Es muy buena «Crónica de un amor efímero», que firmó el mismo director hace un par de años. Pero, aquí, Emmanuel Mouret (síganle la pista), se ha superado. Y no es ninguna broma ni, mucho menos, una boutade. «Tres amigas», más que sobresaliente dictado coral sobre la indecisión que provoca el amor, aliñado con unas buenas dosis de ausencia sobre el verdadero deseo, (inalcanzable sueño que sucede a la ilusión y la atracción sobre el descubrimiento del magnetismo sobre las nuevas relaciones), es una película cuidada, ágil y deliciosa. Por supesto, salpicado de adulterio, verdades a medias y mentiras piadosas con doble fondo. Aquí aparece el suspense. El largometraje, que pudo verse en el último FICXixón, no se llevó ningún premio. Ni falta que le hace. A la sombra de los grandes castillos se entierran los más preciados tesoros.
El trabajo es puro contraste sobre los sentimientos; causa y efecto que revuelve ese juego al que participa de tal magno evento. Un vaivén de situaciones simpáticas, desconcertantes y, a veces, emocionantes; sobre un guión que trata con tanta amabilidad como inteligencia al espectador. Y,sí, todo aderezado con la verborrea típica francesa, indudable pieza de identificación nada prosaica de la que se enorgullece el cine galo las más de las veces; aunque no siempre con estos resultados. Una película donde las piezas se mueven en derredor a lo aparentemente rutinario para convertirlo en universal. Y donde se agradece la presencia de unos grandes actores que no quieren destacar sobre el resto; ni siquiera los siempre deleitables Vincent Macaigne y Camille Cottin. No se aprecia fecha de estreno en España. Error mayúsculo de las productoras, si es así, en no dar cabida a semejante exquisitez. Mientras tanto, con ustedes, les presento al Woody Allen francés: Emmanuel Mouret. Porque si hubiese sido firmada por el director norteamericano, más de uno hubiera gritado sobre ella que es su última gran obra maestra. Apuntado queda.