Seguramente muchos de vosotros no estaréis para nada de acuerdo con mis palabras, pero el manual del gusto perfecto aún está por escribir.
Voy a ser muy cuidadoso para no hacer spoiler. Allá voy.
Comenzamos a ver la serie en casa por pura inercia, aunque su director Ryan Murphy ya otorga ciertas garantías a la hora de capturar nuestra atención.
El inicio es como se espera: una mezcla de topicazos sobre el Hollywood de finales de los años 40. Bellísimos seres que aspiran hacer realidad el sueño de todo aquel que acude al epicentro de la industria cinematográfica para ser una estrella. Poco a poco comienzan las sutiles diferencias con lo establecido, marcadas por una total ruptura de los roles y arquetipos dictados por la asfixiante cultura machista y xenófoba en cuanto a las figuras de poder, las relaciones humanas y las historias de amor.
La historia gira en torno al rodaje de una película casi imposible y las peripecias de quienes se ven involucrados en ello. No puedo añadir mucho más.
El vestuario es arrollador, el maquillaje y peluquería impecables y la decoración fastuosa aunque, claro, he leído muchas críticas señalando que todo se ve demasiado brillante, nuevo y blah blah. Pero ¿qué esperán? No se trata del polvoriento y abigarrado Londres de posguerra ni nada parecido sino de La Meca del Cine, donde todo era ostentación y estaba flamante. A estrenar.
Son siete capítulos trepidantes y el final guarda una sorpresa que dejará perplejos a muchos, quienes rápidamente enarbolarán el ‘es que eso nunca sucedió’. Y es verdad. Tan cierto como que se trata de una serie de ficción con referencias a personajes de nombres y apellidos auténticos y situaciones muy reales que rápidamente descubriréis. Entonces ¿Se trata de una miniserie histórica? Pues NO, tiene un gran porcentaje de novela. Así que, por favor, guardar en el cajón las reglas de cuadrar sucesos y dejaros llevar.
En resumen y siempre a mi juicio: es de lo mejor que se ha estrenado últimamente. Seguro que no os dejará fríos.