Cuando hace unos 4 años me mudé a Madrid, me propuse, entre otras cosas, ver a las (para mí) grandes damas del teatro en un escenario: la «tita» Concha Velasco (una pena verla en «El funeral», su obra de despedida), Carmen Machi (inmensa en «El jardín de los cerezos», aunque tendré que recuperarla en alguna de sus interpretaciones más desgarradas) y Blanca Portillo (próximamente en «Mrs. Dalloway»).
No estaba en mis planes ver a Carmen Maura en las tablas. Le tengo mucha manía. Muchísima. Creo que es una de las actrices más sobrevaloradas que tenemos en el cine español… (La misma manía que le tengo a Meryl Streep. Prejuicioso, sí; porque luego veo cualquier película suya y disfruto como un enano de su interpretación.) ¿Y por qué acabé entonces yendo a ver «La golondrina»? Pues por varias razones, a cual más peregrina: por ese TDA no diagnosticado que puedo tener que me hizo pensar que iba a ver «La gaviota» de Chejov (sí, lo mío no son as aves) y por ver a Félix Gómez en directo, que está teniendo una trayectoria bastante interesante. Con esta información totalmente confusa, fui a ver la obra sin saber nada del argumento. Y no, no te lo voy a desvelar, pues es algo que agradecí bastante en este mundo donde ya de por sí es difícil sin despertarte desayunando spoiler sobre qué mamarracha ha sido expulsada del club de RuPaul o qué personaje de «Juego de tronos» ha muerto en el último capítulo…
Las interpretaciones de los dos son más que correctas, aunque al comienzo notas cierta disonancia entre Félix y Carmen, donde está latente que ella es más actriz de cine que de teatro… Con todo, esa disonancia viene muy bien a los personajes y a sus motivaciones (repito que no pienso hacer spoilers sobre el argumento) y, conforme avanza la obra, se va limando y todas las reticencias que tenía con Maura, las tuve que ir dejando de lado al ver los matices con los que dota a su personaje. El texto de Guillem Clua va aumentando la tensión entre ambos haciendo al final que tanto ellos como el patio de butacas acabáramos llorando, que hizo que acabaran todos los espectadores en pie con una ovación que duró más de lo que he visto en ninguna obra.
Ni sé escribir, ni sé actuar por lo que no pienso dar lecciones de ningún tipo al respecto. Pero cualquier director te diría que el mensaje o argumento de un corto ni es el mismo ni se desenvuelve igual que en un largometraje. Algo similar opinaría un escritor hablando de un relato o de una novela. Son medios con un desarrollo y un lenguaje que difieren entre sí. Por eso no le pido lo mismo a una película que a una obra teatral. El teatro es menos realista, pero más emocional, más directo. El argumento o la idea principal del texto subyace en todo momento, no hay temas secundarios que distraigan la atención de aquel, y mucho menos en una obra sustentada sólo por dos personajes. A lo sumo, se trata de andar en espiral hasta llegar al quid en cuestión.
En resumen, que la disfruté, maricón. Que tuve casi una catarsis, como el 90% del patio de butacas. Y que si no te he convencido, te digo que Félix Gómez podría ser modelo de anatomía en cualquier instituto y lo demuestra en la obra. Ea.