La primera noche de mi orgullo

Me asombran los mecanismos emocionales de la memoria. Tuercas y tornillos neuronales que mueven una maquinaria hecha de evocaciones que te trasladan veinte años atrás en un parpadeo. Cuando el calendario vuelva a traspasar aquella fecha tan importante, el momento justo en  que el martillo del tiempo golpeó el yunque de tus recuerdos y los dejó marcados . El fuego de la evocación volverá también y te traerá aromas de fraguas pasadas, esquirlas ardientes que te quemaran como en su día hicieron los acontecimientos vividos. Todos estos ingredientes que forman la formula secreta de la nostalgia gozosa, me eran desconocidos, los miraba de lejos, con sonrisa socarrona, sordo a los cantos de sirena que entonan melodías en las que siempre el pasado fue mejor.

Un día miras hacia atrás y el vértigo te consume, te empuja al acantilado de la memoria al que de pronto y como novedad, sin miedo y sin nada que te impida hacerlo, saltas. Y en la caída miras las llamas ardientes que forjaron tus recuerdos años atrás . Lo que  ves es el reflejo de ti mismo en una hoguera convertida ahora  en espejo de tu pasado, de cuando eras joven, mucho más. Y sonríes. Y ardes de placer. Porque  te miras habiendo pasado tanto tiempo y aquel chaval es otro, ya no eres tú. Tiene encima el dulzón aroma de la inocencia, una brisa de aire fresco que rodea esa imagen de adolescente perdido que se encuentra a sí mismo, con la fragilidad y el brillo lustroso que da lo  nuevo, lo que apenas se usó. Tu vida hasta ese momento estaba pintada de colores ocres y en la boca permanentemente el sabor de la arcilla. Reconoces tus propias torpezas  de hace más de dos décadas, los errores hechos de tierra que arrastrabas como piedras pesadísimas y esos terrores cotidianos que te paralizaban, te hacían daño al caminar porque eran como pequeñas lascas de pedernal en tus zapatos y te impedían emprender el paso, que saltaban sobre ti al torcer cualquier  esquina donde existiría la posibilidad de que te esperara un grupo de chicos para darte una paliza. Por eso, te  perdonas, porque sabes del lodazal oscuro y frío de donde vienes, una pìscina de barro que no te dejaba avanzar, ni caminar, permanentemente anclado a lo que fácilmente podría convertirse en fango aspestoso.. El gran mérito de conseguir escapar de un destino de arenas movedizas a los diecisiete, haber acabado el instituto y la selectividad con notas aceptables . Y  te comprendes,. Y te caes bien. Porque has sobrevivido al infierno de arena y ya ninguna duna  que venga después  podrá asustarte. Eres un superviviente que de tanto perder, ha perdido el miedo al suelo y te encaminas a volar.

Sin haber llegado a la mayoría de edad, has estado durante meses  confesándote a tus amigos más cercanos, de uno en uno, destapando entre lágrimas que tú no eres quién dices ser . No te asusta tanto el que no te acepten como el que crean que les has mentido durante todo ese curso en el que se evapora una etapa, una década y hasta una forma de ser. Porque ellos, que te quisieron y te apreciaron desde el primer momento, no se merecían un engaño tan enorme, porque ellos te habría querido igual y fuiste tú el que te creaste un disfraz hecho de retales ajenos, aguas muertas y putrefactas que empezaban a corromper lo puro y bueno que había en ti. Retales acuosos que pesan como metal, mentiras que son de plomo líquido, cadenas arrastradas con la fuerza de un torrente que te impiden avanzar, que te convierten en puro sufrimiento, un charco sin corriente ni velocidad. Y lo que se encuentra ese chaval que fuiste tú es compresión infinita, lágrimas que se hacen ríos que desembocan en el mar y que son compartidas entre dos en un abrazo que tiene la fuerza de mil océanos enfurecidos. Amigos que se convirtieron en una ola gigante y te empujaban al exterior, al aire limpio y los destellos de luz, a poder, por fin, respirar. Fueron ellos, y no tú, los que buscaron a otra gente como tú y te dijeron que había una celebración por ser lo que tú eras. Orgullo, lo llamaban. Y quisiste ir.

