El cine en blanco y negro de 2018

Hay mucho arte en el blanco y negro de 2018. Hay mucho cine en «Cold War» de Pawlikowski, lo mismo que lo hay en «Roma» de Alfonso Cuarón. Las dos películas de las que más se habla en el 2018 son muy diferentes en su realización, en su concepto de cómo distanciarse de sus personajes; porque ambas proclaman las relaciones personales frente al mundo avasallador que les rodea. Y las dos lo hacen con un virtuosismo visual apabullante. «Cold War» bajo el prisma del intimismo, del susurro y el desaliento de una relación amorosa; «Roma» haciendo hincapié en la sociedad como elemento circundante y tirano, hacia un espíritu débil y resignado; el de una sirvienta que se conforma con el destino, le venga como le venga.

Pero las dos películas son tremendamente frías. Huyen del primer plano como recurso que pueda subrayar el melodrama. El polaco con el plano medio, sin ahondar en manierismos gestuales. El mexicano, haciendo uso de una profundidad de campo tremenda; con múltiples ángulos de visión y un concepto de las escenas en exteriores de una producción artística soberbia.

Los dos blanco y negro son diferentes. El de «Cold war» es granítico, pétreo, inflexible. Triste y melancólico. El de «Roma» es luminoso, transparente, se retrata el cielo y la tierra con la misma luz.

La violencia en el desamor es retratada por Pawlikowski con escenas cortas y cortadas; no quiere alargar la compasión ni la ternura más allá del sonido del viento, de una canción y de una mirada. Sin embargo, en «Roma», la tensión se sitúa en ese segundo plano con un movimiento de cámara lento, de izquierda a derecha (o a la inversa), donde ésta se mueve como un paso ligero. Tan sólo deja ese movimiento (parando su ojo), en los momentos más intensos de la historia: en las escenas del parto y la última (y hermosísima) en la playa.

De esta forma, los 88 minutos de «Cold War» explican la escueta interpretación de las escenas para el realizador. Los personajes parecen anecdóticos; parece contarnos que hay muchas parejas como la que vemos y que esto puede ocurrir miles de veces. Sin embargo, para Cuarón, con esas escenas que ahondan en el exceso y se pierden en el horizonte, nos hace señalar que esos individuos son únicos en esa historia. En «Cold War» todo ha ocurrido allí y te puede pasar, de forma diferente o casi igual. En «Roma» todo ocurrió allí y no se repetirá de igual manera.

Ambas, eso sí, juegan con el importante papel del azar como pieza fundamental de la historia. La Historia de un mundo que, en un momento determinado les ha tocado vivir. La Guerra Fría para «Cold War». La década de los setenta para «Roma». Y eso les condiciona a los personajes del relato, les hace ir de un lado a otro irremediablemente y no pueden hacer nada frente a esto.

Lo gélido de ambos largometrajes, quizá pueda dejar poso a lo largo del tiempo. Igual ese será el nuevo recorrido del cine que nos tocará vivir de ahora en adelante. El cine de la interpretación a través de distintas épocas. Si antes eran la acción,  la energía y la pasión las que daban sentido a una película (por ejemplo, el cine familiar de obras magnas como lo fueron «Rocco y sus hermanos» o  «Amarcord; el de amor de «Tal como éramos» de Pollack, o el de «Un hombre y una mujer» de Claude Lelouch, por poner varios ejemplos sobresalientes), ahora parece ser que los términos se diluyen; y todo tiende a pensar que el cine de autor va a conseguir su alcance a través del esfuerzo del espectador. ¿Estamos preparados?.