Lo que más rabia le daba era llevarse el olor de todos sus amantes allá donde fuese: al metro, a su casa, a la cocina o al mismísimo infierno. Sin quererlo, se pegaba a él como las escamas a un pescado y le duraba, muy a su pesar, un par de días. Por más que se duchase y frotase, el olor persistía en alguna parte de su cuerpo, en su ropa, en su almohada o, incluso, en sus sueños. No había cosa que más rabia le diera que tumbarse en la cama y que, de inmediato, le viniera a la nariz el olor del último chico que se había enroscado entre sus piernas. Parecía imposible, pero sentía como si tuviera que dormir con él, y eso le incomodaba sobremanera; él era de los que pensaban que dormir con alguien era mucho más íntimo que colarse por su garganta.
Geles de vainilla, perfumes afrutados, desodorantes empalagosos, colonias baratas; todos ellos conformaban un aroma que se colgaba de los pelos de su nariz y se columpiaba expandiéndose cada vez más dentro de él. En otras ocasiones, el olor era a piel sudada, a espalda lamida, a escroto investigado, a brazo depilado. De golpe, se levantaba, abría las ventanas de la habitación y respiraba el poco aire puro que su ciudad le permitía. Mejor eso que la amalgama de olores que se gestaba en su cama y, sobre todo, en su cabeza.
Aquella noche había quedado en casa de un chico de piel suave y resbalosa. Al bajar por su espina dorsal con la punta de la lengua, se dio cuenta de que se había embadurnado de aceite corporal de fresa. Le fue imposible concentrarse, solo pensaba en el puto olor insertándose dentro de su piel a causa de la fricción de los dos cuerpos. Terminó como pudo haciendo un esfuerzo de concentración máximo y se fue a casa.
Debajo de la ducha, con el agua caliente corriendo por su cuerpo y los dedos rascando todos los rincones de su piel, cayó en la cuenta de que estaba hecho de olores ajenos y que no producían una buena mezcla; que todo aquello lo hacía para no olerse a sí mismo porque, en el fondo, olía a fracaso y, admitámoslo, el fracaso es el peor de todos los olores.
Fan a rabiar…Precioso cuento. Precioso usted y sus palabras.
Gracias a ti por tus palabras, mocico :) El fanatismo es mutuo jaja
Me encanta!! .
Yo tengo una relación amor/odio con los olores de la gente con la que he estado. Se me quedan grabados para siempre hasta el punto que volver a oler el perfume de una de esas personas me lleva inmediatamente a su piel pero también me pueden transmitir el mal rollo que me produjo alguna otra persona.
De veras que me ha encantado.
DMalignus, muchas gracias. Me alegro que te haya encantado! El olfato es muy traicionero, pero también el oído, o el tacto, o el gusto… Estamos rodeados. El pasado puede llegar en cualquier momento en forma de recuerdo. Saludos!
Yo creo que el olfato es el sentido mas intenso. La vista o el oido te pueden traicionar pero el olfato nunca…
Mola, como siempre
Tú sí que molas, Javi! :)
Deseando siempre leer sus pequeños pero GRANDES relatos…
Gracias, Axo! Me alegro que los sientas grandes :)
Me encanta el olor siempre es memoria… Y hay veces que queremos borrar recurdos….. Pero cuando son bonitos. La piel se pone de gallina queriendo sentir lo que sentiste mientras te bebidas ese aromA
De estos, de estos me gusta leer, relatos que se sienten y se incrustan en la mente. Todos tenemos ese olor que no queremos dejar se recordar o que nos asusta al recordarlo.
Un beso grande.
Me encantas!!!! Y me dejas pensando….