Hoy en «Escritor@s atrozes»: Clara Asunción García

Hoy, en una nueva edición de «Escritor@s atrozes», os presentamos a Clara Asunción García, nacida en Elche, y
autora de las novelas “El primer caso de Cate Maynes” (Egales, 2011), “La perfección del silencio” (Egales, 2013), “Elisa frente al mar”; “Los hilos del destino” (Egales, 2014) y “Tras la coraza” (Egales, 2016), así como habitual en las recopilaciones de relatos cortos LGTB más leídas del país. Clara ha respondido a nuestro cuestionario atroz. Aquí van sus respuestas:

¿El primer libro que recuerdas haber leído?

No lo recuerdo en concreto, pero sí que pasé de los tebeos a la literatura adulta, en el sentido de que me salté prácticamente la juvenil. Sobre los once años empecé a leer de todo, sin discriminar, y mezclaba sin pudor novelas de Pearl S. Buck con spin off literarios de La Guerra de las Galaxias como El ojo de la mente, de Alan Dean Foster. Durante mucho tiempo fui una lectora voraz y anárquica: leía de todo y prácticamente de todxs. Con el tiempo he ido seleccionando, pero mis primeras etapas lectoras fueron una suerte de tótum revolútum literario.

El/la escritor/a más influyente de la historia y actual.

¿Influyente en qué sentido? ¿Por número de lectorxs? ¿De ventas? ¿Por marcar una corriente? No creo que sea posible personalizar esa figura. Escritorxs que han marcado etapas lxs hay a docenas y cada unx por un motivo diferente: Virginia Wolf abrió caminos, García Márquez los reinterpretó, Bukowski los dinamitó, Stephen King los bajó al sótano… Imposible especificar un nombre, porque la literatura no es una ni única, sino un contenedor en el que tienen cabida infinidad de formas, y en cada una de ellas hay escritorxs que han dejado y siguen dejando huella. Ni siquiera podría señalarte quién lo sería para mí. Estoy hecha de todas las lecturas que han pasado por mis manos y cada una de ellas ha influido de un modo distinto.

Para escribir ¿mejor luz o sombras?

Luz, siempre luz. Para escribir y para existir. La luz para mí es fundamental, no podría vivir sin ella. Necesito una ventana por la que entre, real y metafóricamente. Hay cosas que se hacen de maravilla al cobijo de las sombras, pero la vida está en la luz.

Best sellers ¿sí o no?

¿Huevos con patatas fritas, sí o no? ¿Por qué no? Son sabrosos y pasas un buen rato comiéndotelos. Si eres consciente de su escaso nivel nutricional, no veo ningún problema. Si quieres alimentarte únicamente con ellos, tampoco. Tu cuerpo, tu decisión. Hay que desprenderse de la idea de que la literatura solo es buena si perdura o te sirve para hacer montajes bonitos en Instagram con sus frases. Como he dicho antes, creo que es un concepto lo suficientemente amplio como para aceptar distintos niveles y estos no pueden quedarse tan solo en los de la erudición o la trascendencia. Eso sí, siempre con unos mínimos estándares de calidad, porque una cosa no quita la otra. Pero las historias sirven para descubrir, educar, hacerte pensar, sacudirte o simplemente para distraerte durante un par de horas con los pies metidos en la arena o junto a una chimenea. Y bienvenida sea esa distracción.

¿Qué muerte reciente, literariamente hablando, te ha impactado más?

Sue Grafton, la creadora de la serie de la detective privada Kinsey Millhone. Fue completamente inesperada. A veces lees algo acerca de que tal o cual persona está enferma y ya vas sobre aviso, pero en el caso de Grafton fue un shock despertarse con la noticia. Y ahí reside parte de la magia de la literatura: en cómo es posible que te afecte hasta ese punto la muerte de alguien que no has llegado a conocer en persona, de qué modo puede llegar a tocarte a nivel personal. En mi caso, cada año desde hacía veinte no faltaba a mi cita con su alfabeto del crimen, de la que siempre seré una admiradora. Es una de esas pérdidas que lamentas profundamente, Grafton era uno de mis referentes en novela negra y una de esas influencias de las que he hablado. Por ejemplo, su Kinsey fue parte de la inspiración para crear a mi Cate Maynes.

