La intensidad

Escribo este post a las cuatro de la madrugada, harto de dar vueltas en la cama y no poder dormir. Me pudo la intensidad y ahora no me deja ni pegar ojo. Es lo que tengo y es lo que tiene la intensidad. Para lo bueno y para lo malo.

Sé perfectamente que esta intensidad me convierte en alguien muy pesao, al que algunos huyen cuando se pasa de acelerón y tras muchos años conviviendo conmigo mismo, lo entiendo, pero poco puedo hacer a estas alturas de quemar el calendario. La intensidad chirría, eso es así. Y es muy pesada para uno mismo, normal que no la aguanten los demás. A veces me ha jugado muy malas pasadas y he sufrido lo indecible por una tontá que luego se evapora y el único recuerdo que me queda es el sufrimiento por esa tontá.  En mi descargo diré que es intensidad y no postureo, que a veces he sentido más de lo que muchos sentirán en toda su vida y eso, aunque parezca una nimiedad, me ayuda a vivir, a levantarme por las mañanas, a seguir inquieto por descubrir y disfrutar cosas. Y aunque mi vida sea una mierda, como la de todos, poder sentir de esa manera me hace pensar que es un poquito menos mierda.

Tengo grandes momentos cosidos a la memoria que se irán conmigo como lágrimas en la lluvia, que diría un replicante. Pero mientras que no llega ese día, qué momentos, joder. Y esta noche he batido todas las marcas. La recordaré como la noche en que subí al cielo y bajé para quererme ver muerto y sin embargo, una sonrisa se dibujaba en mi cadáver caliente. La noche en que me sentí levitar a varios centímetros del suelo, la noche en que la intensidad me llevó consigo y hubo segundos en que pensé que no lo contaba, que me caía al suelo porque las piernas no me respondían. Puedo decir que me sentí morir y puedo decirlo sin estallar de la intensidad. No era un sentimiento triste, ni doloroso, era más bien un arrebato místico en el que he vivido sin vivir en mí y casi muero porque no muero.

Supongo que iba predispuesto ¿Cómo no iba a estarlo si durante meses el disco de Exquirla fue lo único que era capaz de escuchar? (Aquí explicaba sus grandezas). La única medicina que me calmaba después de vivir una tragedia, la perdida de una persona a la que quería mucho, puede que más de lo que yo imaginaba hasta que me llegó la noticia de su muerte. En esos días, mi desgarro tenía un reflejo en este disco, que era  un grito hecho música.  El disco ideal para un momento de luto tan terrible, el único que era capaz de escuchar, que me acompañaba sin molestar porque la queja rota del Niño le ponía banda sonora a mi dolor y mi llanto. Días, semanas, meses con esa voz clavada en la frente, con guitarras que suenan a cadenas, con el sonido atronador de una banda que lo da todo, con el caos hecho música y la tragedia, poesía. Si la predisposición ya era mucha, encima me acompañaron los amigos exactos  que me acompañaron en el duelo unos meses antes, en un cierre de círculo del destino totalmente casual, pero que una vez en la sala, cuando fui consciente, me abrió la herida. Y sangraba a borbotones.

OID:

 

Todo lo cuento para que se entienda como este cúmulo de circunstancias me ha pillado sin defensa alguna, me he dejado llevar y en el viaje se me he ido la mano. Puede que demasiado.  Solo así se puede entender que diga que posiblemente me enamoré. En el concierto que acabo de vivir, me he enamorado. Ha sido fugaz y con caducidad, pero en un arrebato místico, me ha trastornado y tocado partes dentro de mí que n sabía que existían. Enamorado de la música que me destrozaba placenteramente, del Niño, de lo que estaba viviendo, de las poesías que se me pegaban a la piel como aceite y aún ahora, tras una ducha, soy incapaz de limpiar o quitarme de encima. Y tampoco quiero. Me gustaría que está intensidad untuosa se me quedara impregnada siempre. Que me acompañara cuando crea que la vida no merece la pena y de pronto, del recuerdo, renazca la sensación que he vivido esta noche como si fuesen llagas en las manos y en los pies.

Reconozco que hubiera sido capaz de hacer el ridículo (más, quiero decir). Que hubiera subido al escenario a quitarle el sudor al Niño y besarle la frente, los párpados y le hubiera recitado al oído…Gocémonos amado y vámonos a ver en tu hermosura.

Le hubiera cogido las manos y me las hubiera puesto en el pecho para que sintiera como se me disparaban los latidos del corazón, como el corazón se me abría paso rompiendo el esternón para escaparse de mi penoso pecho y poder ser libre ante tanta intensidad. Una herida en el costado luminosa y de resplandor. Reconozco que al acabar el concierto me hubiera puesto de rodillas y le hubiera pedido que me llevara consigo a su mundo, que me arrastrara lejos de mi vida y de la intensidad, que me contara entre susurros el secreto de su voz, que me confesara sus tristezas y sus inquietudes. Reconozco que le hubiera pedido matrimonio en esa rara intimidad que se crea entre un espectador y un cantante. Una intimidad que es ficticia, que no existe, que me estoy inventando yo pero que me hace subir diez grados más en lo de ser una persona intensa. Él no me vio o sí, quién sabe. Cantando encima de lo que él cantaba, sentí que algo nos unía. que él no era consciente de lo que estaba causando dentro de mí, que ya no me lo quitaría de la cabeza, que sin ni siquiera existir en su consciencia y realidad, me presentaba desnudo frente a él, vulnerable y roto y que con su voz, me curaba. Sentí que lo acunaba en mi regazo para darle descanso mientras me lo daba a mí mismo a la vez. Se acababa el mundo durante unos segundos y yo era feliz porque sentía que ya no importaba morirse si vivo ya fuera de mí después que muero de amor.

Sentí que era bueno morirse en ese momento para no resucitar y que mi tumba fueran sus canciones y su voz. Mira que el amor es fuerte,vida, no me seas molesta; mira que sólo te resta, para ganarte, perderte. Amortajado con su mirada y con su garganta. Que las manos que en el escenario se movían en espasmos, se posaban sobre mí y me daban una calma no conocida. En mi tumba un epitafio escrito en notas de música. Sonará al leerlo con la voz del Niño, entonando que  todo mereció la pena aunque solo fuera por la intensidad, una divina prisión del amor con que yo vivo, ha hecho al Niño mi cautivo y libre mi corazón.

Y si alguna vez el Niño me lee (cosa que dudo pero no niego que nada podría gustarme más) espero que guarde estas palabras en su memoria como gesto de agradecimiento infinito. Cuando le surjan dudas, tenga miedos, no sepa qué camino tomar, cuando una crisis creativa lo atenace, recuerde que hubo un día en que a un puto y vil mortal, le hizo sentir lo que solo sienten los dioses. Y esta vez no hablo de la intensidad. Hablo de sentirse inmortal por lo que se ha vivido.

Quiero muriendo alcanzarle, pues tanto a mi Amado quiero, que muero porque no muero. Y una vez muerto, nunca olvidar la última canción del concierto, cuando las palabras de Eliot se hicieron mías y ya pude decir

Porque yo era odioso a tus ojos

Y al fin me aceptarás sin avergonzarte

Porque yo estaría muerto

Y cuando llegara la mañana

Reclinaría la cabeza en tu pecho.

 

 

Exquirla tocarán el próximo 16 de Noviembre en Madrid en la Joy Eslava. Si eres una persona cabal, no te los pierdas por nada del mundo. Posiblemente pase mucho tiempo hasta que se vuelvan a juntar otra vez.

2 comentarios en “La intensidad”

Los comentarios están cerrados.