Me veo una tarde de finales de junio, con la ilusión tan debordante que se me caía de los bolsillos, con las mejores ropas que pude encontrar en un armario al que le estaba diciendo adiós para siempre. Y de tan guapo, brillante. El brillo que emana la juventud fugaz y el esplendor en la yerba, un aura que solo posee la belleza que dura poco, sin saber qué pasaría o donde dormiría después. Me veo tan valiente y me emociono, porque creo que nunca fui tan sincero conmigo mismo ni tan coherente siguiendo los arbitrios del corazón, nunca mi vida estuvo tan llena de esperanzas, tan rica, con tantas ansias y ganas de todo lo que pudiera llegar. Y tan de pueblo perdiéndose en una ciudad, ahora me río, que me parecía inabarcable, imposible de concebir en una sola idea, atravesada por miles de callejones en un laberinto donde los hombres, fornidos, protectores, prestos a darme su calor, me esperaban. Pos esos callejones, expectante, me perdí, se perdió el joven yo que ya no soy, haciendo tiempo para que abrieran la discoteca.

Recuerdo la discoteca a la que se bajaba por unas escaleras, que también es como bajar en los peldaños del tiempo y  me parece de otra era, casi de otra civilización, de un mundo que ya, definitivamente, ha desparecido. La ciudad, el país, eran otros, tan jovenes e ilusionados como yo. Al bajar,.una moqueta estampada hecha a base de las huellas que dejaron miles de  colillas mál apagadas. El techo muy bajo aguantando en un equilibrio frágil la gran bola de espejos de la pista. Un olor axfisiante pero adictivo con el que rapidamente te mezclabas y se impregnaba en ti. Aún hoy reconocería ese olor entre miles. El vapor y el humo de los cigarros creando una atmosfera irreal y etérea hecha de nubes de las que parecían nacer hombres, a decenas, distinguidos, variados, multiformes, y tantos de los que, fácilmente, me podría enamorar. Uno por guapo, otro por tierno, otro por una mirada que dejó caer al pasar por mi lado, el otro por los brazos peludos y robustos que desde chico quise que me abrazaran  Por fin, ellos. Recuerdo la impresión de ver a tantos hombres tan distintos  pero tan cómo yo. Guapos, feos, gordos, flacos, locas, machotes, estupidos, interesantes. Esa impresion ahora me hace reir, pero la constatación de que el mundo de los hombres maricas era infinito en su variedad. me tranquilizó y me hizo embarrocharme sin tomar una copa. Significaba que encajaba allí y que podría formar parte de ellos, pero sobre todo, significaba que ya siempre tendría un sitio donde podría ser yo, lo más parecido a un hogar. Y lo deseaba tanto.

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Tres pantallas de televisión repartidas por la sala emitían películas porno sin fin. Más allá, entra la niebla difusa,  varias parejas de hombres se devoraban a mordiscos que aparentaban ser besos volátiles. En la pista abarrotada, los cuerpos empapados en sudor se rozaban con sensualidad pegajosa alrededor de los nimbos,  cúmulos y cirros de vapor y humo de tabaco. Era imposible no dejarse arrastrar. Era imposible no querer ser parte de la atmósfera densa y dejarse ser aire, brisa sexual que te envuelve y  te maneja, te guía hasta el cielo donde si quisieras, podrías emprender el vuelo, pero…¿Quién quiere volar cuando se está disfrutando con los pies en la tierra? Aquella noche no aprendí lo que es la felicidad, pero sí supe del placer que provoca el no querer escapar y disfrutar del tiempo sin mirar las horas, porque ya no era necesario esperar nada, todo lo que quería estaba allí, tan vaporoso que tuve la sensación de caminar al borde del sitio donde se fabrican los sueños. .Y lo mejor: en mi vida hasta ese día no había podido comprobar que efecto o atracción sexual ejercía en otros, por una razón evidente; el instituto era la selva heterosexual .Y aquel chaval que siempre se consideró poca cosa y que nunca se había puesto a prueba descubrió tener un éxito nunca imaginado. Me recuerdo tan inflamado de ego y tan orgulloso que, me vuelvo a reir. Aquella noche no pensé en que si tenía tanto éxito posiblemente era por la tierna juventud y sobre todo; la novedad. En el mercado de la carne vales tanto como veces te has dejado ver. Y mi cara, mi cuerpo, mi polla, mi culo, eran nuevos. Insultantemente joven y tierno en un sitio donde la juventud se comprra a precio de oro. Atrevido y con ojos que miraban diciendo cómeme. Fueron tantos tíos por todos lados invitandome a copas, haciéndome ojillos,, había puesto tantos cebos, que al final, ridiculamente, me abrumé. Del cero al infinito, ese chico se encontraba en la primera noche con que la vida le pedía que lo aprendiera todo. A ser maricón, a elegir a un hombre y quién sabe, tal vez a follar.