De los mitos vivos ¿a quién crees que se le llorará más cuando se vaya?

No creo en los mitos. Puedo admirar la obra de alguien o sentirme más cercana a ella, pero siempre siendo consciente de la persona que hay detrás, con sus luces y sus sombras. Además, primero habría que definir el concepto de mito y las razones para colocar a esa persona en ese hipotético pedestal. Es el eterno debate entre obra y vida. ¿Debemos separar al/a creador/a de la creación o tener en cuenta ambos elementos a la hora de valorar? ¿Puedo leer a un escritor que ha sido catalogado como tal si tengo conocimiento de que como persona era un miserable? El problema con los mitos es que tarde o temprano el mármol de ese pedestal acaba degradándose en barro…

¿Pasado, presente o futuro?

Presente. Pese al pasado. El futuro es algo que siempre queda muy lejos hasta que te das cuenta de que ya está aquí. Recientemente he cumplido los cincuenta y ha sido como: «Disculpe usted, pero… ¿eso que acaba de sonar no era la sirena para volver a clase?». La vida se devora a sí misma continuamente y tú tan solo eres una parte del menú. Y una muy pequeñita, he de decir.

Un libro que te hubiera gustado escribir.

Muchos. Constantemente. Como lectora, soy una admiradora de corazón fácil; a veces, hasta me ha bastado una sola frase para caer rendida. He soltado muchos «¡Ojalá lo hubiera escrito yo!» y, realmente, el libro que me habría gustado escribir sería una especie de híbrido, de criatura frankensteiniana creada a partir de párrafos, citas y diálogos ajenos. Tal vez careciera de todo el sentido del mundo, pero desde luego que mi taquicardia literaria y yo íbamos a disfrutar de lo lindo.

Una razón para seguir.

Vamos a ver qué hay tras esa esquina.

Libro que siempre te hace llorar y libro que te hacer subir por las paredes.

Curiosamente, no soy de llorar con libros; no ahora, al menos. Puedo sentirme removida emocionalmente en mayor o menor medida con determinada historia o personaje, pero lo que se dice llorar a lágrima viva creo que solo me ha pasado una vez y fue sobre los doce años, con Éxodo, de Leon Uris. La muerte de uno de los personajes me afectó muchísimo. También es cierto que por aquella época mi vida eran los libros y lo que ocurría en las historias era como si me pasara a mí. Y un libro, o más bien un personaje, al que no he querido volver porque el recuerdo que guardo de él es literalmente ese, el de ponerme de los nervios, es el Ignatius Reilly de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole. Recuerdo sentir una mezcla de aversión y fascinación, el personaje me daba una grima espantosa, pero, al mismo tiempo, no podía dejar de leer. Y ahí reside, precisamente, su genialidad.

Recomiéndame uno de tus libros

Elisa frente al mar, mi obra más personal y reivindicativa, una denuncia de la homofobia, la intolerancia y la violencia de género. Narra la relación entre dos mujeres desde que se conocen siendo unas adolescentes hasta su reencuentro mediada ya la cuarentena y de cómo esa homofobia, tanto externa como interiorizada, afecta a sus vidas. Es una historia que entronca con el sentimiento expresado por el movimiento #MeQueer y que podría resumirse en la frase que una de las protagonistas, a la pregunta de si se creía única en el mundo por lo que sentía, responde: Sí. Durante años y años y años. Única, rara, equi­vocada, tarada, enferma, sucia. Sola. Y, sobre todo, cuando esa misma protagonista habla de la primera chica de la que se enamoró:

 

Re­cuerdo querer volar. Cogerla de la mano y lanzarnos las dos al viento; que nuestros cuerpos danzaran en la corriente, serpentearan libres de toda ancla. Todo lo que entonces sentí terminó, pero su recuerdo per­manece en mí como el primero. Eso nunca se olvida. Desear que no acabe nunca, que se haga eterno, que se convierta en el todo, en lo único. Creí que la vida me dejaría hacerlo. Volar.

Durante demasiado tiempo me dejó en tierra.

