Con el permiso del Maestro Sabina, voy a tomar prestada una da sus frases para titular este artículo.
Zumo de Neón, efectivamente, ya durante la pasada semana, en todas o casi todas las ciudades o localidades se han encendido los miles y miles de bombillas para encandilar al mundo acompañadas de los sonsonetes de los villancicos, y las más o menos idealizadas (y rancias) imágenes que significan “Navidad”.
Como tantas otras celebraciones que antes tenían unos (pocos) días asignados, y que tras haber visto el tirón comercial que tenían el monstruo del ultracapitalismo estira cada año más, la navidad ya empieza a mediados de noviembre para alargarse hasta mediados de enero. Dos meses completos de estomagante y falsa cordialidad, buenos deseos que rebosan, comidas abundantes, estrés por el intercambio de regalos y una máxima que lo domina todo. ¿Celebrar un acontecimiento religioso? No, mis querides. Gastar, gastar, GASTAR.
Ese zumo de neón del que hablaba al principio y que se nos obliga a tomar prácticamente con un embudo encajado en nuestra garganta, para que no tengamos otra opción que dejarnos arrastrar por esa marea que de repente llega, nos convierte en zombis adornados grotescamente con espumillón y bolas decoradas, nos hace desfilar hipnotizados por un carnaval de regalos, reuniones, comidas absolutamente pantagruélicas y felicitaciones vacuas para finalmente escupirnos a mediados de enero, donde el golpe que damos al aterrizar nos despierta del sueño inducido y nos encontramos más gordos, más tristes y sobre todo con los bolsillos más vacíos. Y ahí miramos hacia arriba, y lo único que se extiende interminable ante nosotros es la cuesta de enero. Y aún tenemos el cuajo de lamentarnos de no haber ahorrado un poco para las rebajas.
“Qué rancio eres, ¿cómo puede no gustarte la navidad?” Pues por lo mismo que no me gustan otras cosas con las mismas características: desprovistas de sentido real, pervertidas por una intención egoísta y disfrazada de buenas intenciones.
Y anticipándome a vuestras preguntas, sí, me junto con gente, y hago cosas especiales por Navidad, pero con la intención de crear recuerdos preciosos. Me junto sólo con la gente con la que me apetece juntarme, y no con la que la presión social determina, y si, comemos todos juntos, pero sin excesos. De hecho, uno de los platos estrella de nuestras celebraciones navideñas es la tortilla de patatas. Bebemos, sí, y nos reímos, y charlamos, y jugamos a juegos de mesa de los de antes, y hasta puede que nos intercambiemos algún regalo, pero cuando las navidades acaban, nuestros ojos no están vidriosos con la expresión del drogado que recién despierta del subidón, sino que tenemos el paso firme y una sonrisa dibujada en la cara, porque los recuerdos que hemos creado y los momentos que hemos compartidos son reales y genuinos, muy alejados de los provocados por el zumo de neón.
¡Muy felices fiestas a todos!
Llegué a creerme raro por pensar como tú en este post.
Afortunadamente veo que no estoy Solo.
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