El espectáculo del día del orgullo me salvó, porque todas las atencíones se concentraron en la travesti divertidísima que presentaba el evento. Sí, aquella noche también fue muy divertida. Y mágica. Y abundante en sucesos que soy capaz de recordar con una exactitud asombrosa. Una noche donde la fragua de mis recuerdos se lleno de martillazos., sobrepasando con creces las ideas que me había hecho, en un sueño que hacía horas que se habia quedado muy pequeño.. La barra fue mi tabla de salvación. Un camarero que desde el primer minuto me había tratado con cariño y atención, me puso otra copa al dicho de «Invito yo». Reconózco que hasta ese momento, ni me había fijado en su cara. De pronto lo advertí clavándome unos ojos negros como quien corta un pastel; dulce, suave, potente, sin titubeos pero mullido. Aconsejándome sobre los tíos («·Ni te acerques al que te ha invitado antes…Es un cerdo»…»El de la barba está casado y tiene cuatro hijos, pero querrá que seas su amante a su disposición 24 horas «…)  miraba a la pista para ir señalándonos pero yo ya sólo lo miraba a él. La piel marrón oscura, los ojos carbón, el pelo tenía toda la oscuridad de la noche dentro. Un cuerpo fibrado que estaba a punto de hacer estallar la camiseta, potente, puede que de hacer un deporte en concreto ,Miraba sus brazos y ya solo quería que me estrecharan; el resto de la noche, de la gente, de los hombres, me daba igual. De pronto, se quedó en silencio y se le escapó una media sonrisa con un «Oye, no me mires así». Y aquel chaval que se pensaba cobarde, se atrevió y le dijo «Es que me muero porque me des un beso». Y no hubo dudas, ni titubeos, ni se lo pensó más de tres segundos. Me besó. La primera vez que me besaba un hombre. Cuantas veces había soñado con ese momento y por fin ocurrió. Para él debió se un beso más, pàra mí fue como aterrizar en la gloria. Segundos enteros que se convierten en siglos de placer, la ley de la gravedad ignorada por completo, una lengua que por primera vez se mezcla con la tuya para convertir a dos personas en un solo yo  En realidad ese fue el verdadero principio de una noche a la altura de mi romanticismo pueril; no quería una noche de sexo, lo que de verdad ansiaba era una noche de amor. Y el camarero, del que ni recuerdo el nombre, me la dio. Un cuidado exquisito, una manera de tratarme que nadie había tenido nunca conmigo, cuidándome sin agobiar, sin querer parecer interesado. Las miradas negras que me quemaban, el aprovechar cualquier oportunidad para escaparse de la barra y darme un beso; intenso, dulce, caliente, húmedo y eléctrico, en todas esas palabras pensaba mientras me dejaba besar.

Estuve esperándolo al cierre de la discoteca. Al saltar la barra y venir hacia donde yo estaba, sentía que esa persona era feliz con la simple idea de pasar una noche conmigo. Esa felicidad arrastraba a la mía cuando salimos de la disco agarrados de la mano, en el taxi que nos llevó a su casa cuando me dibujaba con besos, en las sábanas testigas de un polvo que seguro fue menos romántico y más torpón de lo que recuerdo. La Tierra se ve tan lejana cuando se vuela alto.

