The Durrells: el verano eterno

Hay libros que cuando acabas, te cuesta soltar esa guía que ha visto engordar las páginas hasta llegar a un final; ese trozo de papel rectangular, que busca encontrar otra lectura con la que apagar los sentimientos de la penúltima visita, las anteriores aventuras y memorias. Existen películas, que sin nacer como obras maestras, dejan ese poso en el recuerdo; y las recomiendas a amigos y familia, con el afán de que, por lo menos la mitad de lo que has sentido, descubran ellos al revisitarlas. Hay obras de teatro, cuyos personajes se te acercan cada día y viven contigo durante mucho tiempo. Como fantasmas en un mundo que no es el suyo, ni el tuyo; un mundo que haces propio por esa turbación que te ha causado. Y hay series, dentro de esos millares de capítulos que pueblan nuestros aparatos de televisión, que ocupan un hueco muy especial en nuestro mando a distancia; que busca inexorablemente otra temporada, ajeno a modas y a las batallas inabarcables de fronteras entre dramas, comedias, suspense, zombis y terror; del bueno, malo, regular, pasable o mejorable.

Hemos visto las tres temporadas (hasta ahora, ya que está prevista una cuarta) de la serie británica The Durrells. Y nos ha emocionado, con su pausada e infantil simplicidad. Su elocuente mirada al entorno familiar, que si bien refleja la vida de una viuda y sus cuatro hijos en la isla griega de Corfú, (en 1935), sus universales y expresivos  mensajes, bien podrían darse en cualquiera de nuestras vidas; transportados bajo un halo de una luminosidad admirable, que se vuelve insólita (una vez más), tras ese arsenal de tiroteo catódico.

Dicha serie, basada en las novelas autobiográficas de Gerald Durrell,  trata acerca  de la vida de una viuda que con sus cuatro hijos, decide trasladarse desde Bournemouth, en Inglaterra, a la idílica isla griega de Corfú, instalándose en una casona medio destruida. El hogar, fiel reflejo de la penosa situación económica de sus cinco miembros, será testigo de la singular personalidad de sus inquilinos, así como de una criada nativa, que funciona como testigo atónito de la supervivencia de los intrusos. A ellos se les suma otro gran personaje secundario, Spiros, ardiente guardián de las andanzas amorosas de Louisa. El otro personaje secundario es Theo, amigo biólogo despistado de la familia, que da un toque de desenfado a los enredos de familia.

Todos se mueven como en un teatro, en tan sólo tres o cuatro espacios (la casa, la playa, el pueblo, y poco más), como si se diera la sensación de estar encerrados en un mundo sin épocas, sin fechas y, lo más importante, sin leyes más que la propia vida que les ha tocado vivir. Ajenos al mundo exterior. Así, son pocas las referencias a la historia o las noticias que les llegan de fuera de su entorno a estos fantásticos personajes.

La admirable pincelada que marca la identidad de sus cinco personajes principales es, a la postre, la mejor baza de la serie. Los hijos, de 23, 19, 18 y 10 años, cada uno con su marcadas identidades, irán encaminando los episodios con sus aventuras personales; así como la madre y sus esquivas aventuras amorosas.

La homosexualidad, vista como una áspera relación amorosa, para pasar a un tratado de obligado respeto, que rompe barreras y décadas. El derrumbe del primer amor, lo idílico (perfecto el personaje del hijo mayor, con ese aura de frustrado y holgazán escritor afrancesado); el mundo inagotable de los sueños hechos realidad, que reverbera en los animales que no hace más que llevar el hijo pequeño a la casa, el revés adolescente que esclarece el camino a la edad adulta de la hija, son muestras que dejan un cerco brillante de candidez elogiable. El conjunto, se declara como un universo que irradia ternura, encumbrado por esos paisajes, el calor, la playa y la vida rural.

Entre toda esa combinación de fondo, la forma cobra una fulminante declaración de vida en el último episodio de la tercera temporada. La aparición de un circo, donde se observa que esas vidas son pasajeras, y hay que vivirlas de la mejor manera posible; en un circo que es la vida. Como la que proyecta hacia el horizonte esta dulce, tierna y deliciosa serie británica.

Puedes ver The Durrels en filmin.com

5 comentarios en “The Durrells: el verano eterno”

  1. JOSÉ ANTONIO

    La serie es un antidepresivo Natural. Los dibujos de la cabecera avanzan la temática de los episodios y la fotografía y el colorido casi se palpa. Una serie llena de estímulos sensoriales, imprescindible.

  2. C. del Palote

    No hay mención a Sven!! Ese cuerpo sueco merecía una línea!! Y esa historia tan bonita de amor aplazado. Y no me contéis más que estoy solo acabando la primera temporada!!!

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