Como parte de su campaña de crowdfunding, La Prohibida volvía a actuar en Boite el pasado viernes. Y el caso es que esa misma semana ya se habían conseguido más de diez mil euros en solo un día, así que había ambiente de alegría contagiosa, una satisfacción que irradiaba desde el escenario por todo lo conseguido. Otros artistas de prestigio lo han intentando y les ha costado mucho, pero mucho más (y no diré nombres). Porque en este tema no sólo es la satisfacción reducida a una cuestión de dinero; también lo es el sentirte respaldada por tu público, que ya se ha hecho fiel y confía ciegamente en un trabajo que aún no han escuchado.
Eso, amiguis, es muy grande; muy pocos en este país podrían conseguirlo de manera tan fulminante. Y…¿Sabes? Semejante éxito ha sido trabajado, ganado y luchado hasta la la última nota y hasta la última gota de sudor, con una carrera musical que ha debido hacerse paso entre prejuicios y miradas de soslayo por encima del hombro. Poca gente del artisteo se ha dejado la piel tanto como La Prohibida para conseguir canciones que se acercaran lo máximo posible a la perfección pop, rodeándose de un ramillete de compositores que deberían ser la envidia de muchos.
Tres discos como tres soles (con varias reediciones internacionales) y una lista de exitazos que empieza a dar vértigo y susto. Eso se comprueba en un concierto como el del viernes, donde sin apenas descanso, dio un repaso a la mayoría de sus temazos incontestables que casi ocupó dos horas. Canciones y risas, porque vestida con un traje típico de Mongolia (real) desgranó chascarrillos y buenas canciones sin fin. A estas alturas ya queda clarinete que «Baloncesto» es un canción que va más allá; ya es un himno. Se comprueba cuando todo el mundo canta hasta la última coma de la letra y cuando sales de bares de ambiente en Chueca y es raro el local donde no la pinchan, tantos meses después.
Larga vida a la reina del invierno. Ojalá su reinado no acabe nunca. Y que pronto tengamos en las manos ese nuevo disco.