ahí cosas interesantes: ¿Por qué las narrativas interesantes en historias de amor vienen últimamente de mujeres o LGTB biased?¿El asunto del amor romántico que nos hemos comido desde el romanticismo no es más que una narrativa heroica y heteropatriarcal? Eh…disculpad por ponerme un poco queer, pero diría que sí. ¿Por qué esta historia, la de Wanda o las de Russel T Davies me/nos llaman más la atención? Russell T Davis tiene también un sesgo de drama queen que agüita (la única historia que parece que acaba bien por inconclusa es la de Alonso con Jack Harkness), también hay margen para la autocrítica.
    A mí me encanta el fallo de raccord que la cría puñetera, a la que se supone una neonativa analógica no tiene ni pajolera de Linda Ronstadt (entended que el target somos nosotros, por edad y orientación). Vale, la pesada es una zeta tirando a alpha, ahora que qué bien sabe poner cintas de cassette en un coche que le parece una nave espacial la jodía…

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