En Atroz con Leche hemos hablado bastante de homofobia -LGTBfobia es demasiado complicado de pronunciar, aunque sea el término correcto-. Y también en otros muchos blogs. Estamos, seguramente, ya cansados de leer estas cosas, pero nunca está de más que se nos lea y se nos oiga.
Homofobia… Qué palabra tan bonita. No soy yo quien lo ha dicho el primero, pero como no se sabe bien de quién es, voy a explicarlo aquí como si fuera mío: homofobia no tiene ningún sentido como palabra. En primer lugar, porque los homófobos no tienen miedo a los homosexuales. Y «fobia» es la terminación para el miedo. Lo que tienen es asco, rabia, deseo oculto… Pero, sobre todo, una sensación de que ellos son «más» que los homosexuales.
Este es un concepto que seguramente no sea nuevo, pero al que recientemente he estado dando vueltas. «Ser más que». No ser mejor. Porque yo puedo ser mejor en una disciplina porque la he practicado más y ahora me sale más fácilmente. Pero eso me hace mejor en algo. No mejor persona. Los homosexuales somos personas y los heterosexuales son también personas. Pero algunos heterosexuales se consideran «más persona» que los homosexuales. Y de esos barros, estos lodos.
La Comunidad de Madrid, que a efectos estadísiticos de notoriedad es España, ha acumulado 64 denuncias por agresiones homófobas en tan sólo 4 meses. Repito: denuncias de agresiones. Que no es lo mismo que agresiones. Y sólo en la Comunidad de Madrid, que es una de las 17 comunidades autónomas de las que se compone España, junto con las dos ciudades autónomas -Ceuta y Melilla-. Clases de geografía aparte, me produce una sensación de pena y de pánico. Porque si esto es en 1 de 17, ¿cuántas habrá en España? Y si hablan de las denuncias, ¿cuántas no se denuncian? Da que pensar y a mí me entran escalofríos por la espalda.
No me voy a meter con las asociaciones LGTB. Eso lo hacen otros y lo hacen muy bien. Yo quiero centrarme en el porqué. Quiero entender a los heterosexuales que se sienten más persona que otras personas.
Los homosexuales, como las mujeres en el tan cacareado «feminismo» que ahora está degenerando por algunas partes, no estamos luchando por ser más y mejores que nadie. Estamos luchando para que se nos considere personas. O sea, que los derechos fundamentales que tienen las personas se nos apliquen a todas las personas, no sean los derechos de «algunas personas», si no de «todas las personas». Con quién quieres no debería ser un límite. Con quién quieres no debería ser nada, más allá de querer.
La religión, la maldita religión que se ha pervertido tanto que se ha convertido en una serie de locuras retrógradas, tiene, en mucha parte, la culpa de todo esto. La organización eclesiástica del Hombre Blanco Heterosexual, la mujer blanca heterosexual y luego ya el resto, ha hecho que haya diferentes clases de personas. Que el hombre sea más que la mujer y ésta que el resto. Por el artículo 33. Por democracia orgánica. Porque les ha salido de los cojones, vamos.
Este sentirse más es lo que, creo, está de trasfondo en las agresiones homófobas que, por suerte, empiezan a denunciarse públicamente. Os podría poner muchos ejemplos de pseudoagresiones que he tenido en mi vida y que he aguantado estoicamente hasta que un día me harté y di un puñetazo. Y le rompí la nariz a mi agresor. Y entonces me busqué muchos problemas porque yo le había pegado «y él sólo te había insultado». Mi castigo fue tener que jugar al fútbol «porque la culpa también es tuya, Flanny, que no haces las cosas que hacen otros chicos». Y así, yo era el culpable hasta de los insultos que recibía.
No estoy de acuerdo con la violencia. Durante 8 años aguanté, hice caso omiso, me quejé a los profesores,… Pero sólo cuando le rompí la nariz a aquel chico -el cual, por cierto, «no tenía la culpa», intentaba integrarse y vio que yo era un blanco fácil- se calmaron un poco los insultos y empecé a ser considerado «persona». Seguía siendo el maricón, pero ese maricón devolvía las hostias, ojo.
Y esto es lo que últimamente estoy viendo. Que los homosexuales nos hemos cansado. «Si me pegan a mí una paliza por ir de la mano de quien quiero, se llevan una somanta de hostias que están cagando dientes un mes». Esto lo he leído más o menos en pocos días demasiadas veces. Y me preocupa.
Heterosexuales todos: gracias a los que nos estáis intentando ayudar para que seamos iguales que el resto. Gracias a vosotros podemos casarnos (intentad entender que antes no podíamos ni aunque quisiéramos, porque no teníamos ese derecho; paraos a pensarlo un momento) y podemos ir de la mano con nuestras parejas por la calle (por favor, pensad en lo que supone que no puedas besar en público a la persona a la que amas; haced el esfuerzo). Pero aún queda mucho por hacer.
Heterosexuales homófobos, aquí viene una advertencia: no todos somos dóciles. No todos vamos a poner la otra mejilla. Tened cuidado, porque «no seremos machos, pero somos muchos». Y cerrar el puño y lanzarlo contra la cara de alguien también sabemos hacerlo. Y sabemos pegar patadas desde el suelo. No lleguemos a esos extremos. Por favor, no convirtamos esto en una guerra de bandas.