Nunca más volví a ver aquel camarero, me contaron que meses después se trasladó a vivir a Madrid. Y da un poco igual.  Le da a aquella noche un recuerdo aún más difuso y somnoliento, como si nunca hubiera ocurrido y el camarero quedara convertido en un producto de mis sueños y desvaríos  Además actúe de manera más inteligente que lo haría años después, cuando se suponía era más sabio y sin embargo me enamoraba de hombres de una noche que, por el simple hecho de tratarme bien unas horas, me convertían en un amante desesperado. .Pero a la vez el calor de la fragua en el que se forjó este recuerdo aún me quema la cara cuando lo escribo, porque puede que sin saberlo, aquella noche fui tan poderoso que manejé los cuatro elementos, el fuego, la tierra, el agua y el aire para acabar de construir un recuerdo que no sabia yo que se convertiría en indestructible. de tal manera que puedo mostrarselo a ustedes como si acabara de ocurrir. Miro a aquel chico que era yo y pienso que esa noche, eligió bien. Supo quién no le haría daño.  Si lo que más se echa de menos cuando se cumplen años es que cada vez son más escasos los acontecimientos que ocurren «por primera vez», esa jornada acumuló tantas primeras veces que si tuviera que morirme en un recuerdo, posiblemente elegiría esa noche. La primera noche de mi orgullo. El momento en que supe quién era yo, la vida que quería llevar. La noche en que asumí la palabra que me definiría para siempre.

 

13 comentarios en “La primera noche de mi orgullo”

  1. Me has dejado sin palabras MM.

    Mas que un post maravilloso es un regalo precioso.

  2. Da gusto leerle.

    Hace mucho tiempo que me provoca una felicidad un poco tonta (podría que decir hasta ternura) cuando en los orgullos, primero en Madrid y ahora cada vez más en el de Cartagena, veo a muchachos que se les nota que vienen de un pueblito, una pedanía, de un sitio donde están cohibidos y trasmiten una felicidad de poder pasearse entre iguales. A mi me resultan muy graciosos porque van cargados con toda clase de merchandising arco iris y trasmiten una cara de fascinación continua.

    Como curiosidad recuerdo el año que estuve en el orgullo de Copenhague y en la revista oficial del orgullo el editorial iba sobre que no había que olvidar que aunque parezca que con la tolerancia y normalidad de la vida gay en Copenhague no había que olvidar lo difícil que era ser gay todavía en un pueblito de Jutlandia.

    Mm, le queremos.

  3. Ay… se llamaba Helder…

    Catorce añitos, en un campamento en Vairao -Portugal-. Nos pusieron en el cuarto dos españoles y dos portugueses; uno de ellos era Helder.

    Helder tenía la misma idea de la homosexualidad que yo -y probablemente que el resto de los asistentes al campamento-: que eso era cosa de maricas. Pero «maricas» así dicho como se lo decían a aquel pobre niño del patio del cole, haciendo daño.

    Nos caímos muy bien. Desde el primer día. Cuando había actividades de campamento y se organizaban grupos, Helder y yo siempre estábamos en el mismo, cuando había ratos libes Helder y yo íbamos al supermercado a comprar guarrerías chocolatadas juntos, y cuando los demás echaban la siesta, Helder y yo nos íbamos a la parte de atrás del edificio y nos preguntábamos por nuestras vidas como si el otro residiese en Neptuno. Y yo creo que le miraba a los ojos un poco más de lo normal cuando me hablaba. Y yo creo que él me sonreía un poco más de lo normal cuando yo le contaba algo.

    Pero eso era cosa de maricas. Y como era cosa de maricas dejamos pasar las dos semanas del campamento sin decirnos lo que de verdad sentíamos el uno por el otro.

