«Cuando el amor no tenía nombre» da el salto

La cultura en nuestro país está en horas bajas. Parece que solo se aprecia -y poco- lo que ya está asentado y, por supuesto, lo que viene de fuera. Si sumamos la vergonzante muchedumbre que, por un lado, vive presa de la basura que se reparte en las redes sociales y, por otro, viene apoyando a esa formación ultranefasta que destila veneno y barbarie sin descanso pues, la verdad, dan muchas ganas de poner tierra, mar y aire de por medio y plantar los reales en otras tierras.

Después de este apocalíptico ejercicio de onanismo mental, quiero centrarme en la Literatura y su brazo ejecutor que debería ser el mundo editorial. Hasta hace poco tiempo me dedicaba a comprar libros, leerlos y comentarlos con los amigos, poco más. Pero la casualidad -o el destino- me han puesto del lado de los escritores y las tribulaciones que sufren hasta que ven su obra publicada y en los puntos de venta.

Editores sin escrúpulos que tratan de apoderarse de la obra anulando a su creador. Libreros faltos de criterio pero llenos de codicia que solo quieren saber de números y no apoyan a los autores primerizos.              Todo esto es lo que se han ido encontrando mis amigos escritores, quienes han tenido que ir llamando casi puerta por puerta, para publicar primero y promocionar después su obra, con resultados decepcionantes en muchos casos y, casi siempre, a cargo de sus propios bolsillos.

Si, este panorama desolador es el que tiene por delante todo aquel que pretenda comenzar una carrera literaria y no tenga “padrinos”.

Pero no todo está perdido. Por fortuna todavía quedan editoriales serias que creen en los autores principiantes y apuestan a muerte por ellos. No voy a dar nombres porque no es el caso, pero existen.

Una vez dicho esto quiero hablaros de uno de esos autores que se ha partido el espinazo para sacar adelante una obra fascinante y ha pasado todo este año yendo del coro al caño, sin descanso, para situar su libro en puntos de venta y recibiendo, en bastantes ocasiones, un doloroso portazo en sus narices.
Se trata de Jan J. Martí y su obra “Cuando el amor no tenía nombre”. Cinco historias de amor entre hombres situadas en tiempos imposibles para ello.

El caso es que Jan se lo ha trabajado tanto y tan bien que ha recibido una de las mejores propuestas que se le puede hacer a un autor en estos tiempos tan agrios para el papel: hacer una serie de plataforma con los relatos de su obra. 

Nota de Prensa

Me gustaría ver ahora la cara de los editores que le dieron la espalda y de los libreros que le cerraron las puertas aun siendo, presuntamente, de nuestro colectivo. Esos libreros que se llenan la boca de soflamas defendiendo a la gente LGTBIQ pero miran al horizonte cuando tienen que apoyar de verdad.

Enhorabuena Jan, por lo que está sucediendo ahora mismo y por todo lo que está por venir.

2 comentarios en “«Cuando el amor no tenía nombre» da el salto”

  1. Yo intente comprarlo en Berkana y la MIli me miro como si fuera un extraterrestre. Ahora lo entiendo…

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