Homosexuales todos: sintámonos orgullosos. Ser gay, lesbiana, transexual, bisexual,… No es un delito. No es un crimen. No es nada de lo que avergonzarse. Hay palizas, hay insultos, hay mucho odio. Pero si estamos juntos no podrán con nosotros. Si todos nos besamos en público, no habrá hostias para tantos. Si todos actuamos como si fuéramos libres, al final lo seremos.
La lucha del colectivo LGBT (y el de las mujeres, que va de la mano) es larga y estamos «empezando». Pero esta lucha es de todos. Hay que acabar con la homofobia ahora. Hoy, mañana y pasado mañana. Y tenemos que hacerla juntos. Dejemos de odiar a los heteros porque algunos nos pegan. Dejad de odiar a los homosexuales porque algunos no os gustan. A mí tampoco me gustan todos los homosexuales, como tampoco me gustan todos los heterosexuales.
Seamos personas. Ni más ni menos. Todos personas.
Había que decirlo.
Si la educación y la concienciación no parece estar sirviendo para frenar esta ola de agresiones en determinados colectivos retrógrados, las instituciones tendrán que actuar con mayor eficacia. Y eso pasa por tipificar mucho más gravemente y perseguir con mayor contundencia las agresiones y conductas homófobas. Algo imposible con este gobierno. Por eso (y por muchas más cosas) es tan necesario el cambio.
Bueno, si el cambio es lo que viene… No sé yo, eh? Que madre mía, algunas de las nuevas propuestas. Aunque bueno, SIEMPRE serán mejor que lo ahora hay…
Qué sensación más regulera se le queda a uno en el cuerpo al leer esto. Orgullo por tener la suerte de contar entre mis amigos a alguien con la cabeza tan bien amueblada como Flanny. Pena porque esta situación es un paso atrás: estamos volviendo a épocas oscuras en las que ser gay/lesbiana/bisexual/transexual se tenía que ocultar (o asumir el ser el bicho raro y, además, saco de los golpes).
Y siempre hay algo de sitio para la esperanza. Pero esa esperanza pasa porque haya una generación joven (que los de la mía y la anterior a la mía, que tantísimo han luchado, no vamos a durar siempre) que coja al toro por los cuernos y luche en las calles. Pero también en los palacios. Esta guerra (y otras, como la del feminismo, por ejemplo) se ganará cuando se instale, por fin, como tema clave dentro del Congreso. Ni más ni menos.
Los hay. Lodi y demás en Arcópoli están trabajando. Y yo lo intento con las nuevas generaciones para las que soy «la mami gay». Pero cuesta. Mucho.
Muchas gracias por tus preciosas palabras, Perrete. Pero yo no hago nada en comparación con los muchos que luchan día a día. A fin de cuentas, a mí aún no me han atacadao por la calle (y que se preparen).
Yo desde que tuve pelillos en mis partes, me siento orguilloso de lo que soy. Orgulloso que si me hubieran dicho ¿Quieres cambiar? Me hubiera negado rotundamente. Tan orgulloso que yo, desde luego, no me pienso quedar quieto sin alguien se acerca a darme una hostia. Es posible que al final acabé yo en urgencias, pero el otro de rositas no se va a ir, eso lo tengo clarinete.
You know que yo también me siento orgulloso. Y creo que dejo claro en el texto que hostias como panes. Todas las que pueda y que me dejen antes de caer inconsciente.
Lamentablemente el problema viene de lejos. Como te he dicho por twitter: en el cole las cosas no son tan complejas, o eres guay, o no lo eres. Es así de simple: eres de los primeros en ser elegido o eres de los últimos al repartirse para el balón prisionero. Ya sea por gordo, por gafotas, por usar aparato, por cecear, o por ser gay (cosa que los críos no entienden. Sólo eres marica porque te vas a jugar siempre con las tías en vez de a dar patadas a un balón).
Es así de simple. Es el puto entorno el que hace que luego unas cosas se normalicen y las otras no. Lo lamentable es quea nuestros treinta haya veces que nos volvamos a sentir como ese niñín del grupo de los raritos (que era cualquiera mínimamente diferente que no se supiera la alineación del Madrid).
Cuando a esos treinta te vuelves a sentir pequeño es cuando cierras el puño y cuando te das cuenta de que hay cosas que acaban estallando.
Los niños son eso: niños. Y lo serán siempre. De nosotros depende que haya determinadas cosas intolerables o vamos a seguir creando abusones.
Lo único que me consuela es que al final parece que son los raritos los que salen fortalecidos casi siempre, aunque a veces sea inevitable que de vergüenza sonreir porque sentimos ese aparato fantasma.
Es que no sé muy bien lo que decirte, Ô. Tienes razón. Pero que las cosas sean tan polares y tan simples con 30 años es lo que me asusta. Que haya gente que sea más porque sí, es triste y peligros. Por eso pienso que hay que educar a los nuevos, pero refrenar a los que ya no tienen espacio para la educación…
Fantástico post-Flanny! Ya está bien de agresiones y yo tengo claro que si un día (no quiera que pase) me van a agredir al menos voy a dar un par de hostias bien dadas.
O patadas. O mordiscos. Pero no se van de rositas, no.
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