Roy Galán tiene algo que contarte

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De pequeño yo era carne de acoso.

Estaba gordo, tenía pluma, era empollón y bastante torpe, mi familia no era tradicional y mi madre estaba visiblemente enferma.

Todo aquello que hace que el resto te tenga pánico.

Porque si no eres como ellos pero eres feliz entonces estás cuestionando su propia felicidad.

¿Cómo va a estar bien si es todo lo que yo no soy?

La infancia es un campo de batalla en el que no hay cuerpos sino espejos.

No hay piel sino reflejos.

Y lo que queremos es atravesar ese campo de la mano, sentirnos protegidos y a salvo.

Pero para que algunos estén a salvo otros tienen que pisar las minas.

De pequeño yo pisé muchas minas.

Pero ninguna estalló.

Cuando nos dijeron de llevar nuestro juguete favorito al colegio yo llevé mi Barbie.

Recuerdo el final del día, solo, sentando en un banco de cemento.

Y una niña de doce años que vino a hacerme compañía.

Qué guapa es.

Y yo asentí y le dije que tenía otro vestido más y ella me pidió que otro día se lo enseñara.

Cuando me apunté a kárate el último día de kárate el resto de compañeros me tiraron los zapatos a la basura y tuve que volver descalzo a casa.

Me hicieron un favor porque yo no quería ir a kárate yo lo que quería era hacer teatro y eso fue lo que hice.

Cuando me hice un agujero en la oreja y me puse un pendiente mis amigos y mis amigas me dijeron que hasta que no me quitase «eso» no volverían a hablarme.

No me lo quité y no pasó nada.

Cuando en el recreo se extendió el rumor de que mi madre se iba a morir de algo contagioso fui y busqué a la niña que lo había dicho y delante de todo el mundo le grité que ella no podía hablar de cosas que no eran suyas.

Cuando alguien me persiguió para pegarme por llevar un chándal rosa al grito de maricón yo corrí pero luego me giré y le dije pégame.

No lo hizo.

Cuando somos niños todo es verdad.

Yo tenía dos realidades.

La de mi hogar y la de fuera.

Así que cada vez que pisé una mina tuve que elegir con qué quedarme.

Me quedé con la cara de mi madre al verme abrir la Barbie.

Me quedé con el día que mi madre fue a hablar con la profesora de teatro para que me diera un papel más importante porque yo era especial.

Me quedé cuando me puso el pendiente y me dijo lo guapo que estaba.

Me quedé cuando nos dijo que se iba a morir pero como todos y todas.

Me quedé con el zumo de naranja que le preparaba mi otra madre cada mañana.

No podemos evitar que nuestros hijos e hijas sufran.

Lo que podemos es respetarlos.

Darles la verdad del afecto.

Espejito, espejito: ¿Qué es lo más hermoso de este reino?

Ser y estar.

Eso es lo más hermoso.

De pequeño yo tuve un refugio.

Un poder.

El saber que aquellos que querían herirme estaban equivocados.

Y ahora cuando siento miedo.

Porque todos tenemos miedo a que no nos quieran.

Regreso a ese niño.

Regreso a esa casa en la que éramos cuatro personitas creciendo.

Regreso al regalo abierto y al zumo.

Me giro.

Y digo.

Abrázame.

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