El Gentleman y el CowBoy

¿Es posible imaginar algo más de gentleman británico que llamarse Archibald Alexander Leach? Pues no sería capaz de responder con certeza, pero se trata del verdadero nombre del impresionante Cary Grant: el príncipe azul que la mayoría de las mujeres -y muchos hombres- deseaban para sí.
Nació en Bristol, UK, el 18 de enero de 1904 en el seno de una familia con bastantes problemas, cosa que le hizo emigrar siendo casi adolescente a Nueva York para hacerse un hueco en los escenarios de Broadway, cosa que no le costó ningún esfuerzo. A principio de los años 30 cruzó el país para llegar a Hollywood y comenzar la fulgurante carrera cinematográfica que todos conocemos, nada menos que 75 películas que arrojan una media algo superior a dos filmes por año. Además resulta muy complicado señalar un trabajo suyo siquiera mediocre. Gozaba de un físico imponente: 187 cm. de altura, esbelto y con una belleza serena que no dejaba indiferente a nadie. De carácter afable, cercano y una agudeza verbal demoledora (lo que podríamos llamar boca de maricón). Sin duda llamaba la atención con su sola presencia. Tan es así que la rumorología dice que fue la inspiración de Ian Fleming a la hora de crear al icónico James Bond.

El otro protagonista de la historia es George Randolph Crane, un ingeniero textil nacido en el Condado de Orange, Virginia, el 23 de enero de 1898. Cambió su nombre artístico por Randolph Scott cuando llegó al Hollywood del cine mudo apadrinado por su amigo de universidad Howard Hughes. Trabajó como figurante en distintas películas para ir tomando papeles de mayor peso participando en varios filmes de bajo presupuesto. La fama comenzó a sonreírle cuando consiguió ser protagonista en distintos westerns de los años 30. Su aspecto tampoco era precisamente corriente, 189 cm de altura, rubio y el físico de un curtido CowBoy que llamaba la atención, y bien que se encargaba de sacarle partido.

Sucedió que, en 1932, la casualidad, el destino o lo que fuere, quiso que los dos galanes del momento coincidieran en el rodaje de la película ‘Hot Saturday’ -que se tradujo como ‘Sábado de Juerga’– y no se me ocurre un título mejor para un encontronazo como el que protagonizaron. A partir de ese momento se hicieron inseparables y se fueron a vivir juntos a una mansión de Santa Mónica, en la misma playa. Grant tenía 28 años y Scott 34.

Corría 1933 y, en su ingenuidad o cegados por el brillo de la fama, permitieron que la revista Modern Screen les hiciese un reportaje a manos del renombrado fotógrafo Ben Madox y redactado por Maude Cheatham, en la que posaron en todo tipo de situaciones cotidianas que reflejaban la intensa relación que los dos galanes estaban viviendo en aquella casa fabulosa. Lo que trataron de presentar como la simple convivencia de dos actores solterones que compartían techo y gastos, se convirtió en una de las más evidentes representaciones de una historia de amor gay.

Por supuesto, el reportaje levantó una polvareda considerable e hizo que la Paramount, propietaria de ambas estrellas, lanzara una campaña de limpieza de imagen, tratando de presentarlos como un par de conquistadores haciendo ver que aquella casa era “el salón de los solteros” donde entraban y salían chicas a todas horas.

Y es que hay gestos que no se pueden disimular

Pero la tinta no dejaba de correr y la víbora periodística del momento, Hedda Hopper, se encargaba de pregonar en sus venenosas columnas todos los chismorreos acerca de la relación que mantenían nuestros protagonistas.

Un año después de aquel reportaje se impuso el terrible Código Hays, y la productora maniobró redoblando esfuerzos para que terminase aquella situación embarazosa. Empezaron a buscarle esposa a Grant, llegando a concertar y celebrar hasta cinco matrimonios, casi todos fugaces. Aun así, ya sexagenario, tuvo una hija con su cuarta mujer, Dyan Cannon.

Grant arrastró muchas secuelas de su desgraciada infancia. Su padre, alcohólico y violento, le dijo a los 9 años que su madre había fallecido cuando, la verdad, es que la había ingresado en un psiquiátrico por causa de sus crisis nerviosas, enterándose de que esta vivía cuando ya medraba en Hollywood. Si sumamos las presiones constantes sobre su homosexualidad, vivió un tormento personal que le llevó a probar toda clase de terapias para aliviar sus males, como la hipnosis o el yoga, pero fue su tercera mujer Betsy Drake quien le animó a probar otra novedosa terapia: el ácido lisérgico (LSD), que entonces era de uso legal bajo la marca comercial Delysid. Y así, a golpe de tripi, el bello Archie encontró algo de paz interior. Alucinante, nunca mejor dicho.

Randolph, quien tuvo una vida más tranquila, también fue obligado a casarse por indicaciones de la productora y, en 1936, lo hizo con Marion DuPont, matrimonio que duró apenas un par de años. Después se volvió a casar con Patricia Stillman y, esta vez, la unión duró hasta su fallecimiento. El matrimonio no tuvo descendencia natural, los dos hijos de Scott fueron adoptados.
Su carrera transcurrió en un continuo crescendo siempre dentro del género Western, aunque la sombra de la relación con Grant no le abandonó jamás. Llego a montar su propia productora cosechando bastantes éxitos hasta 1962, año en que protagonizó su último largometraje.

El caso es que, a pesar los rumores, de las presiones, de los matrimonios de opereta y de todas las circunstancias adversas, Grant y Scott jamás dejaron de verse. Buscaban reservados de restaurantes, discretos hoteles o cualquier sitio donde pudieran estar a refugio de los medios. Mantuvieron su relación hasta el fallecimiento de Cary en 1986 con 82 años. Un año después falleció Randolph. Tenía 89 años.

Se han vertido ríos de tinta confirmando y desmintiendo su historia con toda clase de artículos periodísticos, comunicados, reportajes e incluso libros, como las memorias del prostituto Scotty Bowers publicadas en 2012 ‘Full Service’ donde habla sin apósitos de la sólida e intensa relación que mantuvieron, o en ‘Who the Hell’s in It’ un conjunto de ensayos sobre actores donde Peter Bogdanovich trata largamente la postura de Grant, quien siempre negó su homosexualidad e incluso llegó a decir “No tengo nada contra los gais, simplemente yo no lo soy”. El propio hijo de Randolph, Christopher Scott, escribió ‘Whatever Happened to Randolph Scott?’ tras la muerte de su padre para desmontar todas las afirmaciones acerca de la homosexualidad del CowBoy. Pero está claro que no lo consiguió.

De un modo u otro, Cary Grant y Randolph Scott se esforzaron por vivir su historia de amor contra viento y marea hasta la muerte. Y eso, desde mi humilde punto de vista, es lo que realmente importa.

4 comentarios en “El Gentleman y el CowBoy”

  1. ¿Cuántas historias así se habrán perdido?
    Es muy necesario sacarlas del olvido.

  2. Voy a ser como Encarna Sánchez

    Se conoce que a la Chevy Chase le cayó una querella por decir esto mismo y no levantó cabeza la mujer

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