La vejez con lentes de aumento

“El agente topo” estaba nominada a los Premios Goya como una de las candidatas a Mejor Película Iberoamericana. Ya puede ser buena “El olvido que seremos”, dirigida por Fernando Trueba, para haberle birlado a esta joya dicho premio. Porque la película chilena, dirigida por Maite Alberdi, sabedora de cómo retratar la madurez y la otra cara de los no afortunados, con la sensibilidad, audacia y sentimiento que había demostrado en sus anteriores trabajos, “La once” y “Los niños”, aumenta la capacidad de sorpresa, con una obra mayúscula acerca del sentimiento.

Bajo una premisa que parece ahondar en la ironía y el fino humor burlón, sin faltar al respeto, pero con las suficientes dosis de suspense y simpática honradez, la historia nos sumerge en un “aparente” misterio. Y lo que podía haber sido un trabajo donde todo pudiera parecer una denuncia social, se vuelve vulnerable; hacia el corazón mismo de la soledad, el abandono y el triunfo de la honestidad, en un rotundo portazo hacia el homenaje de nuestra tercera edad. A la que debemos nuestro pasado y no hacemos nunca lo suficiente para disfrutar de su presente. Ellos saben, mejor que nadie, que el futuro les espera a la vuelta de la esquina. Y esa sombra, que planea sobre la película, no da juego a que se oscurezcan las múltiples historias de las ancianas protagonistas. En unos momentos como los que vivimos, un largometraje así, demuestra aún más, (si cabe), su poder de fascinación y necesario visionado. Tan cerca del documental, como del realismo social; sin ser nunca tan cercano a la realidad misma que vivimos los últimos meses.

La película, con no pocos momentos que arrancan el llanto, te deja pegado a la butaca. La historia deja de ser divertida, humilde; y la sonrisa, a veces la carcajada, se queda congelada, pegada a esa verja que separa esa residencia de la calle, del mundo real del imaginado. No nos confundamos, el real es el de puertas adentro. Y esa cámara, que actúa como el tercer testimonio, que somos nosotros, viendo desde fuera lo que no parece real sino ficción, convierte lo que vemos en un fragmento tan auténtico que acaba doliendo. Y mucho.

En un inicio absolutamente disparatado, con una jugada de guion brillante, que parece disperso y desconcierta por su fantasía, no esperábamos que ese borrador diera la vuelta de tal manera.

“El agente topo” se convierte en un tesoro del cine de estos últimos meses. Una película brillante que recupera lo mejor que le debemos al cine como documento social.  Un testimonio más que cegador, deslumbrante, que le debemos a los padres de nuestros padres. A nuestra historia misma.