    Y como en todos los campamentos, aprovechamos la fiesta que se montaba la última noche para hacer lo que no nos habíamos atrevido a hacer durante los catorce días anteriores. Y desaparecimos del jolgorio general, y nos fuimos a donde charlábamos todas las siestas. Y Helder y yo nos abrazamos mucho. Nos queríamos decir que nos íbamos a echar mucho de menos, porque nos íbamos a echar mucho de menos. Y yo recuerdo que lloré, porque le iba a echar más de menos de lo que jamás había echado de menos a nadie. Y nos abrazamos más. Y después de un rato nos subimos a nuestro cuarto rendidos a dormir, pero no dormimos allí, sino que arrastramos dos colchones hasta un cuarto vacío y dormimos juntos, abrazados.

    No sé si fue él o yo, pero alguno de los dos se despertó de madrugada y besó al otro. No lo hicimos mucho rato, fueron unos pocos besos, pero recuerdo que se me salía el corazón por la boca.

    A la mañana siguiente nos despertó una monitora portuguesa que nos vio abrazados y no puso buena cara. Al principio nadie nos dijo nada pero algunas horas después a Helder le echaron la bronca. Luisa, una de las monitoras españolas, me llamó a mí -yo pensé que me tocaba la bronca a mí- y me dio un abrazo muy fuerte, y me dijo que yo no había hecho nada malo. Que no hiciera caso de nada de lo que me dijeran los monitores portugueses porque yo no había hecho nada malo. Y aunque ningún monitor de los portugueses me dijo nada -supongo que Luisa les puso las cosas muy claras-, el resto de los chavales sí me hicieron sentir que yo había hecho algo malo.

    No me dejaron ver más a Helder. Nunca me pude despedir de él, ni darle mi dirección para intercambiar algunas cartas. Nunca pude decirle que le estaba echando de menos más que a nadie en mi vida, ni que me encantaba el roce de su orejitas y las mías cuando me abrazaba.

  4. C. del Palote

    Esas sensaciones y vivencias no se olvidan nunca, y eres la persona perfecta para expresarlas. Love2.

  5. Muchísimas gracias por compartir estos sentimientos con nosotros. Eres maravilloso

  6. Pensé que “Querido Alan”, aquella carta abierta que Jan escribió en diciembre a raíz del suicidio del joven transexual que había causado una enorme conmoción dentro y fuera de la comunidad LGTB, constituía el mayor ejercicio de desnudez y sinceridad de alguien que había sufrido un acoso tan cruel y continuado a lo largo de su infancia y adolescencia. Que con aquel desgarrador testimonio acerca de sus infernales años de acoso, palizas y discriminación en la escuela, se había vaciado hasta límites heroicos, regalándonos un texto tremendamente sobrecogedor que debería ser objeto de estudio en los colegios para abordar de una vez por todas una educación integradora e igualitaria.

    Sin embargo, era sólo la primera parte de una realidad que ha quedado completamente analizada (salvo nuevas revelaciones) con este nueva demostración de valentía. Tras esos años de agresiones de todo tipo que ahogaban la esperanza en un futuro mejor, el protagonista describe con extremada brillantez su proceso de liberación a raíz de su primera noche en el ambiente gay con motivo de las fiestas del Orgullo. Y lo hace de una forma no sólo poética, cautivadora y arrebatadoramente sensible, sino también derribando con abrumadora sensatez algunos de los estereotipos sobre la promiscuidad, la frivolidad o el desenfreno en el comportamiento sexual de los jóvenes dentro del ambiente. Porque lo que el protagonista buscaba en ese momento crucial en su vida no era el sexo fácil, el halago interesado o las compañías peligrosas, tan sólo el cariño y la ternura que sus compañeros le habían negado durante tantos años. Y la encontró en aquel Orgullo. Un espacio de liberación, reivindicación y encuentro, donce tanto él como muchos otros, buscan poder ser ellos mismos, sin esconderse ni avergonzarse, vivir su sexualidad de la forma más natural posible, y poder trasladar ese ambiente de libertad y tolerancia al resto del año. Lo que la sociedad aún no les permite. No se puede reivindicar el Orgullo de una forma más personal, emocionante y conmovedora.

  7. El Científico Loco

    Mecachis qué bien escribes, cabrón. Cómo me has emocionado. ¡Feliz Orgullo y feliz descanso de verano!

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