Es lo primero que aprendí. A esconderlo en un puño cerrado tras la espalda, mientras los demás lo mostraban en su palma abierta. A no pronunciar determinadas palabras, sentimientos, anhelos. Aprendes que callar es la mejor opción, porque el silencio es la norma. Una norma que debería estar en el banquillo de los acusados, trabada por cien cadenas. Por delito de desamparo sentimental. Por condenarnos a vivir en voz baja, a una vida amputada. ¿Qué campo de miseria sem­bró en nosotros semejante cosecha de negación? ¿A quién hemos de señalar con el dedo?

Recitaría de corrido mi lista de acusaciones:

Nunca cuchicheé al oído con mis amigas sobre la chica de 6º A.

Nunca tuve la oportunidad de declararme a ninguna.

Nunca paseé de la mano con mi novia al salir de clase.

Nunca ningún adulto me tomó el pelo preguntándome si ya tenía novia, si llevaría a mi chica a cenar, si contaban con ella para la cele­bración, cualquier celebración.

Nunca pude volar y la niñez terminó y la adolescencia se perdió y esa amputación, esa obligación de espiar desde la sombra lo que a otros se permitía gritar a pleno pulmón, mutiló una parte vital de mí.

No nos dejaron volar y yo acuso: tú, tú y tú.

La novela está recomendada como material de lectura para tratar la diversidad afectivo-sexual en las aulas por la web TTrans-Formando y como tal forma parte de un proyecto interesantísimo y pionero, Mochilas viajeras por la diversidad. Formar para Trans-Formar, que recorre los centros educativos ofreciendo recursos e información a profesorado, familias y alumnado con el objetivo de sensibilizar sobre cuestiones de orientación sexual, identidad y expresión de género, así como de prevenir el acoso escolar. Dicho proyecto ha sido elegido, de entre más de 300 propuestas recibidas, para la edición de 2018 de SIMO EDUCACIÓN, el Salón de Tecnología para la Enseñanza que se hace eco de las mejores prácticas docentes.

Y ahora recomiéndame uno que no sea tuyo.

 Horizonte Rojo, de Rocío Vega, una space opera por entregas con la que estoy disfrutando enormemente. Tiene un estilo directo, sin florituras, diálogos ágiles, personajes muy bien perfilados, acción, sexo y mujeres fuertes. La ciencia ficción es uno de mis géneros favoritos y estas novelettes cuentan con todos los ingredientes para mantenerte enganchada.

¿De cual de tus libros se podría hacer una película?

De todos y, además, de todos los géneros. Desde thrillers románticos con La perfección del silencio y Tras la coraza hasta una saga policíaca con las aventuras y desventuras de Cate Maynes, una de las peores detectives privadas del gremio. Y de Elisa frente al mar estoy segura de que saldría una película maravillosa.

Cómo te venderías a un/a lector/a con una frase.

Dame un puñado de palabras y te devolveré un mundo.

¿A qué aspiras en la literatura?

A conectar. A que alguien lea mis historias y diga: «Es como si te hubieses metido dentro de mí». Es uno de los mayores elogios que se puede recibir como escritor/a y para mí supone una inmensa satisfacción poder decir que lo he conseguido con Elisa frente al mar, una de las novelas con la que más se han identificado mis lectoras. Esa conexión puede llegar tanto desde el lado más personal, íntimo, como es el caso del Elisa, como desde el de sentir empatía con un personaje como el de Cate Maynes, a la que la vida no le da para tanto desastre, profesional y personal. También intento aportar mi granito de arena en cuanto a más presencia de personajes femeninos fuertes en las historias o a mostrar distintas realidades. Y, por supuesto, a entretener. Que un/a lector/a te diga que se ha leído tus libros en un suspiro, que no ha podido dejar de leerlo, ¡a veces hasta de una sentada!, es una maravilla. Y yo, feliz por cumplir con una de las cláusulas de mi oficio.

Termina las frases: 

  1. A la literatura española le falta… los nombres de todas las escritoras silenciadas por el machismo y el patriarcado.
  2. A la literatura española le sobran… señoros, hijos putativos de los dos engendros anteriores. Divismos. Puertas cerradas. Modelos rígidos. Mentes cuadriculadas. Todo eso, a la papelera de reciclaje.
  3. España es una… camisa blanca, a veces madre, a veces madrastra.
  4. Si no fueras escritora serías… caminante junto al mar

 

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